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Otegi es mejor que Abascal

Jesús Eguiguren y Arnaldo Otegi, premiados en Gernika.

Antonio Maestre

Sí, Arnaldo Otegi es mejor y más respetable que Santiago Abascal. Lo asevero para que no haya lugar a dudas y solo continúe leyendo quien tenga interés en comprender las razones, además de evitar al lector la incertidumbre de pensar durante todo el texto que este titular sea un clickbait que busque la ambigüedad para decir lo contrario y atraer lecturas incautas. Arnaldo Otegi es mejor que Santiago Abascal y Bildu, un partido mucho más decente desde el punto de vista moral que el de los posfascistas de Vox.

La derecha está muy preocupada ante la toxicidad de sus alianzas con Vox. El lanzamiento de la granada al centro de menores no acompañados en Hortaleza empieza a ubicar a los posfascistas en una posición delicada por su mensaje de odio y xenofobia. La lógica unión entre su discurso y los hechos acontecidos empieza a ser un problema que roza lo penal más que lo político y es necesario encontrar una vía de escape para hacer más tolerables las alianzas con ellos en Madrid, Andalucía o Murcia. Lanzar a la arena política los pactos con Bildu es una estrategia evasiva bastante socorrida que goza de la virtud de los medios de comunicación conservadores y sus correligionarios en los espacios de debate. Hablar de Bildu como socio del PSOE o de la izquierda nacional en general. Lanzar a Otegi a la cara de la moral progresista.

Marta Etura consideraba en una entrevista en El Mundo que no es normal que un terrorista pueda tener cargo público. Quizás debería informarse antes de otorgar asesinatos a Arnaldo Otegi que no cometió. Es cierto que su presencia en política normal no es. España no es un país normal. Puede que no sea ni deseable, estaría de acuerdo con ella en que quien tiene delitos contra la integridad física de una persona, por motivaciones políticas o delitos de odio debería quedar inhabilitado para ejercer un cargo público en el futuro. Para siempre. Puedo suscribirlo. Y ampliar la propuesta. Lo que no me parece tan adecuado es circunscribir el problema a la actividad criminal ejercida por una parte sin considerar el hecho de que la actividad criminal nunca ha sido óbice para ejercer en este país responsabilidades públicas al más alto nivel por parte de su contraria. No hablamos solo de que el partido conservador por excelencia haya tenido plagadas sus filas de miembros de la dictadura sin que se haya considerado ilegítima su presencia en cargos públicos, de que Manuel Fraga haya sido el máximo dirigente del PP tras ser responsable de cargos públicos durante la dictadura ocupados de la represión de otras ideologías y sus miembros. Se asumía entonces que la democracia y la representación pública estaban precisamente para olvidar actitudes pasadas. Por eso se toleró ver en cargos de representación a quien antes mandaba apalear, torturar o matar.

En España hemos tenido hasta agosto de 2018, hasta ayer mismo, a Manuel Sánchez Corbí como máximo responsable policial de la Unidad Central Operativa (UCO). Un Guardia Civil condenado por torturas en 1997. En el año 1992 torturó al etarra Kepa Urra y la Audiencia de Vizcaya le declaró culpable condenándole a cuatro años de cárcel y seis de inhabilitación. Una rebaja posterior de la condena del Tribunal Supremo y un indulto de José María Aznar le permitió seguir en la benemérita y posteriormente ocupar ese puesto de importante responsabilidad. Es cierto lo que decía Marta Etura. No es normal. España no es normal.

“Tomar posesión de un escaño siempre es preferible a empuñar las armas”. Es una sentencia que todos en democracia estamos obligados a firmar con nuestra propia sangre. Es la base sobre la que se sustenta el Estado de Derecho, la representación de las ideas sin violencia. Es una frase de José María Aznar en 1998, cuando en pleno proceso de diálogo puso sobre la mesa todas esas promesas de integración institucional de la izquierda abertzale si ETA dejaba la violencia. No convendría transmitir que aquellas promesas de restitución política eran solo una artimaña para ganar el pulso y que no hay interés en la normalización pública de aquellos que dejaron las armas para defender unas ideas que, sin violencia, son totalmente legítimas. Y esa es la base fundamental del respeto debido a un partido y su discurso en el presente. Las ideas defendidas y el respeto a los derechos humanos fundamentales.

