El poder acaricia conseguir el pleno. El dios de las urnas puede convertir en realidad sus sueños más acariciados. PSOE y Ciudadanos bajan las líneas rojas que impedían los acuerdos. El presidente de la CEOE lo llama el triunfo de la moderación. El Banco de Santander ya dijo, al día siguiente de las elecciones generales, que un acuerdo PSOE-Cs caería mejor en los mercados. Todo va confluyendo hacia el asentamiento del socioliberalismo. Unidas Podemos se ha desplomado en las municipales y autonómicas. Hay planes tan perfectos que parecen diseñados. Añadan que debemos darnos por contentos dado que se atenúa la amenaza de la ultraderecha neta. De los populismos, como prefieren decir, dulcificándolos.
En apenas 24 horas, nos encontramos, como verán aquí, con que Pedro Sánchez se ha ido a ver al presidente francés Emmanuel Macron en busca de una alianza entre socialdemócratas y liberales. El PSOE enfría la coalición con Podemos y presiona a Ciudadanos. Cs crea un comité para alianzas y se abre a pactar con el PSOE. Las diferentes portavocías mediáticas recalcan que los ciudadanos han puesto a cada uno en su lugar y, con fuerte énfasis, que Unidas Podemos ha salido muy debilitado. Eso es cierto, preciso que recalcan. Metan en el paquete a nacionalistas, a ser posible asimilados con Vox –que ya es asimilar- y sírvase el pastel. Miel sobre hojuelas.
Ocurre, sin embargo, que este tipo de planes en su conjunto suelen tener sus fisuras como viene acreditando la historia. Ciudadanos ya ha advertido que se aviene a negociar como lo hace la derecha: con rendición incondicional. Al punto que “exigirán en sus pactos con líderes del PSOE que renieguen por escrito de las políticas de Sánchez y apoyen el 155”. Claro que Ciudadanos se desdice con suma facilidad cuando le conviene.
Más Madrid, la plataforma que formó como alcaldesa Manuela Carmena, promovida en su día por Podemos, ha perdido 15.000 votos. Ha sido el PSOE, que presentaba al entrenador de baloncesto Pepu Hernández, el que se ha dejado más: 25.000, aunque no se destaca. Lo tremendo es que al PP se le han ido casi 169.000 y es su candidato el que puede ser alcalde. El golpe duro es la pérdida del ayuntamiento de la capital. Y señalar sus culpables. Y sus soluciones. Quién no firmaría, nos vienen a decir, una alcaldesa como Begoña Villacís, de Ciudadanos, a cambio de alejar a Vox, y de compensar con la presidencia de la Comunidad a Ángel Gabilondo, del PSOE. Villacís pasa por la derecha a Vox, pero el mal menor es una tradición en nuestro país.
El PSOE venía dilatando el acuerdo de gobierno estatal con Unidas Podemos hasta después de las elecciones locales. UP sigue teniendo 3.700.000 votos para el Congreso pero el resultado municipal les lastra, se asegura. El primero Pedro Sánchez que ha pedido a Iglesias reconsidere su postura de un gobierno de coalición, tras “lo que ha pasado” el 26M.
Para que esta situación tan idílica para el poder se produjera fue necesaria previamente la debacle del partido que lidera desde el principio Pablo Iglesias. A la que han contribuido ataques desde el exterior y desde el interior de grueso calibre. Las cloacas del Estado maquinando acusaciones falsas contra rivales políticos son algo que ninguna democracia se permitiría, pero este país lo ha engullido como normal. Sobre las rupturas y traiciones internas cada cual, parece, tiene su opinión. Se suceden acaloradas discusiones sobre el tema, incluso públicamente en las redes sociales. En cualquier caso no hay un único y absoluto culpable.
En la noche electoral, Íñigo Errejón salió diciendo “Ha nacido una izquierda diferente que ha devuelto la esperanza”. Errejón, el brillante político que conocimos, pareció sufrir una transmutación. Como si Manuela Carmena se le hubiera aparecido en una zarza. A Carmena se la añora ya, y más será cuando vuelvan los atascos y la contaminación y cuanto adora la derecha. Trabajó por un Madrid más humano, aunque su indudable viraje le restó apoyos en ese sector de la ciudadanía a quien importan esas actitudes. Los barrios del sur se han sentido peor tratados que los del centro. La abstención de aquellos a los que defraudó ha sido decisiva en el resultado. Muy ajustado por cierto. La desolación de hoy indica que no se previó lo que se pasaba.
