Optimismo de la voluntad

13 de febrero de 2024 22:35 h

0

El otro día vi el documental de John Akomfrah sobre Stuart Hall, pionero de los estudios culturales, teórico marxista y fundador de la New Left Review. Más allá del interés que ya tenía por él y por figuras adyacentes, como Raymond Williams, me llamó la atención algo en lo que no había reparado antes, un particular ejercicio de empatía histórica: ponerme a pensar en cómo debió ser la posición de desencanto e ilusiones perdidas producida cuando, después del golpe de estado que truncó el sueño de Allende en Chile, comenzó la gran transformación global propiciada por el neoliberalismo thatcheriano, la aplicación de los preceptos de la Escuela de Chicago, la profundísima crisis cultural de la izquierda. Y nunca he sido ajena a los sueños rotos de ese siglo XX, a todas las esperanzas y modelos que se deshicieron, pero pensar en este, quizá por su proximidad temporal, produjo en mí un efecto particular.

No debió ser fácil entonces conservar el optimismo de la voluntad de Gramsci que el mismo Stuart Hall cita, en casi la única cita explícita que aparece en el documental; pesaba más, seguro, el pesimismo de la inteligencia. Pero se hizo lo necesario por guardar y atesorar la esperanza. Atravesar la destrucción de esos años debió producir, en todo aquel que lo contemplara, un efecto desolador. Y pensar en esa desolación, al contrario, no me hace hoy sino ser un poco más optimista. Se nos cae encima una encrucijada climática sin precedentes, desde luego, pero aun así hay luces y claros; sé que en el mundo hay Mileis y motivos constantes para el desasosiego, pero también veo en todos lados el deseo reactivado de la esperanza y la liberación. Sacudió con fuerza a lo largo de la década pasada, en el mejor de los sentidos; que ahora haya aflojado no me entristece, sino que me hace verlo, una y otra vez, como algo posible.

Es por ese mismo optimismo de la voluntad por el que quiero, por ejemplo, imaginar que el lunes podemos despertar con la promesa de un Gobierno tripartito en la Xunta de Galicia, gracias a un extraordinario resultado de Ana Pontón y a la entrada de Sumar; porque no hay nada fecundo ni necesariamente valioso en la actitud ceniza o descreída, desencantada y enamorada del desengaño. Que no hay victoria necesaria de la derecha, sino solamente victoria contingente, es algo que ya demostró España en julio, actuando en el contexto europeo prácticamente como excepción; que Galicia pueda volver a propiciar un revés de la derecha cuando la derecha se cree casi siempre invencible, suceda o no, es una buena nueva más.

Leía hoy una columna de Santiago Alba Rico, cuyo pensamiento con frecuencia admiro, que acababa con la siguiente reflexión: “Desplazar al PP del gobierno no es solo desplazar al PP del gobierno. Es apostar por (y hacer avanzar un milímetro) esa Hespaña republicana, federal, democrática, difícil (poblada de bichos raros, de todos los sexos y todas las lenguas, obligados a negociar libremente) con la que soñó Castelao. O como reza el título del último y excelente libro de David Rodríguez sobre el padre del nacionalismo galego: liberdades antigas, tempos modernos. Para todos”. Yo añadiría algo más: desplazar al PP del gobierno no es solo apostar por otra Galicia y otra España posibles y soñadas, sino insistir un palmo más en la posibilidad de la esperanza, seguir demostrando a cada paso que otra vía es posible, otra fórmula más digna, más justa, más libre, más democrática; definir un poco más los contornos de esa excepción internacional en la cual, por fortuna, parece tocarnos vivir en un momento convulso, de crisis tras crisis mundial. Ningún esfuerzo que busque ese objetivo será en vano y tampoco ningún esfuerzo será suficiente. Ojalá el domingo brillen, como en el poema de Andrée Chedid: más lejos, más lejos que nosotros, forjados de otros mitos, se alzarán soles de cara insospechada; sangrando de todas nuestras heridas, hinchados de nuestras raíces, se elevarán otros soles; soles aún verdes. Y, si tras el domingo no brillan más, seguiremos, como en tantos otros momentos, insistiendo en empujar ese horizonte de lo posible.