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OPINIÓN | 'El padre del futbolista', por Antón Losada

El padre del futbolista

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Para todos aquellos que todavía debaten si España es un país racista, o si entre nosotros la xenofobia y el odio al diferente representan orgullosas tendencias en alza, un vistazo a las informaciones y al debate suscitado por el intento de homicidio de Mounir Nasraoui, más conocido como el padre de Lamine Yamal o el padre del futbolista, debiera bastarles para zanjar la discusión con una respuesta afirmativa tan rotunda como desgraciada. 

Lo primero que llama la atención es que, ya desde hace tiempo, en este tipo de sucesos, la noticia relevante parece hallarse en la nacionalidad de los agresores y las víctimas, antes incluso que en la gravedad o las consecuencias del asalto, relegadas a casi meros detalles de contexto o agravantes reveladores de la malvada naturaleza del foráneo. 

Ese debate lo ha ganado ya la extrema derecha. Su marco, equiparándola con la delincuencia, encuadra y domina hoy la conversación pública sobre la inmigración

Últimamente, con las informaciones y comentarios sobre sucesos y delitos en España, uno puede fácilmente crearse la falsa impresión de que únicamente perpetran crímenes horrendos a plena luz del día los extranjeros y sólo son víctimas de semejante delincuencia los españoles de pura cepa, maniatados por un sacrosanto respeto por la vida y la propiedad ajenas. 

Ese debate lo ha ganado ya la extrema derecha. Su marco, equiparándola con la delincuencia, encuadra y domina hoy la conversación pública sobre la inmigración. Los demás, o callamos y otorgamos, o lo aceptamos parcialmente dándoles la razón en el fondo pero no en la forma, o nos empeñamos cristianamente en sacarles de su error con cifras y datos, sin darnos cuenta de que no se trata de una queja o una demanda, es una estrategia. Es un relato propagandístico. Su misión no consiste en convencernos de ser cierto. Su objetivo reside en hacernos temer que pueda llegar a serlo y, además, nos suceda a nosotros. 

Una vez esclarecida la nacionalidad de los agresores, especialmente si no encaja con el patrón racista y xenófobo asignado previamente, siempre le toca el turno a la víctima: si no es español de cuna, algo habrá hecho. Su biografía y su currículum vitae se analizan con una precisión radiológica hasta encontrar la pistola humeante que explica cuánto se lo merecía, hasta cosificarlo y convertirlo en otro ejemplo perfecto para documentar el relato del miedo. 

El padre del futbolista no iba a constituir una excepción. Poco importa ser progenitor de una estrella del fútbol a quien animó a jugar por España y no por su país de origen. Menos importa, incluso se convierte en una prueba a favor de la acusación, lo mucho que se haya integrado en la sociedad, en la ciudad o el barrio; ese mismo barrio infradotado y castigado por políticas públicas y gobiernos reivindicado por el hijo a cada gol que anota. Si además ha cometido la osadía de significarse políticamente –una vez con el lamentable resultado de condena y multa de 656 euros– contra los mismos empeñados en asociar delincuencia e inmigración, la sentencia está dictada: culpable, es una amenaza y se ha ganado a pulso todo lo que le pase. 

Una mentira repetida mil veces acaba siendo verdad. No es nada nuevo. Joseph Goebbles únicamente lo convirtió en el método.