La crónica política es un rosario de insensateces. Es insoportable que los rumores en torno a la composición de unas comisiones de investigación que no van a servir de nada, y lo sabe todo el mundo, alterne en las primeras con la última burrada de Isabel Díaz Ayuso, con la agresión a un dirigente del PSOE en Ponferrada o con las crónicas de los juicios a Rato y a Zaplana que sólo destacan lo inocentes que se sienten los acusados. Parece el guion de un cómic infame, de los que se tiran sin leer. Y sin embargo nos dicen que esas son cosas importantes. Habrá quien se lo crea. Pero la gente sensata, por mucho que esté cada vez más harta de la política, sabe que esas cosas se destacan para ocultar lo que de verdad se está cociendo.
Y no es un gran descubrimiento colegir que lo que tenemos delante de nuestros ojos, aunque empañado por tanta estupidez, es una campaña electoral de incierto desenlace que ocupa el interés prioritario y buena parte del trabajo de todos los partidos. Para empezar, en las próximas cuatro semanas tendrán lugar tres elecciones, cuya marcha es prácticamente ignorada por buena parte de los medios, pero cuyos resultados pueden influir mucho en la marcha general de la política.
El País Vasco parece una comunidad prácticamente independiente, en la que, una vez acabado el terrorismo, todo lo que en ella ocurre nada tiene que ver con la dinámica española. No es así, hay muchos aspectos compartidos desde la base, para empezar los económicos y sociales, pero lo parece. Y los partidos que dominan la escena vasca se empeñan en que así sea, con el beneplácito de buena parte de su población.
Para el resto de España, cuando menos para los medios dominantes en el resto de España y quienes los inspiran, lo único que se juega en las elecciones vascas del 21 de abril es si gana Bildu o el PNV. Ninguna reflexión sobre el significado que tendría una victoria de la formación abertzale radical –salvo la que ha hecho en este periódico Isaac Rosa–. Cuando eso, lo mismo que un buen resultado, significaría el cierre definitivo del drama terrorista, más allá de las secuelas personales, que esas no se borrarán en mucho tiempo.
Pero tampoco se reflexiona sobre las dimensiones políticas que pueden tener unos u otros resultados. Se da por hecho que, si gana el PNV, éste pactará con los socialistas para conservar el gobierno. Y se ignora cualquier otra opción, como la de un pacto entre las dos formaciones nacionalistas, que por muy difícil que parezca no se puede descartar del todo. Y, sobre todo, pocos hacen la mínima mención a la fórmula que haría posible un gobierno de Bildu, en el caso de que ganara, pero sin los escaños suficientes para formar gabinete. ¿Se aliaría también con los socialistas? ¿Querría Pedro Sánchez afrontar las terribles críticas que la derecha le haría por dar ese paso? ¿Qué desgaste supondría eso para el PSOE?
De las consecuencias políticas que podrían tener las elecciones catalanas del 12 de mayo se habla casi tan poco. Nadie se ha molestado en profundizar sobre lo que implica la balandronada de Carles Puigdemont de que se retirará de la política representativa si no es nombrado presidente de la Generalitat. Cuando eso, aparte de la carga electoralista de su mensaje, equivale a decir que serán otros los encargados de decidir la futura política de alianzas de Junts y, en concreto, la posibilidad de que ese partido pueda un día pactar con el PP una moción de censura o incluso un apoyo parlamentario al partido de Núñez Feijoo tras las próximas elecciones generales.
Una vez que la ley de la amnistía entre en vigor y se empiece a aplicar cuando menos a los principales dirigentes independentistas, ese pacto sería posible y el PP sería el primer interesado en que se cumpliera. Es cierto que el interés prioritario del partido de Núñez Feijóo en estos momentos es reducir cuanto sea posible el peso electoral de Vox. Y que el principal obstáculo para lograrlo es el activismo que José María Aznar e Isabel Díaz Ayuso despliegan cada día en su contra: no por principio alguno, sino porque uno y otros, y sobre todo los dos últimos, se juegan casi la supervivencia en esa batalla. La carta de Junts podría ser un instrumento auxiliar para Feijóo en la misma.
Por último, las elecciones europeas están más perdidas que nada en las disquisiciones folclóricas del día a día: es infumable que la boda del alcalde de Madrid, con el rey emérito corrupto de protagonista destacado, haya sido el gran tema de varios días. Cuando esas elecciones son un asunto que podría ser trascendente. Aunque sólo fuera por dos motivos que tendrían un reflejo directo en España: uno, que la ultraderecha podría conquistar la primacía en el parlamento europeo. Dos, que la derecha española podría batir al PSOE en medida mucho más contundente de lo que auguran los sondeos y, además, junto a una caída muy significativa de los partidos situados a la izquierda del PSOE.