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OPINIÓN | 'El poder creciente de los idiotas', por Rosa María Artal

Papá, cuéntame otra vez cómo te emancipaste

Dos jóvenes miran precios de viviendas en una oficina inmobiliaria de Barcelona.

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Si existe hoy una batallita de padres que interesa a los hijos, no es ya la de cómo corrieron delante de los grises, ni el anecdotario de la mili ni dónde estaban el 23F, que eran las batallitas paternas habituales en mi juventud. Para quienes hoy son jóvenes, la batallita más fascinante de oír, la más increíble y la más envidiable, es cómo sus padres se emanciparon cuando tenían su edad, o incluso antes.

Reescribiendo la genial canción de Ismael Serrano, hoy los jóvenes les pueden cantar a sus padres: “papá, cuéntame otra vez ese cuento tan bonito de cómo conseguías un trabajo y te emancipabas con veintitantos y tenías hijos y comprabas un piso con un solo sueldo y terminabas de pagarlo en pocos años…” Y la cantarían con el mismo desencanto y reproche intergeneracional que la canción de Serrano.

Lo pensaba esta semana, leyendo el informe del Observatorio de Emancipación del Consejo de la Juventud de España. No dice nada que no sepamos, pero le pone cifras: solo el 17% de los menores de 30 años ha logrado emanciparse. Y aunque mejora un poco desde la pandemia, es un porcentaje menguante desde hace décadas: 24% en 2012, 33% a principios de siglo, 44% a finales de los 70… La edad media de irse del hogar familiar ya está por encima de los 30 años, incluidos ahí quienes logran salir y acaban volviendo.

Y hay un dato aún peor: solo el 29% de quienes trabajan está emancipado. Es decir, que tener trabajo no es garantía de vivir por tu cuenta (como tampoco te libra de ser pobre). En el “papá, cuéntame otra vez”, ese es el hecho más descorazonador: hace décadas tener trabajo era la condición para vivir solo, prosperar, montar tu proyecto de vida, comprar una casa…, mientras hoy tener una nómina no garantiza nada de eso.

La vivienda es la batallita paterna más alucinante para los jóvenes de hoy, que se repiten esa pregunta nostálgica (y bastante tramposa) de ¿cómo hacían nuestros padres para pagar un piso con un solo sueldo, y hoy con dos sueldos no podemos? La combinación de salarios bajos y vivienda carísima es letal: pese a que la subida del SMI y los buenos datos de empleo benefician a los jóvenes, siguen precarios y mal pagados, mientras el alquiler está en máximos históricos.

Según el Consejo de la Juventud, los jóvenes necesitan como media el 108% de su sueldo para vivir solos de alquiler. En algunas capitales no les da ni para una habitación, que es la nueva burbuja inmobiliaria. Y de comprar, ni hablamos, salvo que te ayude la familia: la entrada de un piso equivale como media al sueldo íntegro de cuatro años y medio.

Algún día estos jóvenes de hoy que se emancipan tarde y mal, serán también padres (los que quieran y puedan), y sus hijos les devolverán la canción de las batallitas, que pasa de una generación a la siguiente: “papá, cuéntame otra vez cómo te independizaste a los treinta y tantos, con salarios bajos y vivienda disparada…” Y salvo que el Gobierno, este u otro, de una vez y con decisión le meta mano al problema de la vivienda, la respuesta que los hoy jóvenes darán a sus hijos en el futuro seguramente sea: “con ayuda de mi familia”.

Porque ese es el horizonte de prosperidad de los hoy jóvenes: que sus familias les echen una mano con la entrada del piso o el alquiler, que sus familias tengan disponible una segunda vivienda y se las dejen para emanciparse, o que sus padres mueran y así ellos hereden, que es la “meritocracia” en versión española. Cuando eso ocurra, no se reducirá la desigualdad social sino que aumentará aún más, pues la desigualdad mayor no es entre mayores y jóvenes, sino de clase. Aunque ese cuento menos bonito no nos lo cuenten tanto.

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