Conocí a Pablo Casado en la televisión. En las tertulias de 13TV. Era 2012, y en ese mismo canal compartí debates con Pedro Sánchez y Albert Rivera. Estábamos entre los jovenzuelos que se hacían un hueco para hablar de política en la tele. De esto habría bastante que contar, pero iré al grano recordando que, al año siguiente, empecé a presentar un programa en Cuatro y llamamos para el primer programa a Casado, Sánchez, Rivera, a Alberto Garzón (al que conocí debatiendo en Telecinco) y a Pablo Iglesias (un profesor al que había visto en algunos vídeos de Youtube).
En ese 6 de mayo de 2013 estuvieron también Ketty Garat, Ignacio Escolar o Antón Losada. Mientras algunos hemos ido perdiendo el tiempo escribiendo artículos como este, los otros cinco, cinco años después, lideran el PP, Ciudadanos, Podemos, Izquierda Unida, PSOE y hasta el Gobierno. Dejaré para otra ocasión el análisis de estas circunstancias y pasaré a intentar centrarme en la victoria de Pablo Casado.
El nuevo líder del PP supone un paso más en un cambio generacional. Aún nos falta, y es muy importante, que gobierne una mujer. Entretanto, Casado coge las riendas de un partido donde debe superar una etapa nefasta de corrupción. También creo que debe huir del triunfalismo económico, tender puentes con el nacionalismo y proponer un ideario de centroderecha moderno, no rancio, por un país que avance en libertades y se libere de miedos y de mordazas.
De entrada, el PP debe asumir que ha perdido el poder. Es muy grave que hasta la presidenta del Congreso de los Diputados, Ana Pastor, haya clamado este fin de semana contra “aquellos que no han podido llegar al gobierno a través de las urnas, de los votos, sino con el apoyo de los que han querido romper España”. Las reglas del juego, que Pastor conoce y debe defender, contemplan la moción de censura, que se gana con votos, de partidos representados en el Parlamento, porque les han votado en las urnas. Por cierto, los nacionalistas también favorecieron que ella presidiera la Cámara baja en otra ocasión.
Es la sentencia de Gürtel la que dio paso a la moción de censura y el PP debe intentar superar ese lastre. No es que el Partido Popular tenga “la misma corrupción que todos”, como ha afirmado Sáenz de Santamaría; ni que haya “supuestas responsabilidades civiles desconocidas por el partido”, como ha asegurado Cospedal; o que “una confabulación de izquierda y extremaizquierda tenía urgencia” porque “el PP se negaba a dar satisfacción a los terroristas”, como ha dicho Rajoy. Sin autocrítica, semejante cuento del lobo resulta más viejo que el hilo negro.
Pablo Casado sabrá si quiere seguir anclado insistiendo en que “injustamente nos han sacado del gobierno socialistas, independentistas, batasunos y podemitas”. Casado sabe que, si tan injusto fuera, no habrían echado a Rajoy haciendo así posible que él le sustituya al frente del PP. Mejor hará si abunda en su promesa de “abrir puertas y ventanas” y logra desvincularse de Cospedal, Aznar o Esperanza Aguirre, que han podido servirle como referentes para ganar la batalla interna, pero no lo son en la lucha contra la corrupción.
La travesía de la transparencia la recorrerá Pablo Casado partiendo de su propio currículum. Le perseguirán las dudas sobre la rapidez con la que aprobó la carrera de Derecho o su máster en la Universidad Rey Juan Carlos, pendiente de la Justicia. En el vibrante discurso que ha precedido a su victoria, Casado proclamaba: “A mí nadie me ha regalado nada” o “somos el partido de los jóvenes que madrugan para ir a clase”. Algo que hacía removerse en su asiento a algunos de sus rivales dentro del PP.
Porque en el Partido Popular divisiones haberlas haylas. También las ha habido en otros partidos en elecciones internas y en Génova veremos si llegan a algún tipo de ruptura. Aquí se ha librado una batalla entre el PP de Rajoy y el de Aznar, reprochándose falta de “lealtad”; entre Soraya y Cospedal, bajo los gritos de “unidad”; o con dirigentes como Celia Villalobos, hablando del peligro de la “ultraderecha” dentro del PP. Unos hablaban de “moderación” y otros de ocupar “el espacio de Ciudadanos y de Vox”.
Pablo Casado ha vencido a Sáenz de Santamaría, que abiertamente se ofreció como la candidata de la “experiencia”. Del Marianismo sin Mariano. Soraya se ha estrellado frente a lo que algunos en el PP llamarían la “alianza de perdedores” de la primera vuelta. Otros creen que el partido necesitaba a Casado por frescura y otros muchos, simplemente, porque más que con Pablo estaban contra la que llamaron “mujer más poderosa de España”. Qué fue del CNI o del marcaje a los medios de comunicación…
En los medios emergió Pablo Casado y veremos si ahora el liderazgo de su prometida “España de los balcones y las banderas” le dura dos telediarios. Si enarbola la enseña de la lucha contra la corrupción y huye del triunfalismo económico, mejor será para un país con serios problemas de precariedad y desigualdades. Si cierra heridas y no se entrega a la vieja guardia, más lejos quedará aquel discurso dañino de “las fosas de no sé quién”, que le hizo saltar a la fama. De nada servirá entonces que seamos “del PP sin saberlo”. Y por ahí andan al acecho algunos como Feijóo, que no iban a las tertulias, pero creo que están esperando a que se den todos unos buenos mamporros y aparecer luego como redentor después de la publicidad.