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Oportunidad para una Europa que no está, ni estará, preparada

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, y el presidente de EEUU, Donald Trump, el 21 de enero de 2020, en Davos.
6 de noviembre de 2024 22:44 h

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La contundente victoria de Trump podría, tendría que, ser una oportunidad para que Europa, la UE, reaccionara buscando más dinamismo económico, más autonomía estratégica civil y militar. No parece que lo vaya a conseguir. Está dividida y la política europea -a 27 y en cada uno de sus Estados miembros-, tras esta victoria tenderá a normalizar aún más a sus extremas derechas. Desde Francia, Macron fue ayer uno de los primeros líderes europeos en felicitar a Trump, reclamando “una Europa más unida, más fuerte”. ¿Se lo cree? Sería necesario en un mundo en el que crece la incertidumbre, y en el que la democracia se tambalea y genera resultados de este tipo. Será difícil o imposible. Salvo que Trump lo fuerce, a su pesar.

Trump, siempre imprevisible, quizás menos esta vez, llega con más fuerza que antes, con una victoria clara y con la experiencia de un primer mandato, aunque pronto se dará cuenta de que el mundo ha cambiado. EEUU y Occidente mandan menos. El próximo presidente lo tiene relativamente fácil para cumplir una de sus promesas en el tablero internacional: acabar con la guerra de Ucrania. Basta con que cierre el grifo de la ayuda militar a Kiev, aunque sea una ayuda de la que se aprovecha el complejo industrial-militar, hoy más bien el llamado Estado Profundo, al que compensará, y convencer a Putin de un pacto que deje al país invadido fuera de la OTAN, que es el objetivo central de Moscú. Una vez más, tras Afganistán, tras Irak, los europeos que han venido apoyando a Kiev se pueden quedar en una posición muy incómoda, y divididos. De todas formas, tampoco había, hay, unidad al respecto. Incluso Olaf Scholz se quiere presentar ahora como “canciller de la paz”. Además, los europeos pro-rusos son también pro-Trump. ¿Y frente a China? ¿Sabrá Europa mantener una autonomía? Será una cuestión decisiva, pero está por ver. Hoy por hoy, Europa sigue necesitando a EEUU en muchas cosas, desde la tecnología a la defensa, pasando por el dominio cultural estadounidense y la energía. Y por algo ha aplaudido tanto Netanyahu este triunfo de Trump, a pesar del apoyo incondicional e indispensable de Biden a Israel y sus guerras en curso en Oriente Próximo.

Desde Bruselas, las instituciones europeas preparan la reacción a posibles medidas proteccionistas de Trump. Este no es tanto un unilateralista, como un transaccional, es decir que buscará acuerdos de los que EEUU saque beneficios. Eso incluye la compra de armamento estadounidense, una razón principal para que Trump, cuando era presidente exigiera a los aliados (no solos los europeos) gastar más en seguridad, entiéndase gastar más en comprar armamento estadounidense. Europa se plantea impulsar una política industrial militar propia, pero aún está lejos de ello, y Trump hará lo posible para evitarlo. No es una novedad. También, menos aún con el asesoramiento y acicate de Elon Musk, combatirá el poder regulador de Bruselas. Cabe esperar un desarrollo de nuevas tecnologías, incluida la Inteligencia Artificial, mucho más libertaria, es decir, en estos casos, con menor control humano, y respondiendo a mayores intereses empresariales, y sí, frente a Europa, con mayor innovación.

La economía estadounidense va como un tiro, aunque su crecimiento no ha permeado aún en la población. Ese ha sido el éxito -con la enorme inyección de dinero público que le ha metido a la economía, incluido para las guerras-, y el fracaso de Biden/Harris. Está creciendo tres veces más deprisa que la Eurozona, que se está quedando descolgada. Los informes de Draghi y de Letta lo han diagnosticado bien y apostado por terapias que pasan por ingentes inversiones público-privadas (incluidos fondos europeos). Tampoco hay, de momento, acuerdo.

Ni siquiera está sobre la mesa una solución de geometría variable, con los que quisieran más integración avanzando por su cuenta. Requeriría, cuando menos, el concurso, el liderazgo, de París y de Berlín. La política francesa hace agua, y le está allanando el camino a Marine Le Pen y los suyos. La alemana está al borde del colapso, como su modelo económico.

Con Trump en la Casa Blanca y el dominio del Congreso (ya ha recuperado su mayoría en el Senado), con esta derecha radical en el poder en la primera potencia mundial en muchos órdenes, Washington se puede convertir en el centro de una nueva Internacional de Extrema Derecha, y debilitar aún más a Europa. Puede que Trump esté ahí para un segundo y único mandato que le queda, pero el trumpismo se ha hecho fuerte y permanecerá en una sociedad polarizada en sus raíces. Esta vez, pese a toda la desinformación, los ciudadanos han votado a sabiendas. Hacia el Sur, Trump mirará a Milei, y que se preparen los pobres cubanos ya suficientemente castigados por la incapacidad de su régimen. Hacia Europa, su aliado favorito, de momento, será la Hungría de Viktor Orban, despreciada desde la propia Bruselas. La extrema derecha en toda Europa, euroescéptica, deseuropeizadora, de muros y no de puentes, antiabortista y machista, negacionista del cambio climático -como Trump-, se siente reforzada, y normalizada. Ello cuando las políticas nacionales pesan más sobre las instituciones europeas, Comisión incluida.

La política en Europa puede sacar algunas lecciones de esta clara victoria. La primera es que la izquierda debe defender su base, y no abandonarla, especialmente tras el declive de la industria tradicional, como hicieron los demócratas en EEUU, algo que Trump supo leer y capturar. Aunque Biden intentó una rectificación, sus medidas no calaron con la suficiente rapidez. La segunda es que la buena marcha de la macroeconomía, del PIB y otros referentes que la gente no entiende, sirven de poco si no permea a la gente, si siente que vive peor que antes. A pesar del mayor empleo, el deterioro con la inflación del poder adquisitivo, de lo que uno siente que puede comprar con lo que le entra en el bolsillo, ha desequilibrado a Macron en Francia y a otros dirigentes. En España, Pedro Sánchez y sus socios estarán muy atentos a este fenómeno, que no es tan diferente del estadounidense. Además, las políticas identitarias pesan. Ahí está la creciente oposición a la inmigración en EEUU y en toda Europa, con el creciente atractivo de fórmulas indecentes como la de Meloni desde Italia. La contaminación por la extrema derecha del centro, incluso de una cierta izquierda (como la nueva izquierda alemana de Sahra Wagenknecht), que comenzó mucho antes de esta victoria de Trump, se verá reforzada.

Europeísmo escéptico. En eso estamos.

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