Los padres que no querían ser progenitores
Todos sabíamos que iba a ocurrir. Era solo cuestión de tiempo. La exuberancia irracional de frivolidad que vive el debate político en España ya ha generado otra nueva subespecie para un hábitat ya superpoblado por especies fruto de la involución: los padres que no quieren ser progenitores.
Acompañados por sus primos con problemas de compresión lectora —los editores de agencias y medios ignorantes de que la disyuntiva de “padres o progenitores no gestantes” y “madres o progenitores gestantes” no elimina a ninguno, sino que añade ambos al concepto jurídico—, liderados por Núñez Feijóo, un grupo indeterminado de padres se niegan “como hombres” a ser progenitores; planteando así serias dudas sobre sus conocimientos de biología, lengua española y ciencia jurídica.
A la frivolidad de criticar a la ley trans por poco menos que volver más fácil que te den hormonas que ibuprofeno de seiscientos en la farmacia, le sucede ahora la fruslería de oponer dialécticamente a los padres y a los progenitores o convertirlo en un conflicto de clase al mejor estilo Santiago Abascal; donde los poderosos serían esos progenitores multimillonarios privilegiados y pervertidos, mientras los desposeídos serían esos padres españoles de toda la vida suprimidos e ignorados.
Confrontados a la realidad de que la ley se limita a introducir en la cartera básica del Sistema Nacional de Salud los tratamientos que administran con competencia exclusiva y desde hace años las autonomías —las suyas también—, la reacción ha sido tirar hacia adelante y declararse padres que no quieren ser progenitores. Si la realidad me desmiente, que se joda la realidad. Nunca falla.
Confrontados a la evidencia de que la ley regula, en realidad, el cambio en el Registro Civil, España se ha empapado de ese olor a calzoncillo mojado que dejan tantos opinadores y opinantes al pronosticar que hordas de hombres con su miembro tieso correrán a registrarse como mujeres para poder entrar en sus vestuarios o disfrutar de los incontables privilegios que las mujeres aprovechan en España desde hace décadas. Porque, como es bien sabido, en España, quienes realmente lo pasan mal, apenas tienen acceso a recursos, becas y oportunidades laborales o profesionales, son los hombres.
Al parecer la lógica es que compensa registrarse mujer porque es un chollo y, además, ahora resultará mucho más fácil. Ante tanta diarrea mental a uno siempre le queda la duda de si tienen el cerebro en la bragueta o el cerebro es la bragueta y cuál de las dos respuestas puede explicar mejor tanta descomposición.
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