Pasaporte a la injusticia

17 de marzo de 2021 23:17 h

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El odio de la libertad se pone muchas veces la máscara de su defensa”

J-F Revel

Alguien tiene que plantear que el famoso pasaporte Covid está a punto de consagrar una injusticia que supone conceder una doble ventaja a unos ciudadanos y una doble desventaja a otros, por la pura decisión de las autoridades, y sin que los individuos puedan hacer nada para evitarlo. Ellos deciden a quién le conceden estar en cada grupo y cuándo. 

En términos de justicia y equidad, el famoso código QR para vacunados supone ofrecer a unos la doble ventaja de haber protegido su vida y ser a la par libres para moverse, mientras que castiga a otros con la doble desventaja de estar en riesgo y de encima ver restringida su libertad. Puede que a muchos les parezca baladí pero no lo es. Una cuestión es que se exija una vacuna que está en plena disponibilidad, que solo depende de la voluntad del individuo inoculársela, y otra es que se den ventajas con una vacuna a la que no se puede acceder. El hecho de la disponibilidad es decisivo en términos éticos y políticos, aunque parece que deja de serlo si solo barajamos los términos económicos. Vivimos en una alteración estable de la relación entre los derechos fundamentales y los intereses generales a corto y medio plazo y es en este concepto de interés general en el que quieren inscribir la necesidad perentoria de los países que viven del turismo en que volvamos a invadirlos para consumir. O en ser invadidos, que ya saben que también. 

No barajen los intereses personales, porque eso nos aleja de la cuestión. Es muy probable que para cuando pongan en marcha ese pasaporte en verano yo esté vacunada -saben que estoy inmunosuprimida- y muchos de ustedes no. A fin de cuentas, la idea de poner en marcha ese instrumento nos abre el mundo a los ancianos y a los enfermos y a ciertas profesiones y deja encerrados o sometidos a controles y cuarentenas a los más jóvenes, a los profesionales liberales y a todos aquellos que no trabajan en sanidad o son funcionarios. Un panorama que se me antoja cuando menos discutible y que está pasando sin pena ni gloria ni debate por unas pantallas que ponen más hincapié en explicarnos su mecánica que en reflexionar sobre su metafísica. 

El proyecto de pasaporte Covid europeo incluirá hasta 11 datos referidos a nuestra salud: entre otros filiación, si estamos vacunados, con qué marca de vacuna, con qué lote, si nos hemos hecho PCR cuántas y el resultado y si hemos pasado la enfermedad. Ojo con esto último porque supone, en mi opinión, incluir ese pasaporte no de vacunación sino de inmunidad al que tantas pegas pone la OMS, con razón, y que se desestimó. Si haber pasado la enfermedad permite mayor libertad de movimientos ¿qué argumentos les damos a los jóvenes que no corren tanto riesgo en pasarla y a los que vamos a impedir acceder a la vacuna y al pasaporte hasta el final para que no busquen el contagio?

El tercer problema evidente es el de la incoherencia epidemiológica y científica. Me duelen las orejas de oír que ni siquiera sabemos si los vacunados siguen siendo vectores de transmisión. ¿Qué les da entonces permiso para viajar a países o lugares en los que la población autóctona no haya recibido de forma masiva la inyección? ¿Estamos propugnando un “a mí me las den todas”, como yo ya no la puedo cascar, ya soy un consumidor fetén y lo que suceda con los demás me da igual?

La última duda, que para mí es muy grave, reside en el uso que en el futuro se vaya a dar a esta nueva concesión de control del individuo y de sus datos íntimos. Los terroristas consiguieron que acabáramos casi desnudos para viajar y que en algunos escáneres se vean nuestras carnes trémulas o no perfectamente y la pandemia va a abrir la puerta a un nuevo control digital y sencillo en el que ahora sólo figura la Covid-19 pero que, una vez acostumbrados, no sabemos qué otras cosas nos puede acarrear. No es ninguna broma. Cada cesión de derechos que hemos hecho a cambio de seguridad se ha acabado instalando de forma duradera y amplificándose. 

Algún motivo para la reflexión parece que hay. Así lo ven países como Francia o los del Benelux, que no bromean para nada con que los fines aparentemente magníficos de salvar la economía sirvan para justificar pasar determinadas barreras. Ha sido Grecia la gran impulsora de la medida, aplaudida por aerolíneas, cadenas hoteleras, la IATA, la industria turística y hasta nuestro propio gobierno. A las fuentes gubernamentales no les reprocho siquiera que hayan decidido situarse en esa posición, a la fuerza ahorcan, sino que nos digan que: “Es que es tan elemental que a mí me choca a veces una cierta teologización del debate”. Me resulta muy triste que la sensibilidad respecto a los derechos y las libertades y respecto a la justicia y la equidad sea tan superficial que las respuestas parezcan elementales, cuando son todo menos eso. Ni comento el nivel de confundir la ética política y los derechos civiles con la teología o pretender que ser moral es ser religioso. 

El gran problema, de todos modos, reside en la prisa por llegar con este instrumento al verano. Eso es lo que hace que la disponibilidad sea restringida a tan poca población y que el agravio comparativo sea evidente. Eso impulsará además que los que tengan modo de colarse se cuelen y los que tengan dinero busquen ponérsela por otras vías. De nuevo las clases, esta vez sanitarias. Ancianos, enfermos y funcionarios, ricos y jetas frente a usted, lector, que quizá nos tenga que mirar lanzarnos a surcar los cielos y los mares mientras usted se muere de asco y procura no enfermarse. Las clases incluso dentro de la propia familia. ¿Qué va a pasar cuando un miembro del grupo, la mamá que es médica, tenga un QR chachi y los demás no? ¿se va de vacaciones con el abuelo y deja a cónyuge e hijos muertos de asco en el exilio interior? Ni siquiera es tan útil como pretenden. 

Podrán pedirnos que acreditemos nuestra inmunización cuando la vacuna haya estado a nuestro alcance y el resultado, la vacunación, devenga de nuestra propia voluntad y no de su pericia como gobernantes. Mientras mi salud y mi libertad dependan de su desempeño político, señores míos, no me vengan con que esto es obvio porque lo único obvio es el resultado de su gestión.