El partido que odia a las mujeres
Nada nuevo bajo el sol. Desde que Vox llegó a las instituciones jamás negó su cerril oposición a las políticas de igualdad, ni dejó de blandir de forma amenazante la bandera del negacionismo sobre la violencia de género, ni escondió su vinculación con los movimientos antiabortistas. Que el vicepresidente de la Junta de Castilla y León anuncie una ofensiva contra las mujeres que deciden libremente abortar no responde más que a la obsesión de la ultraderecha estadounidense, europea y española por recuperar un pasado en el que ellas, nosotras, la mitad de la población, no teníamos ningún derecho.
No había existido hasta ahora, en democracia, un discurso abiertamente articulado contra las mujeres y sus derechos. Y lo peor es que ya no solo se escucha entre los dirigentes del partido ultra, sino también entre todos aquellos que votaron unas siglas homologables a los postulados de Trump, de Bolsonaro o de Orbán. Lo explicaban con todo lujo de detalle este domingo en elDiario.es Andrés Gil y Marta Borrás: la propuesta de ofrecer “latidos fetales” o ecografías 4D a las mujeres que quieren abortar no es una ocurrencia de Juan García Gallardo ni de Vox, sino que forma parte de la ofensiva global para restringir el derecho al aborto y que ya ha logrado sus objetivos en algunos países.
Nuria Almagro, que hasta junio del año pasado fue concejala de Vox en el Ayuntamiento de Águilas (Murcia), abandonó la formación al entender que “denigra a las mujeres” y “genera miedo y odio hacia el prójimo”. Lo denunció en una carta, en la que ponía negro sobre blanco lo obvio: “Que cualquier partido que en su seno interno se comporte de forma totalitaria y antidemocrática, no puede ofrecer apertura y diálogo a la sociedad; que un partido que emplee tácticas de amedrentamiento y coacción a quienes alzan la voz no puede traer justicia y seguridad”.
Amedrentamiento y coacción a las mujeres de Castilla y León que deciden libremente interrumpir sus embarazos es precisamente lo que esconde el anuncio de García Gallardo, que en su ideología totalitaria y misógina no entiende que un gobierno no está para limitar o interferir en los derechos, sino solo para garantizarlos. Pero Almagro decía más en aquella carta de despedida que hoy viene incluso más al caso: “Un partido que denigre a una mujer no puede erigirse en patriota, pues por su ignorancia supina no sabe que ser patriota no es disfrazarse con banderas y abalorios, porque la patria es femenina y la patria es madre”.
Vox es el partido que en España odia los derechos de las mujeres, y el PP es el responsable de que la ultraderecha hoy esté en un gobierno regional. Lo que representa el partido ultra es otra forma de machismo que se revuelve contra los avances de un feminismo poderoso y que forma parte de esa guerra cultural a la que un sector del Partido Popular -hoy encabezado por Isabel Díaz Ayuso- se ha sumado sin reservas. El otro, el que Alberto Núñez Feijóo ha querido simbolizar con el fichaje de Borja Sémper como portavoz electoral, anda haciendo equilibrismos para no molestar a esa parte del electorado de Vox que aún cree que puede recuperar.
A nadie puede sorprender el rechazo que suscita en el electorado femenino un partido como el de Abascal, cuyos votantes se distribuyeron en las últimas generales entre un 72% de hombres y un 28% de mujeres. El desfase de sexos en el electorado se repite entre sus afiliados, con una diferencia de 60-40. Lo que produce tanta perplejidad como sonrojo son las palabras del presidente castellanoleonés que, en una declaración institucional sin preguntas, negó la existencia del protocolo antiaborto pero no desautorizó y mucho menos destituyó a su vicepresidente, que es lo que hubiera correspondido. ¿Dónde están las mujeres del PP? Con todo, provoca mucho más pudor el silencio cómplice de un Feijóo que al callar otorga y además consiente el cuestionamiento de la libre interrupción del embarazo.
De nada sirve tampoco el papelón del moderado Borja Sémper y su aparente bronca a Mañueco con una disertación sobre la moderación y la sensatez a la que están obligados los gobiernos. ¡Menudo estreno el del político vasco! Era cuestión de tiempo que tendría que tragarse algunos sapos, pero que el primero fuera sobre un derecho de las mujeres seguro que no ha sido siquiera de su agrado. El último que cuestionó el aborto en el PP fue Alberto Ruiz Gallardón, que hoy está en su casa después de verse obligado a dimitir como ministro de Justicia tras intentar recortarlo.
Más allá de que el protocolo castellanoleonés sobre la interrupción del embarazo haya cogido por sorpresa a los de la calle Génova y puesto en riesgo su estrategia de desgaste contra Pedro Sánchez, lo que importa es el lugar donde Vox, con la aquiescencia del PP, pretende situarnos. Y es en una España preconstitucional, donde solo había un modelo de familia y donde las mujeres estaban en casa, a cargo de los cuidados y sin derechos.
Convendría que no lo olvidasen quienes proclaman que todos los partidos son iguales, quienes se dedican a relativizar o blanquear los discursos de la ultraderecha, quienes creen que la historia nunca se repite o quienes creen que los derechos y las democracias son para siempre.
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