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Odiamos tanto a Irene

Imagen de archivo de la ministra de Igualdad, Irene Montero. EFE/ Chema Moya

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Me van a perdonar que hoy me quede un poco corto el artículo, pero he borrado los dos primeros párrafos. En el primero, comenzaba por dar mi opinión sobre la polémica de la semana, la ley del “solo sí es sí”, las revisiones de condenas, la respuesta de la ministra de Igualdad, el trabajo que su ministerio viene haciendo… Eliminado entero. Se van a quedar con las ganas de saber si me parece una buena ley o está hecha con los pies, si el problema son los jueces machistas o la ineptitud ministerial, si Montero viene haciendo un gran trabajo o es una calamidad. Para lo que quiero contar, cualquier prólogo al respecto quitará fuerza, sonará a obligados gritos de rigor, excusatio non petita, que la defiendo por estar en su bando, o que la defiendo sin dejar pasar la oportunidad de darle un palito.

El segundo párrafo también fuera. Según lo he releído, he apretado la tecla de retroceso durante varias líneas. Era una recopilación de insultos a Irene Montero, leídos en columnas y escuchados en tertulias radiofónicas y televisivas esta semana. Un párrafo entero, ya digo. Solo de esta semana, que si me pongo a recopilar desde que la ministra tomó posesión se me va la hora. Insultos únicamente publicados en medios, sin asomarme al pozo de Twitter, que daría para llenar varias páginas. Los iba a copiar aquí de muestra, pero qué necesidad de darles más eco. Fuera el segundo párrafo.

No sé qué piensan ustedes de la labor política de Irene Montero, si la respaldan o la critican, ni qué piensan de la ley o los jueces. No me lo cuenten, no lo escriban en los comentarios abajo. No me importa, pueden también ustedes borrar su primer párrafo de toma de posición, porque la pregunta es otra: qué piensan del segundo párrafo, omitido pero que estoy seguro de que conocen bien. Toda esa agresividad, falta de respeto, desprecio, burla, olimpiada de ingenios cavernícolas, violencia verbal. Todo ese odio, llamémoslo por su nombre.

Diría que no tiene precedentes en cuatro décadas y pico de democracia. Ministros cuestionados ha habido muchos, cómo no. Objeto de burla, unos cuantos, desde los chistes del ministro Morán en los ochenta que los más veteranos recordarán. Merecedores de constantes y muy duros ataques de la oposición y de los medios, sobran los ejemplos. En cada gobierno hay al menos un ministro diana, que recibe más ataques y mofa que el resto. Suelen funcionar como pararrayos, desvían hacia ellos buena parte de la energía opositora. Como el payaso que se lleva todas las bofetadas en el circo. Pero insisto: nada comparable a la hostilidad que recibe Irene Montero.

Es verdad que viene ya odiada de casa, que la ojeriza de la derecha (y no solo la derecha) es anterior a su llegada al Consejo de Ministros. Pero desde que tomó posesión ha sido un machaque sin fin. Da igual lo que haga o diga, incluso si en realidad no lo hace o lo dice, que también vale. Da igual si acierta o se equivoca, si se empeña o rectifica, que siempre la esperan con la lengua cargada el tertuliano aguerrido, el graciosete con programa de radio, el columnista filólogo y por supuesto el adversario político con el bazuca al hombro a poco que Montero asome por el Congreso o por la rueda de prensa tras el Consejo para anunciar algo. Y eso sin contar, insisto, el pozo sin fondo de las redes sociales. Parafraseando aquel cuento de Cortázar (Queremos tanto a Glenda) sobre unos fanáticos conjurados en su adoración por una famosa actriz, aquí hay mucho matón compartiendo una idea fija, obsesiva: Odiamos tanto a Irene. Así, sin apellido, que en su odio hay también ese paternalismo machista de llamar a las niñas solo por el nombre.

Tampoco es sorprendente. Al margen de su desempeño político, Montero reúne en su persona todo aquello que en España más excita al odiador político o mediático: es mujer. Es joven. Es de izquierda. Es feminista. Es de Podemos. Es parte del gobierno de coalición “social-comunista”. Es ministra de Igualdad. De ella dependen leyes muy controvertidas. Una sola de esas características ya te asegura tu cuota de menosprecio e insultos cavernícolas, al margen de tus aciertos o errores. Si reúnes varias, no hay paraguas que te cubra. Si las cumples todas, ni un búnker. Ella además tiene bola extra: odio en gananciales. Es la pareja de Pablo Iglesias, otro que ha recibido ataques (y mucho más que insultos) como nadie antes en la democracia.

Vuelvo a los párrafos eliminados. Da igual si estás a favor o en contra de ella, de su tarea, de sus leyes o de sus últimas declaraciones. Da igual el primer párrafo, la opinión que te merezca Irene Montero. Lo importante es el segundo párrafo, aunque lo haya borrado. Es inadmisible. Una anomalía democrática muy preocupante, y que solo puede ir a peor, pues no van a parar hasta acabar políticamente con ella.

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