El discurso de Pablo Iglesias, el pasado sábado, como clausura del Foro del Cambio, dista mucho de ser un discurso interno, por mucho que los temas del propio Podemos y cierta crítica interior lo articularan. Iglesias pareció tocar muy pocos temas, básicamente uno solo, con todos los demás al hilo de este. Y ese tema fue la postura ante la eterna guerra civil entre quienes dedican sus vidas a pelear por la justicia social. Pero el tema del discurso no fue el objetivo del mismo, sino una excusa para hablar de política externa.
La prueba está en que no se ofrecieron soluciones al conflicto. Como tampoco parece claro que se dijera explícitamente nada poco honesto o inapropiado contra los críticos, si se atiende correctamente a lo que se dijo. El discurso fue, ante todo, una clarificación de posturas ante el pasado de Podemos y ante el presente.
Si Pablo Iglesias quería convencer a alguien no lo demostró. Si quería humillar, francamente, podría haber sido mucho más duro.
Fue, simplemente, un profesor.
Lo creo debido a que, desde luego, se acuse de lo que se le acuse, no será culpable de falta de honestidad. Mostró sus cartas, señaló sus diferencias respecto a sus adversarios y confirmó su agenda a partir de su visión política.
En este sentido, realizó una exposición acerca de las que él considera sus prioridades, las maneras de alcanzarlas y los peligros a los que se enfrentan. No pronunció un discurso sectario ni una arenga épica ni una argumentación de decisiones. Se trató de una constatación respecto a una manera de ver la lucha por la justicia social. Por consiguiente, no tengo tan claro que se insultara a nadie con ese tan impactante «pitufo gruñón» con el que se refirió una y otra vez al sector crítico de Podemos, ese personaje al que todo siempre le parece mal y jamás reconoce nada.
Iglesias, para su demostración, optó por el recorrido histórico a lo largo de las críticas de dicho grupo.
Recordó así muchas acusaciones realizadas contra las decisiones de la ejecutiva del partido, como haber luchado por las instituciones (cuando ahora casi todos los críticos pretenden optar a ellas), haber centrado la recogida de votos en la imagen de un líder (estrategia recuperada luego por los críticos, en casos como el de Colau y Carmena), no haber permitido concurrir a las elecciones municipales como Podemos (quizás la más contradictoria, dada la actual insistencia en lo contrario), no haber insistido en el dualismo izquierda/derecha (cuando esa huida de lo binario fue uno de los éxitos del 15M) y no haber querido estructuras de partido (cuando ahora se exigen férreamente). Son solo algunas entre muchas que los propios críticos habrían reconfigurado según soplara el viento. Por esta falta de coherencia, Iglesias calificó una y otra vez a los críticos internos como «pitufo gruñón»; no por sus críticas, sino por su incoherencia, su absoluta ausencia de análisis positivos y su constante imposibilidad para el reconocimiento de méritos. El remate fue la defensa de confluencia de partidos por quienes solo hacía un año huían de partidos. Les acusó, en suma, de falta de visión política y exceso de símbolos, de falta de efectividad y exceso de quejas.
Sin embargo, pese a actuar como Papá Pitufo, Iglesias no concedió ni una hoja de zarzaparrilla a estos críticos y renunció a representar la figura de patriarca bonachón y conciliador. Fue, a su manera, otro pitufo gruñón.
¿Es el camino?
Eso es más difícil de calcular. El reconocimiento de errores, que admitió, queda muy descafeinado sin la explicitación de los mismos. Escasa concesión queda, por tanto, y escasa invitación al diálogo, por mucho que insistiera en el mismo.
Así, mantengo que fue un discurso ideológico a favor de la gente porque, más allá de la crítica a los críticos, su reflexión trató sobre la efectividad del hecho por encima de la trampa embriagadora del símbolo y, con ello, abogó de nuevo por mirar antes a la gente que los derechos autoadquiridos de los militantes. Así, lo más irónico e ingenioso no vino de un sarcasmo sobre el pitufo gruñón, sino de un muy acertado ataque a Rajoy y su equipo: “El problema no es que sean de derechas; es que son inútiles”. Parecía estar diciendo lo mismo al sector crítico: “El problema no es que nos lleven la contraria; es que son inútiles”.
Por ello, realizó ante todo una paradójica (o no tanto) defensa política del rechazo a la ideología, en beneficio del hecho. Por ello insistió en la petición de resistencia de Grecia en lo que llega para gobernar. Por ello recalcó hechos como la dimisión del rey y de Rubalcaba, los cinco eurodiputados, la podemización del Partido Popular o el éxito de la marcha del cambio, entre otros.
Fueron, según Iglesias, resultados de estrategias efectivas.
Todas estas referencias a Grecia, Rajoy, las elecciones europeas, lo mediático... Se concentraban en una única dirección: cómo se alcanza la justicia social y cómo no.
En definitiva, afirmó âcon esta separación entre lo efectivo y lo ineficazâ merecer la confianza de la gente y pretendió, con bastante contundencia, demostrar el poco ojo político-simbólico de los críticos.
¿Convenció a quien no pensaba como él? ¿A quienes dudaban? Lo dudo. Como dudo de que fuera el objetivo.
El objetivo era recordar que Podemos se forma para la gente y con la gente, y que todo militante es bienvenido si lo que busca es eficacia. Y cuando escribo “eficacia” quiero decir que no haya hambre, que no haya pobreza, que no haya desahucios...
No se le puede negar que fue, ante todo, un profesor: honesto con el pensamiento que ha mantenido hasta hoy.