Las mujeres estamos rompiendo el silencio. Llevamos ya varios años usando esa expresión –romper el silencio– para dar nombre a este momento histórico en el que las mujeres masivamente estamos poniendo palabras y contando nuestras experiencias de machismo cotidiano y, también, de acoso y violencia sexual. Estamos, al fin y al cabo, haciendo relato público de una parte importante de nuestra vida.
Por no contarlo, a veces no nos lo habíamos contado ni a nosotras mismas. Guardábamos para nuestros adentros los malestares. La vez que te encontraste con un hombre masturbándose detrás de un coche o que un compañero te manoseó o la noche en la que accediste a tener sexo de una determinada manera que no deseabas pero ante la que no viste escapatoria.
Más allá del grito necesario, este romper el silencio tiene consecuencias. Primero, porque a veces no es hasta que cuentas y compartes que no comprendes lo que has vivido. Así que andamos en un proceso de toma de conciencia colectiva, pero también de rabia conjunta. No queremos vivir más así. Queremos que la política o la justicia pase por las vidas de las mujeres, escuche, entienda y actúe en consecuencia.
Segundo, porque a medida que construimos este nuevo relato público formamos también un nuevo estándar. Ya no estamos dispuestas a aceptar lo que hasta ahora habíamos asumido como parte de la experiencia de vivir como mujeres. Ya no estamos dispuestas a pasarlo por alto, a hacer como si nada, a que el machismo no tenga consecuencias.
Pablo Soto era concejal del ayuntamiento de Madrid hasta hace solo unos días. Más Madrid le exigió la dimisión después de investigar una queja de acoso sexual contra él. “Yo no fui consciente de ninguno de los dos episodios”, dijo Soto en un comunicado en el que también se disculpaba. Más Madrid no ha dado detalles de la conducta de Soto; sí explicó que ante la queja se contrató a una persona externa que, aplicando un protocolo, indagó los hechos y constató su gravedad.
No se hicieron esperar los comentarios que cuestionaron la pertinencia de su dimisión. ¿No hemos ido demasiado lejos?, ¿no os estáis pasando?, ¿no estáis poniendo el listón demasiado alto?, venían a decir estas voces que dudan de que, sin proceso judicial de por medio, deba un hombre dimitir por una acusación de acoso.
Si bien la justicia no ha actuado (lo hará si hay denuncia judicial de por medio, algo que hasta ahora desconocemos), lo que se activó en el caso de Soto es un protocolo interno contra el acoso sexual como el que existe en algunas empresas. Esos protocolos fijan la forma en que hay que investigar las quejas y denuncias y también las consecuencias que deben tener de comprobarse ciertas. Esto es lo que sucedió en este caso: queja, investigación, comprobación, consecuencia.
Y repito las líneas que escribía hace unos párrafos. Ya no estamos dispuestas a aceptar lo que hasta ahora habíamos asumido como parte de la experiencia de vivir como mujeres. Que es otra forma de decir que algunos comportamientos que muchos hombres habían dado por hecho ya no deben pasar el examen de la aprobación social. Nuestro relato tiene que servir para crear un nuevo estándar sobre lo que es aceptable y lo que no. Si la pregunta es si estamos subiendo el listón, sí, lo estamos haciendo. Quizá hasta hace no mucho parecía tolerable que un superior te hiciera comentarios procaces o que a un cargo público se le fuera la mano solo un momento. Ya no. Ya no porque estamos hartas de que el machismo sea el que haya marcado, hasta ahora, el estándar.