Las noticias escandalosas, algunas importantes, se suceden sin solución de continuidad. No hay descanso para las primeras páginas. Cada día hay algo nuevo. Y lo último hace que se olvide lo anterior. Habrá quien se lo esté pasando muy bien porque, efectivamente, la cosa está entretenida. Pero si fuera capaz de ir más allá descubriría que la realidad es siniestra. Que lo que está ocurriendo no le importa mucho a quienes mandan y tampoco está generando reacciones que de verdad puedan cambiar las cosas. Esas noticias están sacando a la luz el espanto que se oculta detrás de la fachada de nuestras instituciones, de nuestro sistema. Pero, a la hora de la verdad todo sigue igual. ¿Hasta cuándo?
La lógica hace pensar que esta situación no puede durar mucho, que llegará un momento en el que el actual deterioro sistemático de nuestra vida pública provoque un cambio, si no un desastre. Pero la lógica puede perfectamente ser desmentida por los hechos. Y no porque sí. Sino porque hay demasiada gente, y alguna muy poderosa, interesada en mantener el actual estado de las cosas, por lamentable que sea, mientras ese cambio no esté totalmente controlado y garantice que no va a afectar en nada a lo suyo. Y tienen medios, para empezar los de comunicación, e influencias suficientes como para controlar sobradamente el proceso.
Sólo una amplia voluntad de ruptura, de rebeldía, que surgiera fuera del entramado del poder podría modificar ese designio. Pero algo así ha dejado de existir en España. Y no parece que vaya a volver a escena en un horizonte temporal previsible. Sí, quienes pueden observar de cerca el estado de ánimo de la calle hablan de que crece el malestar, de que hay mucha gente harta de lo que está pasando, de los bajos salarios, de la precariedad laboral, de las estrecheces crecientes en amplios sectores de la población.
Pero está claro, es casi un axioma, que ese hartazgo no producirá efecto político alguno si no existe un proyecto organizado que le de forma y salida. Y hoy ningún partido con un mínimo de fuerza está por esa labor. No porque sean insensibles a lo que está ocurriendo o por intereses espurios. Sino simplemente porque creen, y no les falta razón, que no se dan las condiciones para emprender ese camino y que sin mínimas garantías de éxito, o cuando menos de que no van a sufrir una derrota, un intento de ese tipo puede ser contraproducente. La protesta de los pensionistas de este jueves, importante pero sin exagerar, ha sugerido a algunos la posibilidad de que haya movilizaciones masivas al margen de los partidos de izquierda. Pero la experiencia hace pensar que eso sería un milagro y que, por tanto y por ahora, la calle no va a romper el juego. Eso sin menospreciar los efectos que pueda tener la protesta feminista del 8.
Sí, el Gobierno del PP está más que tocado. Se hunde en las encuestas, tiene un líder en el que ya no cree casi nadie, ni seguramente él mismo, la corrupción le está ahogando y seguramente lo va a hacer cada día más, y le crecen los enanos. Hasta el Tribunal Constitucional le acaba de dar un varapalo, es incapaz de decir nada sobre Cataluña y su política económica está cada vez más cuestionada incluso en ámbitos que hasta hace poco la alababan. Rajoy y los suyos no tienen futuro porque a estas alturas carecen de capacidad alguna para recuperarse, de hacer las cosas mejor, ni siquiera de sacar algún pájaro de la chistera.
Pero solo unas elecciones generales pueden echarles. Y el PP quiere que estas lleguen lo más tarde posible y más concretamente que tengan lugar tras las municipales y autonómicas, en las que espera que le vaya mejor que a Ciudadanos, su primer rival y el único partido que podría propiciar un adelanto electoral. Por ejemplo, concordando una moción de censura con el PSOE y quién sabe si también con Podemos.
No cabe descartarla del todo, sobre todo si el deterioro político sigue creciendo como lo está haciendo en los últimos tiempos. Pero tampoco confiar mucho en esa posibilidad. Porque ni Ciudadanos ni el PSOE están por meterse en esa aventura. El uno porque no quiere arriesgar lo que ha ganado en menos de un año y su condición cada vez más sólida de favorito electoral. El otro porque sigue estando demasiado inseguro, y dividido internamente, como para no apuntarse a otra cosa que no sea a que el tiempo mejore su situación.
En definitiva, que Rajoy va a seguir hasta las próximas elecciones. Sin presupuesto, con la crisis catalana en manos de los tribunales y cada vez más lejos de un mínimo atisbo de arreglo, con una imagen internacional cada vez peor, lo cual terminará haciendo mucho daño a la economía, porque España puede terminar convirtiéndose en un país del que los inversores deberían alejarse, porque no se sabe hacia dónde va. Metiendo la pata cada vez que hace algo –lo de la enseñanza del español en Cataluña no es pequeña cosa. Y con muchos españoles cada vez más hartos de él y de los suyos.
Lo ocurrido en los últimos días permite pronosticar que la agonía del PP no va a ser indolora para el resto de la ciudadanía. En su interminable batalla por la supervivencia, Rajoy ha hecho demasiadas cosas intolerables que ahora se cobran su precio. Una muy grave es el aliento que ha dado al nacionalismo español en forma de anti-catalanismo. Otra es la politización de la justicia que no sólo ha reducido al mínimo la credibilidad del sistema judicial, sino que ha llevado a que muchos magistrados, no precisamente los más progres, sientan que éste es su momento, que nada les puede parar.
La brutal sentencia contra el rapero Valtonyc se inscribe seguramente en ese contexto. Y tanto la retirada del cuadro de Santiago Sierra en Arco como que la policía corriera a detener al actor Joaquín Reyes porque un probo ciudadano se sintió un héroe nacional y denunció que Puigdemont estaba en Torrejón de Ardoz son indicios, el uno grave y el otro jocoso pero no tanto, del ambiente justiciero que la irresponsabilidad del gobierno ha creado en algunos sectores de la población y que no va a ser fácil de erradicar.