En la política convertida en partido de fútbol apenas caben los argumentos. Los sentimientos fundamentados, sí. En el relato de lo acontecido desde el 15M de 2011 vemos un masivo movimiento de repulsa ciudadana a las injusticias del orden establecido. Podemos no creó ese movimiento, lo recogió. Y las políticas sociales le deben mucho. Especialmente desde el día en el que la carambola perfecta apoyó la moción de censura a Rajoy que llevó al líder del PSOE a la Moncloa. Pedro Sánchez no hubiera sido presidente sin la decidida actitud de Pablo Iglesias –buena parte de sus rivales ya no estaban-.
El gobierno del PP y sus cloacas policiales y mediáticas se dedicaron a fondo a destruir a los líderes de Podemos, con especial hincapié en el secretario General. Era osado, destacaba su ego sobre todos los egos, ocasionó agravios y llevaba coleta. Hasta eso pesó, hay gente muy conservadora, muy cuadriculada en asuntos de estética. El chalet hipotecado en la Sierra se convirtió en “casoplón” a diferencia de otros, mucho más suntuosos de diversos políticos. Los medios de la familia hicieron el resto. Con un trato desigual donde los haya. Entiéndanme. Por encima de simpatías y antipatías, debe existir en las personas decentes un respeto prioritario por la justicia y la verdad. Y Pablo Iglesias no lo ha tenido. Y no tolerar esto entra, más que en los sentimientos, en el terreno de los principios éticos.
Es difícil ya remontar semejante campaña. Apenas cabría otra cosa que resetear el partido y evitar que entren de nuevo “troyanos”. Claro que el propio Pedro Sánchez demostró cómo el coraje puede remontar la adversidad. Lo hizo desde el fondo de la más sucia jugada. Le echaron los mismos que siempre quisieron este acuerdo socioliberal con Ciudadanos que ahora se quiere reeditar, a pesar de la manifiesta antipatía que se profesan los líderes implicados: Sánchez y Rivera.
Los votantes del PSOE, sin embargo, siempre han ido por delante de sus líderes. Apoyaron al Sánchez del “no es no” –a la investidura de Rajoy que sin él se consumó- y le ayudaron a volver a la secretaría general empujándole en su nado contracorriente. En las elecciones de hace un mes, temerosos de los designios inapelables del poder, regresaron a Ferraz y advirtieron: “Con Rivera, no”. Y ahí estamos.
El acuerdo con Errejon hubiera sido más fácil que con el proscrito Pablo Iglesias. Podía haber sido vicepresidente de un gobierno de coalición con el PSOE de Sánchez, si no le hubiera podido la prisa, como formuló Pedro Vallín, periodista de la Vanguardia. Ya no es nada moderno, vaya por dios, ocuparse como objetivo rotundo de los desfavorecidos, ocultos bajo esa crisis superada (especialmente entre los creadores de opinión). Toda la izquierda bendecida tiende al socioliberalismo.
Ciudadanos es liberalismo agudo. Villacís se parece más a Esperanza a Aguirre que a la Carmena a la que puso todo tipo de trabas. Su cruzada es contra los vendedores del top manta, no contra los abusos del poder. Y así esparcen su ideología por el territorio nacional. Albert Rivera muestra evidencias de marcado tinte autoritario. No ha logrado superar al PP. Y está cada día más crispado. Ha sido obligado a virar de opinión tantas veces que ha quedado torcido. Atentos a cómo Inés Arrimadas, nueva portavoz del Congreso, ha dulcificado –a ratos- su actitud. Atentos.
Ampliemos el campo de mira. Europa se felicita porque la ultraderecha no haya logrado sobrepasar el 33% del Parlamento europeo al que aspiraban, “solo” han crecido hasta el 22%. Eso al parecer es un éxito. El PSOE español es el partido socialdemócrata más votado. Nos venden como un avance que Sánchez vaya a ver a Macron. En límites críticos de popularidad, el presidente centrista francés se ha visto superado en votos por la extrema derecha de Le Pen. Tiene la protesta en pie de guerra en la calle, con una brutalidad irracional, hija de hartazgos absolutos. Su liberalismo no les sirve a los franceses. A veces la realidad se escapa por las fisuras de los planes ideales. Y merece la pena tenerla en cuenta.
Quienes celebran alborozados el hundimiento de Unidas Podemos tienen una visión muy corta o muy interesada de la realidad. El socioliberalismo es una entelequia en el que la segunda parte engulle a la primera. No hay izquierda moderna y bucólica cuando los problemas de millones de personas persisten por mucho que se las ignore. La pobreza más repartida no deja de ser pobreza. Las políticas sociales y progresistas siguen siendo de imperiosa necesidad. La realidad no desaparece mirando para otro lado.
Queda mucho por ver. Y será la imprescindible alianza del PSOE con otros partidos -está en minoría- la que marque el signo de las futuras políticas radicalmente.