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Para qué sirve manifestarse

No volveré a aceptar las cosas que no puedo cambiar, voy a cambiar las que no puedo aceptar

Marta Peirano

Hay quien dice que no sirve para nada. Dice: nos manifestamos contra la guerra, y hubo guerra; nos manifestamos contra la corrupción, y hubo más corrupción. Nos manifestamos contra la privatización de la sanidad o la precarización de la enseñanza, y la privatización siguió su curso. El 15-M dijo “no somos mercancías en manos de políticos y banqueros”, pero hoy lo somos más que nunca: de políticos, de banqueros y hasta de plataformas tecnológicas extranjeras que venden nuestras intimidades al peso para la explotación indiscriminada de empresas de marketing, de seguros y, con el desmantelamiento de lo público, de servicios de necesidad crítica, como colegios, hospitales y centros de justicia.

Pronto celebraremos el 50 aniversario de Mayo del 68 y ya no sabemos para qué sirve salir a la calle. Hay muchas respuestas a esa pregunta, pero para mí solo importan dos. La primera es que la otra opción es no hacerlo y ambas te definen como persona.

Aquellos que conviven alegremente con la injusticia son la injusticia, aunque no lo sepan. Los que se sienten incómodos pero callan son sus facilitadores y también sus víctimas, aunque no lo sepan y aunque su silencio cobarde les ayude a medrar. El gran grupo que soporta la injusticia sin contestarla por miedo real a perder su medio de vida o la vida misma encuentra su única vía de resistencia en las manifestaciones. No se puede estar en los dos lados, y ambos lados te cambian. Manifestarse es decidir la clase de persona que quieres ser.

La segunda, que la función de la protesta no es convencer al injusto ni seducir al opresor. Está en la naturaleza del privilegio defender sus privilegios, por encima de la justicia, la lógica y la razón. La función de la protesta no es activar al tirano sino a los manifestantes. Como decía John Berger, “las manifestaciones son ensayos para la revolución”.

Ensayos para la Revolución

“La manifestación es una asamblea que, por el mero hecho de reunirse, toma posición de ciertos hechos dados”. Según una investigación reciente de las Universidades de Harvard y Estocolmo, el calor de la comunidad es el principal factor de éxito para la transformación de una manifestación en cambios políticos y legislativos. Curiosamente, su modelo de investigación no es la Primavera árabe ni los indignados del 15M sino el Tea Party, que nace con la crisis financiera de 2008 y la elección de Barack Obama como presidente de los EEUU. Las primeras manifestaciones estaban vinculadas con el gasto público y los impuestos, especialmente la convocada el 15 de abril de 2009, llamada “Tax Day”.

Los académicos observan que, en aquellas partes del país donde la lluvia impidió una participación de los constituyentes superior al 60%, el nivel de participación posterior en elecciones locales y generales fue mucho más pequeño. “Cada manifestante de la marcha del Tax Day supuso un aumento de entre 7 y 14 votos para el partido republicano en las siguientes elecciones”. En otras palabras, el número de manifestantes tiene un impacto directo en la efectividad de la protesta, no porque den más miedo, sino porque activa a la población.

Según Jacquelien van Stekelenburg, jefa del Departamento de Sociología de la Universidad de Vrije (Amsterdam) y especialista en movilizaciones sociales, hay dos claves para el éxito de una manifestación. La primera es que genere graves problemas (cortes de tráfico, paros severos) y la consiguiente atención mediática. Para que una condición sea definida como problema social debe ser considerada como injusta por un grupo con influencia social. La segunda es que suceda en un entorno favorable: un régimen democrático, clima de desencanto general, un sistema abierto a modificaciones y el apoyo de aliados poderosos, como, por ejemplo, el resto de la comunidad internacional.

Si estos estudios universitarios tienen algún valor, ya podemos decir que el histórico 8M ha sido un éxito: 5,9 millones de mujeres - las que participaron en los paros, según los sindicatos- se han encontrado para rechazar la brecha salarial, la violencia de género y la discriminación sexual. La injusticia es ciega y sorda pero esas mujeres se han convertido en comunidad.

Lo personal es político y está en la calle

Para las mujeres, la conciencia de clase tiene un motto setentero: lo personal es político. Mucha gente lo ha entendido mal. No significa que hay que politizar lo íntimo, sino que es probable que el abuso no se justifique porque tu seas estúpida, incompetente, introvertida o cobarde. Que el defecto que te obliga a trabajar más horas y ganar menos dinero, recibir menos reconocimientos y aceptar comportamientos despreciables en el lugar de trabajo o de convivencia no es personal. Que tu incapacidad para acceder a puestos para los que estás cualificada, o ser tratada con respeto por tus jefes y compañeros no es algo que puedas corregir siendo más agresiva, más delgada, más deportista o más estéril. Que tu incapacidad para no ser asaltada por cinco borrachos en un callejón no se corrige siendo más fea, más religiosa, más lista o estando más sobria.

Todas esas son soluciones a un problema que probablemente no tienes. Y el lugar donde empezar a buscar soluciones no es el diván ni el podcast de autoayuda, pero tampoco Facebook. Es el lugar donde estamos todas juntas y todas a la vez.

Hay quien dice que esta manifestación no ha servido para nada. Dicen: los mismos machistas contra los que nos manifestamos capitalizan el movimiento feminista con alegres tuits y retuits. Los mismos machistas que han usado su posición de poder para explotarnos y menospreciarnos, normalizando el abuso en los espacios de trabajo, que han bloqueado activa y deliberadamente la llegada de mujeres a posiciones de decisión y no solo de responsabilidad, escriben posts donde nos explican lo que queremos las mujeres y lo que tenemos que hacer.

Para mí, esta manifestación ha servido para que sus nombres circulen a la velocidad del rayo en grupos de miles de mujeres que los apuntan cuidadosamente en listas de circulación interna. Si no ha servido para nada, esas listas de nombres saldrán también a la calle. Por suerte la era del feminismo es también la de los leaks.

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