Cuando entré en clase, había un presidente y al salir, ya había otro. Así resumía una estudiante universitaria los vertiginosos acontecimientos que hemos vivido estos días.
El PSOE ha pasado en dos semanas de lamentarse porque nadie les hacía caso y vivían en la irrelevancia castigados por cada encuesta a gobernar este país. Los socialistas aprovecharon su oportunidad. Estaban obligados a presentar la moción de censura tras la sentencia de la Gurtel pero la dirección del PSOE supo moverse con habilidad en el alambre para rentabilizar las ganas de echar a Rajoy. Cantaron bingo.
Ahora se trata de no cometer errores, hacer gestos como el de la Biblia y el crucifijo y pasarse el día dialogando sin poder hacer concesiones de fondo a los independentistas catalanes. Todo ello con la ventaja, a priori, de afrontar las elecciones cuando lleguen con Pedro Sánchez en la Moncloa.
El PP ha acabado pagando su alejamiento de la realidad. Durante 9 años huyeron hacia adelante sin querer hacer frente a la corrupción y al final se han caído al abismo sin ser conscientes del hartazgo social que habían provocado incluso entre sus votantes y las ganas que tenia la oposición de ponerles de patitas en la calle. La verdad es que se lo habían ganado a pulso.
Solo la burbuja en la que vivían explica que Rajoy no se pusiera en alerta desde el minuto 1 porque los astros estaban en proceso de alinearse para que la moción de censura triunfara desde el momento en el que se presentó.
Rajoy pudo dimitir incluso cuando se quedó en minoría, pero su orgullo y su propio relato se lo impidió. Nunca reconocerá su responsabilidad en lo ocurrido en la financiación del partido que siempre ha achacado a Aznar.
Muchos en el PP creen que Rajoy debe dar un paso atrás definitivo para facilitar la regeneración pero los tiros pueden no ir por ahí. Los populares tienen la tentación de seguir en la trinchera esperando a que caiga el gobierno “débil” de Sánchez.
Ciudadanos se ha quedado también muy descolocado. Su triunfo en Cataluña y la euforia de las encuestas nublaron a Rivera que intentó tumbar por KO al PP en su terreno, en la derecha olvidándose del centro. La moción de censura le ha pillado cantando el himno de Marta Sánchez y al final se ha quedado solo votando con Rajoy. Los naranjas tienen que recolocar pronto su discurso porque la cantinela de las elecciones ya suena ventajista y desfasada.
Por primera vez, hay dos derechas en la oposición; es verdad que le pueden hacer la vida imposible al gobierno pero corren también el peligro de irse las dos al monte y dejar libre mucho espacio templado para el PSOE.
Podemos ha celebrado el triunfo de la moción como si estuvieran en las hogueras de San Juan. En ese fuego purificador han quemado las culpas de no haber votado a Sánchez en 2016, la cal viva, las vicepresidencias y hasta el chalet. Se sienten como nuevos pero ya no lo son. Ahora tienen que medir bien su relación con Sánchez. No pueden ponerle en la Moncloa y a los quince días empezar a torpedearle.
La moción ha servido también para conocer a nuevos actores políticos que van a ser claves en los próximos tiempos. La coordinadora general del PdeCat, Marta Pascal, ha aprovechado muy bien la ocasión para marcar terreno frente a Puigdemont y a Torra. La apuesta por un nuevo tiempo de dialogo y distensión entre Madrid y Barcelona la completa desde ERC su nuevo secretario general, Pere Aragonès, flamante vicepresidente de la Generalitat.
Y por último, el PNV que pase lo que pase, siempre acaba ganando. Es el último partido serio que queda, dicen muchos diputados, aunque también hay quien piensa que la derecha española nunca le perdonará está “traición”.