Ya tenemos ODS... ¿Y ahora qué?

¡El mundo ya tiene objetivos para los próximos 15 años! El pasado fin de semana, la Asamblea General de la ONU adoptó la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, tras la aprobación por parte de los Estados miembros de la Naciones Unidas de una resolución que plantea 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible, con 169 metas en los ámbitos económico, social y ambiental.

El camino para llegar a definir estos objetivos ha sido largo y arduo, dado que desde el inicio del llamado “proceso post-2015”, allá por 2012, se buscó una amplia participación de todo tipo de “actores” no gubernamentales implicados en el desarrollo y la sostenibilidad. Así, se abrieron espacios donde pudieron participar desde personas individuales, a través de una consulta pública en Internet, a la sociedad civil organizada, instituciones académicas, organizaciones internacionales, sindicatos, etc… además del sector privado empresarial (fundamentalmente transnacional), al que no era preciso invitar, ya que desde hace años está “insertado” en Naciones Unidas, como pone de relieve esta reveladora investigación del Global Policy Forum, donde se examina el papel y la influencia de las grandes empresas transnacionales en el proceso de definición de la agenda post-2015.

Esta confluencia de actores privados, instituciones internacionales y gobiernos de todo el mundo ha permitido que, finalmente, tengamos unos ODS ambiciosos y universales, casi a la altura de los enormes retos que afronta la humanidad y el planeta: la desigualdad creciente y la exclusión de millones de personas (mayoritariamente mujeres) de los procesos de desarrollo, condenándolas a la pobreza extrema; la injusticia social, la violencia y el desprecio por los derechos humanos; el desempleo masivo, fundamentalmente de los jóvenes; el cambio climático y la sobrexplotación del planeta…

Estos nuevos ODS incorporan elementos relevantes, como la integración del desarrollo humano y la lucha contra la pobreza con un medioambiente sostenible; el reconocimiento de que las desigualdades, tanto entre países como en el interior de los mismos, es un obstáculo para el desarrollo humano; y la universalidad de los objetivos, que obliga a todos los países a desarrollar una agenda para cumplir las metas establecidas.

Sin embargo, estos objetivos también presentan sombras alargadas, que pueden inutilizarlos como herramienta válida para resolver los retos mencionados. Por ejemplo, su cumplimiento es voluntario, cuando se sabe lo fácil (y barato) que resulta incumplir compromisos internacionales. O la reiteración de la idea de que el crecimiento económico de un país es lo que hace aumentar el bienestar de su población, cuando venimos observando desde hace tiempo, más últimamente y en prácticamente todos los países, que el crecimiento aumenta el bienestar sólo de algunos pocos, además de ser la causa fundamental del expolio de recursos naturales, el deterioro medioambiental y el cambio climático. También cabe mencionar que los derechos humanos siguen sin estar en el centro de la agenda de desarrollo, y ni se mencionan en los objetivos.

Pero la preocupación fundamental ahora, una vez ya firmada la Agenda 2030, es cómo se van a implementar estos objetivos. Por un lado, será necesario que cada país establezca un Plan Nacional de Implementación definido con la participación de los distintos sectores de la sociedad, y que contemple no solo las políticas públicas que deben contribuir a la lucha contra la pobreza y la desigualdad en el país, sino también las políticas que afectan al desarrollo humano y sostenible de los habitantes de otros países.

Por otro lado, no existe financiación prevista para avanzar hacia el cumplimiento de los ODS. Los recursos de Naciones Unidas son escasos. Los países más ricos siguen sin cumplir su compromiso de destinar el 0,7% de su PIB a Ayuda al Desarrollo y sus presupuestos para temas sociales disminuyen en vez de aumentar. En los países del Sur Global aumenta la presión fiscal de su población, pero con impuestos nada progresivos, como el IVA, mientras se extienden las exenciones fiscales a empresas, gracias a la competencia fiscal entre países, y los gobiernos se ven incapaces de luchar contra la enorme sangría que supone la evasión y la elusión fiscales de las transnacionales.

Ante este panorama, son muchos los que confían en el papel a desempeñar por el sector privado empresarial y por las alianzas público-privadas para lograr los objetivos fijados. Para los gobiernos, supone una manera de diluir sus compromisos. Para las grandes empresas, los ODS significan una oportunidad única de negocio para ocupar segmentos de mercado que hasta ahora no existían o no estaban a su alcance. Para Naciones Unidas, significa recursos financieros…

Dada la magnitud de los fondos necesarios para cumplir con los nuevos objetivos, no se puede negar la necesidad de la inversión privada. Sin embargo, ello no debe suponer una dejación de responsabilidades por parte de las instituciones públicas y gobiernos sino todo lo contrario. Más que nunca es necesario el liderazgo de Naciones Unidas desde los valores sobre los que se constituyó, y de los gobiernos como defensores de los intereses comunes; el fortalecimiento de los marcos legales en los que actúan las empresas, la transparencia y la rendición de cuentas; y la evaluación de las actividades empresariales desde el punto de vista del desarrollo humano y sostenible y el respeto a los derechos humanos, cuestiones todas ellas pendientes de acometer.

Para terminar, un ejemplo de cómo una empresa privada (Project Everyone) ha intentado apropiarse de una iniciativa que es un bien público global: la imagen de los ODS. Esta empresa, que ha cambiado el nombre a los ODS, pasando a llamarlos “Objetivos Globales”, ha sido la creadora de los 17 iconos que representan cada uno de los ODS. Por cierto que, en su afán de simplificarlos para facilitar su comunicación, ha resumido el nombre de cada objetivo, cambiando con ello el sentido de algunos. Por ejemplo, la “gobernanza inclusiva” a la que se refiere el objetivo 16, se transforma en “instituciones fuertes”; el “consumo y producción sostenibles” del objetivo 12 se traduce como “consumo y producción responsables”; y la “alianza mundial para el desarrollo sostenible” a la que se refiere el objetivo 17, ha pasado a llamarse “Alianzas (en plural) para el logro de los objetivos”. Pues bien, en un principio el copyright de estas imágenes figuraba como de la empresa, que reclamaba derechos de autor, también sobre el contenido de la web que ha creado. Tras la denuncia de organizaciones de la sociedad civil (ver artículo de Barbara Adams), la web ha modificado sus términos de utilización, dotando a las imágenes de una licencia Creative Commons. No así para el resto de la web, consistente en una campaña mundial de lanzamiento de los ODS, y respaldada por diversas empresas, medios de comunicación, ONG internacionales y agencias de Naciones Unidas. Debemos estar siempre alerta.

El artículo refleja la opinión del autor. Economistas sin fronteras no coincide necesariamente con su contenido.