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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Por un pacto para limitar excesos de la automatización ante la crisis

Las máquinas están inundando nuestras vidas y también nuestras empresas

Andrés Ortega

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En la Gran Recesión, que fue profunda y larga en España (2008-2014), el dramático aumento del paro en la primera mitad de esta dolorosa travesía se debió sobre todo al pinchazo de la burbuja inmobiliaria y financiera. Pero algunos estudios han demostrado que, en su segunda mitad, aunque no se percibiera así entonces, hizo su entrada la Cuarta Revolución Industrial y su gran derivada de la automatización, que destruyó empleos, o mejor dicho tareas, afectando a clases medias, a cuellos blancos, y trabajadoras, cuellos azules. En la recuperación de la actual crisis económica, sería conveniente frenar temporalmente el proceso de automatización, al menos para aquellas tecnologías que reemplazan el trabajo humano, no las que lo mejoran, para preservar más y mejor empleo.

La política de confinamiento ha provocado un salto en la alfabetización digital de una parte importante de la sociedad española y una multiplicación del trabajo en remoto, que, previsiblemente, va a perdurar bajo diferentes formas, en lo que va a ser una organización más líquida de las empresas. Este trabajo desde casa es el que, como apunta Carl Benedict Frey, autor del imprescindible The Technology Trap (La trampa de la tecnología, 2019), tiene más posibilidades de sobrevivir, y suele ser trabajo más difícil de automatizar, mejor pagado y que requiere más experiencia y formación.

La tentación, o la necesidad, de las empresas de reducir costes en mitad de una recesión es siempre elevada, más aún cuando crecen las posibilidades que aporta la tecnología. Y una manera de hacerlo es por medio de la automatización, ya sea gracias a algunos aspectos de la inteligencia artificial en su limitado estado actual de desarrollo, y de la robotización. Las máquinas no cogen la COVID-19 ni otras enfermedades, ni protestan. Aunque claro, hay que calcular el coste de sustitución de una mano de obra que va a ver, otra vez, reducidos sus salarios. Frey habla de la “ansiedad ante la automatización”, que se suma a un cierto miedo, que permanecerá un tiempo, a las relaciones personales directas, prefiriendo servicios automatizados o a distancia para, por ejemplo, comprar.

Una de las grandes empresas de la era de la economía digital (que en algún momento, origen y punto de destino es las más de las veces física) a seguir es Amazon, susceptible de una automatización aún mayor que la que ya tiene, pero que en esta la crisis está empleando a 100.000 trabajadores más en Europa y en Estados Unidos (1.500 más en España) para hacer frente a la demanda disparada de comercio on line Aunque ha habido protestas en varios centros de almacenamiento y distribución por las condiciones de trabajo. La empresa de Jeff Bezos gastó el año pasado un total de 35.900 millones de dólares (36.360 millones de euros) en tecnología, en I+D+i, más que muchos Estados.

Además,con el proceso de desglobalización que va a modificar muchas cadenas globales de suministros, se va a acelerar el retorno de algunas producciones (por ejemplo sanitarias), pero eso ya había comenzado a pasar antes de la pandemia con la política de Trump, que ha hecho volver algunas de esas fábricas a EE UU, pero no los empleos pues, entretanto, se han automatizado en un grado importante.

Sería una insensatez frenar el desarrollo tecnológico de España, sobre todo el que ayuda a las personas y a los trabajos. Al contrario, hay que escalarlo y acelerarlo, pero evitando en lo posible el “desempleo tecnológico”, término que acuñó John Maynard Keynes en 1930. Daniel Susskind en su impresionante obra A world without work (Un mundo sin trabajo, 2020), se refiere a la “invasión de tareas”, por la cual las máquinas (en un sentido amplio) van asumiendo crecientemente un número mayor de ocupaciones que antes realizaban los humanos, además de permitir llegar a donde antes no se llegaba con el mero trabajo humano. Hay que insistir en la diferencia, aunque no siempre es fácil de determinar y requerirá más estudios, entre la tecnología que mejora la capacidad humana -que hay que impulsar también en estos tiempos- y la que meramente la reemplaza. La innovación es buena, pero no toda innovación es buena. Depende de lo que aporte, también en términos sociales.

Debería haber un pacto español (y europeo) por la ciencia y la tecnología pues este va a ser uno de los principales campos de competencia global, necesario, además, en la lucha contra esta y otras pandemias, y otras posibles catástrofes, incluido el cambio climático. Un pacto verde (Green Deal), en Europa y en España, y a escala global, debe ser ahora más social incluso que antes y contribuir de forma decisiva a generar empleos que se van a perder por otra parte.

No debe limitarse la inversión en I+D+i del sector público y del sector privado. Al contrario. No se trata de caer en el luddismo. El conveniente pacto para frenar en esta situación el posible desempleo tecnológico, debe ser voluntario y, necesariamente, temporal, parte del pacto para la reconstrucción económica y social que se está empezando a negociar en este país.

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