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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Olor a Trump

Donald Trump en una imagen de archivo.

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Estaba Europa hablando del poder simbólico de Notre Dame, catedral de gran belleza que se sobrepone al tópico, y de los valores que alberga como espacio cultural, cívico y religioso y llegó Donald Trump y lo primero que vio es que era el escenario perfecto para vender Fight Fight Fight, su nueva gama de perfumes para estas Navidades. Convirtió a Jill Biden en involuntaria protagonista de un meme para vender el aroma del “éxito y la determinación” al que ni “tus enemigos se pueden resistir” y lo colgó en su red Truth Social. Se confirmó que al presidente electo de EEUU no le impresiona la grandeza y solemnidad de la vieja Europa y su mente de vendedor activa 24/7 solo capta nuevas oportunidades para hacer caja. Ahora las transacciones se hacen en Mar-a-Lago a la caída del sol, porque Trump es un noctámbulo que renace al anochecer y se alimenta de la perspectiva de mezclar ocio y negocio. Un ejemplo: la cena con la que concluyó la visita del primer ministro canadiense Justin Trudeau a Trump para tratar el asunto de los temidos aranceles. Cuentan en el New York Times que al acabar la cena, en la que Trump pinchaba la música a través de su tableta, entregó a Trudeau un folleto con las condiciones para hacerse miembro de su club que incluía suculentas ofertas de tratamientos estéticos y otros productos.

La vulgaridad y la falta de límites éticos y estéticos han jugado siempre en beneficio de Trump, y las reacciones indignadas y condescendientes de sus adversarios contribuyen a ello. Es conocido por todos que prefiere beber Coca Coca light al más caro de los vinos y que su amor por la comida basura de McDonalds es tan real y apasionado como su misoginia y sus salidas de tono. Puntos a su favor. La tendencia antiintelectual que él encarna ya lo impregna todo, y como ejemplos cercanos tenemos a Isabel Díaz Ayuso y a sus señorías en el Congreso cada miércoles. Reconozco que la semana pasada di un respingo cuando escuché a Míriam Nogueras, portavoz de Junts en ese territorio enemigo que es Madrid, pedir al PSOE que “moviera el culo”. Lo del culo, caca, pedo y pis ya ha llegado a la burguesía catalana, pensé consternada, imaginando la posibilidad de que Puigdemont lanzase una fragancia para estas Navidades, con notas de fondo de nueva Convergència.

Mientras tanto, EEUU huele cada vez más a Trump. Las encuestas muestran un alto grado de satisfacción por la victoria del republicano, los medios aplauden los discursos trumpistas y caen las últimas resistencias del capital que aún desconfiaba de las contradicciones del programa político y económico del presidente. El partido demócrata ha desaparecido del mapa hundido por sus propios errores y hay colas para acudir a Mar-a-Lago y bailar agitando espasmódicamente los puños cuando suena la canción YMCA de Village People. Los americanos se han entregado a la pulsión de comportarse como concursantes de un reality show, que es algo que Trump y los políticos que siguen su estela hacen a todas horas. ¿Qué sentido tendría, si no, negarse a conmemorar la llegada de la democracia a España? Todo por el share. En Trump se trata de una tendencia que data de sus días como estrella televisión y que no ha hecho más que crecer en la era de los memes en las redes sociales y que ha cristalizado en una generación de políticos que son creadores de contenido y extensiones de marca, y como tales no se les puede exigir un mínimo de rigor, educación o debate tranquilo de ideas.

He caído y visitado la página de venta de perfumes de Trump. No he podido encontrar si posee notas amaderadas, florales o ambarinas, aunque el lema es potente: “Tu grito de guerra en una botella”. 199 dólares cada frasco, casi el doble que los perfumes clásicos de Dior o Hermès, pero barato si condensa el aroma de la patria. No esperen encontrar notas de vivienda digna ni de educación pública crítica y humanista ni de sanidad universal a salvo de especuladores. Piensen, más bien, en aquella frase inmortal de Hamlet: “Algo huele a podrido en Dinamarca”. El final, como en la obra de Shakespeare, puede ser trágico. 

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