‘El odio’, un libro odioso que se debe publicar

Cuando en 1856 Gustave Flaubert publicó Madame Bovary alcanzó un éxito de ventas inmediato. Su protagonista, Emma Bovary, se convirtió en la adúltera más desafiante de todos los tiempos: no se arrepentía ni sufrió el castigo que merecía a juicio de los bienpensantes. Flaubert fue denunciado por “ultraje contra la moral pública”. Y poco después fue absuelto.
Madame Bovary era un personaje de ficción y esto presenta algunas ventajas. Porque estos días está en tela de juicio otro libro, El odio, de LuisGé Martín. Debía publicarse hoy y mientras escribo no se sabe si lo hará. Se trata de un libro basado en hechos reales, para cuya redacción el autor ha contado sólo con el testimonio de José Bretón. Narra cómo asesinó a sus dos hijos de seis y dos años para hacer daño a su pareja, Ruth Ortiz. Gracias a la lucha de Ortiz, los españoles y españolas comprendimos en qué consiste la violencia vicaria.
Desalmados como Bretón existen. Son como nosotros, pero carecen de alma. No es poca cosa. Podemos consolarnos pensando que no son humanos, y así alejarnos moralmente de ellos, pero nos estaremos engañando. El mal absoluto forma parte de la naturaleza humana y, desde mi punto de vista, tiene interés conocer cómo es una persona sin alma.
Se han empleado dos argumentos para abogar por la prohibición de El odio. El primero es que daña a Ruth Ortiz, quien fue víctima de la violencia vicaria. El segundo es que puede afectar al honor y la imagen de sus hijos, que incluso después de morir gozan de una protección especial por ser menores. Sobre esto no me puedo pronunciar sin leer el libro (y la editorial ha dejado de remitirlo a los periodistas interesados). Pero sin duda se evaluará en el juzgado cada frase específica, cada adjetivo y cada conjunción que el autor haya elegido para referirse a los hijos de Ruth Ortiz. El juez de Barcelona que ha decidido no paralizar de forma cautelar el libro también esgrime que no lo ha podido leer, porque en la denuncia le presentan fragmentos publicados en la prensa. Es decir, no ha entrado en el fondo del asunto.
Sobre el daño que el libro causa a Ruth Ortiz, hay a mi juicio una evidente cuestión de principio. Decir que empatizo con el dolor de Ruth Ortiz resulta pretencioso. Como madre me puedo imaginar el dolor de perder a un hijo, pero creo que la imaginación se queda corta. Ruth Ortiz descendió a los infiernos y una parte de ella se quedó a vivir allí. Las leyes la protegen y deben contribuir a su recuperación, que nunca será total.
No me cabe duda de que haber tenido noticia de la publicación del libro le hace daño. Sin embargo, resultaría desproporcionado fijar el baremo de lo que puede leer la sociedad con arreglo al dolor que ella puede soportar. Las víctimas son dueñas de su dolor, lo respetamos y lo tenemos en cuenta. Tienen derecho a hacer su denuncia, también a escribir su propio libro. Yo lamento de veras que ella sufra, pero no lamento que se publique el libro. Haber sido víctima de un sufrimiento terrible no le da derecho a gobernar lo que nuestra conciencia debe o no conocer. De lo contrario nos deslizamos por una pendiente resbaladiza: ¿cuánto tiene que dolerle a la víctima para que pueda decidir qué libros se publican? ¿Cuenta sólo la violencia machista o sumamos cualquier tipo de violencia? ¿Cuenta un holocausto o la represión de una dictadura? ¿Se puede describir a un general al frente de una matanza de guerra? El cine bélico ha hecho mucho por el pacifismo, al mostrar de forma descarnada los horrores de la guerra, ¿se prohíbe una película si hay alguna víctima de alguna guerra pasada que no lo soporte? ¿Prohibimos que se escriba sobre cualquier hecho real que cause daño? ¿Y sólo en forma de libro o también como película, canción, etc.? ¿Y en las redes? Lo malo de la censura es que, cuando empieza, no hay forma de satisfacerla por completo.
Desde una pretendida profesionalidad, han tratado de explicarnos estos días que podrían permitirnos leer el libro si su autor hubiera llamado por teléfono a Ruth Ortiz. También el fiscal imperial de Francia, Ernest Pinard, quiso explicarle a Flaubert en el juicio cómo debía hacer su trabajo: “¿Trató de mostrar [a Emma Bovary] por el lado de la inteligencia? Nunca. ¿Del lado del corazón? De ninguna manera. ¿Del lado de la mente? No. ¿Del lado de la belleza física? Ni siquiera eso. (...) El retrato es por encima de todo lascivo, la imagen es voluptuosa, la belleza es una belleza de provocación”. Flaubert lo escribió mal, aunque el juicio literario de los siglos discrepa del fiscal imperial, por qué será.
Rechazo cualquier pretexto que normalice la idea de una censura previa. Y sin embargo, considero muy probable que Luisgé Martín haya hecho un libro sesgado, porque parte de la presunción errónea de que se puede retratar a una persona hablando sólo con ella. Teniendo en cuenta hasta qué punto nos desconocemos a nosotros mismos, no me caben dudas de que su retrato sería mucho más rico si hubiera hablado con más gente. En todo caso, es su decisión de autor: escribir un libro desde un único punto de vista. No ha escrito una noticia ni un reportaje periodístico, sino el libro que ha querido escribir. Si se ha equivocado y ha escrito un libro mediocre serán los lectores y las lectoras quienes deban juzgarlo.
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