Superado el trance parlamentario, con esperpento contable incluido, el Gobierno ha ganado la partida. Que Esquerra Republicana y el PNV hayan votado en contra no debe tener consecuencias políticas mayores. Que Ciudadanos se haya sumado al PSOE y a Unidas Podemos, tampoco. Lo más destacado, en términos generales, es que el PP se ha llevado otro batacazo. Y la lista de fracasos es demasiado larga para un partido que aspira a desplazar a la izquierda del gobierno dentro de dos años. Pablo Casado lo tiene bastante negro.
Todas y cada una de las batallas que ha tratado de librar, con ardor, sin concesiones y con todo lujo de medios, han terminado mal para él. La última, la del reparto de los fondos europeos. Que languidece tras la incapacidad del PP de presentar pruebas mínimamente solventes de irregularidades y favoritismos y el apoyo claro de la presidenta de La UE, Ursula Von der Leyen, a la actuación del Gobierno español en esta materia, haciendo oídos sordos, si no algo peor, a los repetidos intentos del PP de desprestigiar a Sánchez ante las autoridades europeas.
La anterior, el ataque durísimo, y con la prensa adicta desatada, contra Alberto Garzón sobre la base de argumentos inexistentes o de mentiras flagrantes en torno a las palabras del ministro. Contrariamente a lo que podría haber pensado al inicio de la campaña contra él, cuando una parte del PSOE y el propio Sánchez vinieron a poner en duda la solvencia de su actuación, Garzón ha ganado peso con esos rifirrafes. Y sus denuncias contra las macrogranjas han terminado por convertirse en un dato que muchos españoles comparten.
Casado se ha dejado otras plumas en sus iniciativas frustradas. Su enfrentamiento con Antonio Garamendi y con la CEOE es de una gravedad notable para un partido de derechas que pretende gobernar. Que la presidenta del mayor banco español, el Santander, se haya sumado al coro de quienes han cantado las bondades de la reforma laboral de Yolanda Díaz y al hecho de que se haya elaborado por consenso entre sindicatos y patronal añade otro quebradero de cabeza al líder del PP: el de su soledad en los ámbitos del poder económico.
No pocos influyentes empresarios y gentes de derecha critican a Casado en privado o, en todo caso, evitan apoyarle. Lo de Garamendi y Botín es un alejamiento abierto y público. El fracaso de los intentos del PP por que un sector de la CEOE obligara su presidente a retractarse y no firmar el acuerdo, podrían también indicar que la actual dirección del PP ha perdido fuerza en esos ámbitos.
¿Qué ha hecho Casado para tratar de contrarrestar esos sinsabores? Visitar granjas. Una detrás de otra, un día sí y el otro también. Ha sido su contribución a la campaña electoral del PP en Castilla y León. Como si la mayoría de los votos de la región no estuvieran en las zonas urbanas y semiurbanas, como si el sector servicios no fuera el que más gente ocupa, con diferencia, en esa región. Poniendo la misma cara de perplejidad en todas y cada una de sus visitas. Viniendo a sugerir que no se creía mucho lo que estaba haciendo. Y obligando a hacer dos preguntas: una, ¿Qué clase de gente le asesora para que haga el ridículo? Y dos, ¿es que Casado mismo no tiene criterio para descubrir que lo de las granjas no vale para nada y, aún menos, tiene iniciativa para cortar con esa práctica infumable en los tiempos que corren?
Olvidemos por un momento su catastrofismo económico sin paliativos que le permite, como suele ocurrirle a los más brutos, no entrar en menudencias sobre la evolución de la economía. Que no está en quiebra, como Casado ha dicho, ni mucho menos, aunque tampoco esté tan bien como se nos suele decir desde el gobierno. El líder del PP no aporta nada en este terreno y si, por ahora cuando menos, no se ha lanzado contra el aumento desenfrenado de los precios de la electricidad y de los carburantes es porque alguien le ha debido de decir que eso no es culpa de Sánchez, sino de la coyuntura internacional. Lo cual no obsta, por cierto, para que este asunto no esté golpeando en la actitud de la ciudadanía hacia el gobierno y que, a menos que el signo de los precios no cambie en un tiempo relativamente corto, no pueda ser decisivo en el comportamiento electoral.
Hace ya unos meses que Casado no critica a Sánchez por la gestión de la pandemia. Después de meses diciendo barbaridades sin cuento, ha decidido callar la boca al respecto, tal vez no reparando que el silencio en una materia que trae de cabeza a buena parte de los españoles no es lo que corresponde a un líder de la oposición, cuya obligación es estar en todos los frentes, aunque no necesariamente para poner a parir al rival, que parece que es lo único que sabe hacer Casado.
No da una. Y sus rivales lo saben. Los de dentro y los de fuera. La tregua que le ha dado Isabel Díaz Ayuso por la campaña de Castilla y León puede acabar dentro de pocas semanas. Y la dirigente madrileña, o cuando menos sus asesores, también deben de haber registrado que Casado atraviesa un mal momento. Lo cual puede ser un acicate para moverse contra él. Por su parte, Vox va a más. Ha debido de comprender que ahora lo que le conviene es dar caña con todo lo que tenga a mano. Hasta llegar al asalto del ayuntamiento de Lorca, en Murcia. En el que si participaron miembros de las Nuevas Generaciones del PP se podría haber producido un salto cualitativo de nefastas consecuencias para el partido de Casado y para él mismo, por las dudas que podrían surgir sobre la capacidad de éste para controlarlo.
Faltan dos años para las elecciones. En teoría, Casado aún tiene tiempo para remontar. Pero difícilmente se ve cómo lo va a hacer si mantiene el equipo que le ha llevado a cometer tantos errores. Y si sus rivales vuelven a la batalla abierta contra él. Con José María Aznar apoyándoles abiertamente. No se recuerda una desautorización tan clara de un líder por parte de alguien que contribuyó a colocarle en el puesto. Lo de Felipe González con Sánchez es broma comparado con lo que ha dicho Aznar de Casado esta semana.
¿Conseguirá un hombre tan vapuleado llegar al otoño de 2023 al frente de su partido y como cabeza de lista del mismo para las generales?