El pasado y el presente son los que marcan la valoración pública sobre la presencia en las instituciones. El legado y la memoria son imprescindibles, y la reparación y la construcción cotidiana de la convivencia son el modo de revertir el daño causado por el odio cerval de los terroristas y los que los toleraron. Algunos miembros de Bildu y Arnaldo Otegi han hecho un viaje desde la intolerancia, el crimen y el terror al respeto al diferente y la asunción de una sociedad plural en la que las ideas tienen que ser tratadas en los foros de representación democráticos. Muchos de los ahora presentes en la organización abertzale fueron miembros de partidos que siempre, reitero que siempre, buscaron la paz. Algunos como Arnaldo Otegi construyeron junto a Jesús Eguiguren el espacio de diálogo necesario para que la violencia solo fuera un recuerdo presente que curar día a día. El crimen y la enmienda son partes indispensables del relato de Arnaldo Otegi y ambos tienen que ser puestos sobre la mesa para valorar su presencia en las instituciones. Eso no significa que Otegi sea alguien al que admirar, ni que sea un personaje íntegro que elevar a los altares. No merece elogio quien durante los años más duros de la represión terrorista y los atentados más salvajes fue parte de la maquinaria política que asumió la violencia como un elemento más de la política vasca. Preferiría un país en el que la sociedad sancionara en las urnas estos comportamientos. Y sí, con todo, es hoy, en la actualidad, mejor que Santiago Abascal.

Es en ese espacio actual de construcción del respeto a los derechos fundamentales donde el líder de Vox ha mostrado que supone el mayor riesgo presente de nuestra convivencia. Un personaje como Abascal, que construyó su conciencia colectiva en un País Vasco con intolerancia a los que eran como él, tendría que haber aprendido lo que supone poner por delante el odio en el debate público. No solo no ejerce lo que tuvo que ser un aprendizaje vital, sino que por una cuestión crematística, de subsistencia monetaria, ha puesto por delante su posición económica construyendo un partido posfascista basado en el odio a los colectivos más vulnerables de nuestra sociedad. Odio a las mujeres, al colectivo feminista, a las personas migrantes y a los niños extranjeros, al colectivo LGTBI. Aversión al diferente, nacionalismo xenófobo, enfrentamiento y la creación de un caldo de cultivo que posibilita y legitima agresiones y vejaciones a miles de ciudadanos y ciudadanas por su condición, origen o filiación política. Eso es Santiago Abascal. Mucho peor que Otegi.

A pesar de que en España no son normales muchas cosas sí es normal que los reaccionarios busquen proyectar sus propios monstruos a la izquierda. Es normal que la jauría derechista mande a sus corifeos a a injuriar y esputar sus exabruptos hacia aquellos que escriban letras como las de estas líneas osando perturbar el relato maniqueo durante tantos años esculpido en dogma sin palabra de disensión tolerada. Juan Díez Fernández se lo escribía con cabeza alta a la carcundia asturiana: “Ellos creen que no sólo ha de triunfar su política, sino su interpretación de los hechos impuesta a los demás españoles a través de un estado de excepción. Propósito absurdo y disparatado, porque cada suceso tiene que someterse al reactivo de muchos juicios para que pueda ostentar el cuño de la verdad. Tendrán que oír los cavernícolas de Asturias y de toda España lo que opinamos nosotros”. Los hechos presentes no dejan mucho espacio a la interpretación sobre quién aporta más a la convivencia entre diferentes. Arnaldo Otegi es más respetable y mejor que Santiago Abascal. Ya pueden ladrar sus inepcias.

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