Una habitación con un par de sillas, una mesa, un mueble bar. Una mujer que espera. Se abre la puerta y entra un hombre. Hablan entre ellos, beben, comen, no se entienden, bailan. Ella le pide que se vaya, y él sale cerrando la puerta tras de sí. Queda de nuevo la habitación con un par de sillas, una mesa, un mueble bar. Una mujer, la misma mujer que espera. Se abre la puerta y entra un hombre, otro hombre diferente. Hablan entre ellos, beben, comen, no se entienden, bailan. Ella le pide que se vaya, y él sale cerrando la puerta tras de sí. De nuevo la habitación con un par de sillas, una mesa, un mueble bar. Una mujer, la misma mujer que espera. Se abre la puerta y entra un hombre, otro hombre diferente… Así hasta cien veces. Cien repeticiones de una única escena. Siempre la misma y siempre diferente. Siempre exacta y siempre cambiante.
He tenido la suerte este fin de semana de disfrutar la memorable 'The second woman' en Sevilla. Bueno, la suerte en realidad es tener a Manolo Llanes al frente del Teatro Central, con su permanente apuesta por la experimentación y la radicalidad escénica, aquí coproduciendo la obra. No hay nada igual que The second woman: veinticuatro horas seguidas con una gigantesca actriz, María Hervás, que representa una y otra vez la misma escena con hasta cien hombres distintos e imprevisibles, no actores. Los espectadores entrábamos y salíamos, nos íbamos a descansar un rato o a tomar algo pero volvíamos pronto, hipnotizados por la adictiva propuesta.
Una obra que es un juego y mucho más. Caben jugosísimas lecturas sociológicas que espero alguien haga tras su paso por Barcelona y Sevilla, porque la obra dice mucho (y a veces dice mal) sobre la condición masculina, con todo un catálogo de hombres posibles y sus reacciones ante una mujer encerrada en una habitación y tan a merced de ellos como ellos lo están de ella. Pero más allá de esas lecturas, mis pensamientos tomaban otros derroteros tras tantas horas observando un bucle infinito y a la vez irrepetible en cada ocasión.
Pensaba en lo reconocible de la situación: estar esperando que pase algo, que se abra una puerta, sin saber quién llegará. Que nos sorprenda siempre (hasta un tipo disfrazado de Spiderman apareció en mitad de la noche), que lo ponga todo patas arriba de pronto y nos obligue a reaccionar, y que una vez pasado, no haya cambiado nada: siga la misma habitación, la misma espera, la misma puerta que en cualquier momento se abre y a saber quién será. Una situación reconocible tanto si la observas desde el punto de vista de la actriz, como desde el público: esos momentos en que pasa de todo, y a la vez no pasa nada. Todo es incertidumbre y novedad, y al mismo tiempo todo sigue igual, no conseguimos escapar del bucle. Cambian los protagonistas, entran nuevos personajes inesperados, y sin embargo el escenario permanece intacto, y también quien espera, que a veces somos nosotros; o quien observa, que también somos nosotros.
No me voy a poner estupendo con la metáfora, ni voy a convocar al manido Sísifo, tranquilos. Pensaba en mi vida, en nuestras vidas. Pensaba tanto en nuestras vidas personales como en nuestra vida política. Esta última, por ejemplo: la sensación, desde hace años, de que pasa de todo y a la vez no pasa nada. Cada semana es una sorpresa, un sobresalto, un susto, una última hora, un momento inédito, sin precedentes, histórico. Cada semana se abre la puerta y no sabemos qué traerá: un escándalo, una actuación judicial, una investigación periodística, una maniobra política, un giro de guión, un jugador nuevo que una vez más agitará todo, nos desconcertará, provocará un terremoto; pero a la vuelta de la semana, pasada la conmoción, seguiremos donde estábamos, sin que nada haya cambiado en el fondo, y esperando la próxima sorpresa tras la puerta.
Piensen en cualquier asunto de los últimos meses o años: lo mismo la política nacional que los problemas sociales, o las guerras en curso (Ucrania y Gaza). Son una fuente continua de novedades, sucesos, accidentes y giros sorprendentes, sin que en realidad consigamos desatascarlas: tanto la política española como la situación social o las guerras parecen ancladas, estancadas, girando sobre sí mismas, pero sin dejar de moverse, sin dejar de sacudirnos, sin descanso pero a la vez sin movimiento. Como correr en círculos, agotador pero sin avanzar un solo metro.
Y lo mismo podríamos pensar de nuestras vidas, de algunas situaciones personales, familiares, sentimentales, laborales, vitales, en las que vivimos atrapados: la sensación de que giramos sobre los mismos problemas, empantanados, todo el tiempo con novedades pero sin cambios en el fondo. La sensación de que el suelo se mueve sin parar, pero nosotros no nos movemos del sitio, y que precisamente no nos movemos del sitio porque el suelo no para de moverse. La sensación de que estamos todo el tiempo esperando a que se abra la puerta y quién vendrá ahora, qué nos va a pasar esta vez, qué nueva sacudida nos moverá la silla; y la convicción de que cuando todo pase, seguiremos en el mismo sitio. Que pasa de todo y no pasa nada.
Perdona el desorden mental, fruto del exceso teatral de este fin de semana y el impacto que me ha causado una obra que, a la vez, es disfrutable, cómica, cómplice, de risas compartidas. Qué genialidad. Si tienes oportunidad, no te la pierdas.