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Cuando odias tu cuerpo

27 de marzo de 2022 21:54 h

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Cuenta la gimnasta Olatz Rodríguez en el libro ‘Vivir del aire’ (Planeta) que existen tantas formas de anorexia como de personas. Si pensamos en la anorexia normalmente visualizamos a una chica joven, adolescente, que abre el agua del grifo para que no se escuche el sonido de su vómito en el baño, con una visión distorsionada de su cuerpo: el espejo le devuelve un estómago curvado donde solo hay huesos y moratones. Pero lo cierto es que hay casos, como el de Olatz, en los que la enferma es plenamente consciente de su delgadez, no vomita a modo de purga, no deja de comer de un día para otro; sencillamente quiere estar delgada. La anorexia no siempre es un problema con la comida, no siempre es una dieta estricta que deviene en una enfermedad. Muchas veces el problema, que es otro y más profundo, se canaliza a través de la comida. 

Olatz Rodríguez formó parte de la selección española de gimnasia rítmica individual y fue finalista en el Campeonato de Europa júnior en 2018. Hasta que la hospitalizaron, con 37 kilos de peso. Todos los que hemos tenido un caso de anorexia cerca, como en mi caso con un familiar, conocemos bien el monstruo de la anorexia que describe Olatz en el libro. Un monstruo que tarda en hacerse visible, que lo único que come es el ánimo propio y ajeno mientras cuenta calorías, las consumidas y las quemadas, y remueve la comida en el plato como si fuese una bomba a punto de detonar. Es de las peores enfermedades para sufrir desde dentro, y especialmente desde fuera, porque la solución es tan sencilla como compleja para el enfermo: comer. Los supermercados, los bares, los restaurantes, todo en nuestra cultura grita comer mientras el enfermo solo puede pensar en no hacerlo.  

El libro de Olatz llega en un momento bastante oportuno porque la pandemia ha disparado los casos de Trastornos de Conducta Alimentaria. Según una investigación de la Universidad de Cambridge basada en los registros de salud electrónicos de 5,2 millones de personas menores de 30 años, la incidencia de diagnóstico fue un 15,3 % más alta en 2020 en general en comparación con años anteriores. Los propios hospitales avalan el aumento en los casos durante estos dos últimos años en los que hemos tenido el coctel perfecto de estrés, aislamiento, virtualización de las relaciones y horas frente al espejo. 

Otro elemento para añadir al coctel perfecto es el de las redes sociales. Existe una relación entre el uso de redes y el riesgo de padecer TCA. La razón es bien sencilla, en las redes sociales hacemos el ejercicio más lesivo posible para nuestra autoestima: comparar. Si la comparación fuese una fase lunar en redes sociales sería siempre ascendente. Y comparar es una partida de inicio trucada porque siempre, absolutamente siempre, salimos perdiendo. Especialmente en un territorio de rutinas fitness y culto al cuerpo. 

Los trastornos alimentarios son un tema irritante para retratar en medios de comunicación o en productos culturales. No tienen tanta representación como la ansiedad o los problemas con las drogas. No aparecen en series como ‘Euphoria’ o ‘Élite’ entre destellos de purpurina. No se investigan tanto. En algunos países ni siquiera existen registros nacionales de muertos por TCA. Son enfermedades feas, descarnadas, aparentemente irracionales porque, a diferencia de muchos otros trastornos de salud mental, se basan en el autocontrol.

Por eso incide Olatz en la importancia de hablar de la anorexia, sin tapujos, sin mitos o percepciones erróneas, y de invertir en salud mental para no tener que hipotecarse para que un familiar se recupere, si lo consigue, porque la recuperación de la anorexia es un camino largo y repleto de minas. Pero sobre todo hay que hablar de la anorexia porque cada vez más gente ve reducida su vida a una cifra en una báscula, porque cada vez más personas odian su cuerpo.