Patio de colegio
Isabel Díaz Ayuso quiere ser presidenta, no de la Comunidad de Madrid, que ya lo es, sino de España, como Pedro Sánchez y, claro, Pablo Casado, su jefe, también.
Así que asistimos, perplejos, a discusiones como de patio de colegio, pero que no lo son, más bien semejan intrigas maquiavélicas de ignoto desenlace. Consiste en si Ayuso te ha bloqueado en WhatsApp, o si sigues vivito y coleando en su móvil, o en sus móviles. No se sabe si como parte de una certera maniobra de fontanería política, o simplemente como manifestación de un berrinche momentáneo, la presidenta madrileña bloqueó de su WhatsApp al secretario general del PP, Teodoro García Egea, a la presidenta de Nuevas Generaciones del PP en Madrid, Ana Pérez, al director general de la alcaldía de Madrid, Ángel Carromero, y algunos otros dirigentes de su partido.
Preguntada por el asunto, la presidenta se puso seria y manifestó: “No puedo estar a discusiones de patio de colegio”. Pero las discusiones de patio de colegio siguen presentes en el PP, a pesar de que cerró su convención nacional hace escasamente un mes con vítores y alabanzas de sus fuerzas vivas al líder Pablo Casado.
Ahora, esas fuerzas vivas exigen, conminan por su especial rotundidad, detener esta pelea de patio de colegio en la que se han enzarzado Génova y Puerta del Sol, dirección del partido y presidencia de la comunidad madrileña. “El PP se equivoca de pleno”, bramaba en su editorial el ABC. Y tiene sentido.
“Las acusaciones entre Génova y la presidencia de la Comunidad madrileña, la escenificación pública de discrepancias que parecen insalvables, y la virulencia de esta pugna, están consiguiendo frenar las expectativas demoscópicas del partido cuando más desgaste acumula Sánchez, y en un momento en el que la unanimidad de los sondeos -excepto el CIS- pronostica un crecimiento exponencial del PP”, explica el editorial.
El desgaste del Gobierno es innegable, más en un contexto de crisis general surgida por un fenómeno tan atípico como es una pandemia de carácter mundial. En política es importante lo que hace el Gobierno, pero también lo que hace la oposición. El Gobierno tiene un severo handicap, está conformado por dos formaciones sustancialmente diferentes, como se puede ver precisamente en la negociación relativa a la reforma laboral. Surgen chispas, desencuentros, confrontaciones, es normal. Para solucionarlas está la mesa de seguimiento del acuerdo de coalición, y así ha sido en el reciente caso que enfrenta a dos posturas diferentes de dos vicepresidentas del mismo gobierno.
Lo que resulta rizar el rizo es que en ese contexto de crisis profunda derivada de la pandemia, que le pone en límpida línea de despegue, el partido opositor se enfangue en una confrontación interna de imprevisibles consecuencias. El PP decidió, en los apocalípticos tiempos del confinamiento y de las duras restricciones de la desescalada y la larga transición hacia la nueva normalidad, que su objetivo principal no era la defensa del bien común, sino atacar al Gobierno sin piedad aprovechando cualquier resquicio que ofreciera el avance de la enfermedad, y esa forma de hacer política le sirvió para arañar votos en las procelosas aguas del cabreo ciudadano.
Hace una semana asistíamos a una crisis interna en la coalición PSOE/Unidas Podemos. Desde determinados ámbitos de la derecha se daba ya por finiquitado el Gobierno de coalición o, más bien, deseaban darlo por finiquitado.
El caso es que los socios de Gobierno, tragando bilis, para eso sirve también la política, recompusieron las costuras provocadas por la reforma laboral y, nuevamente el presidente Sánchez, volvía a salir de un embrollo más, calmadas, aparentemente, las aguas y la paz acordada por sus vicepresidentas.
Ahí surgió la crisis de los wasap en el PP, que esconde algo mucho más serio que una discusión de patio de colegio, y cuyas raíces están en la clara victoria de Isabel Díaz Ayuso en las pasadas elecciones de la comunidad de Madrid. Su envalentonamiento posterior, “yo tengo los votos” clama ella, ha sido insufrible para la dirección del partido y Casado, asesorado por Teodoro García Egea, no ha sabido jugar el papel de malévolo líder y aprovecharse de que otros hagan el trabajo para llevarse el mérito.
Robert Greene explica en “Las 48 leyes del poder” que “hay que utilizar la sabiduría, el conocimiento y el trabajo de los demás en beneficio propio. Este apoyo no solo ahorra tiempo y energía, sino que produce un aura divina de eficacia y rapidez”. Pero aquí el actual presidente del PP no ha estado ducho, Díaz Ayuso se le ha subido a las barbas montada en la realidad de los votos. Casado lo intentó en la misma noche electoral madrileña, y en medio del júbilo salió al balcón con Ayuso, a pesar de que algún guardia de corps de ella intentó impedirlo, y habló primero, intentó llevarse el mérito pero no logró el aura divina.
Seguro que hoy se pregunta, más de una vez, por qué cuando tras la alborotada salida de Cristina Cifuentes de la presidencia madrileña, potenció a una prácticamente desconocida Díaz Ayuso. A partir de ahí su carrera fue fulgurante, y cuando en enero de 2019 el dedo del presidente popular, Casado, señaló a su secretaria de comunicación como candidata a la presidencia de la Comunidad de Madrid, apretó también, sin saberlo, el botón de la guerra nuclear. El asesor que ayudó a Aznar a llegar a La Moncloa, se ofreció a Díaz Ayuso, y está dispuesto a hacer lo mismo con ella.
Konrad Adenauer, primer canciller alemán tras la II Guerra Mundial y líder de la CDU, explicó que hay tres clases de enemigos, “los enemigos a secas, los enemigos mortales y los compañeros de partido”, y un político gallego con retranca, Pío Cabanillas, ministro con Franco y dirigente de UCD y del Partido Popular, soltó aquella rotunda frase de: “Cuerpo a tierra que vienen los nuestros”. Eso dirá para sus adentros Pablo Casado: ¡Ojo, que vienen los nuestros!
Hoy, otro político gallego del PP, el presidente autonómico Alberto Núñez Feijóo exige: “Deben parar ya. Todos perdemos en esta guerra absurda”. Pero, a renglón seguido, anuncia que le sorprendería mucho que Ayuso no quisiera presidir el partido en Madrid, mientras la línea oficial de Génova se aferra a los compromisarios para tratar de parar lo que parece imparable.
En el futuro se vislumbran las próximas elecciones generales. El presidente Sánchez quiere aprovechar el viento de cola de la recuperación económica, los fondos europeos y la presidencia del Consejo Europeo que le toca en el segundo semestre de 2023. ¡Qué coincidencia! Hará lo indecible por mantener, mesa de seguimiento mediante, la coalición con Unidas Podemos. En extender al máximo el tiempo hasta unas nuevas elecciones, han de celebrarse a finales de 2023, estriba su posible reelección con permiso de la plataforma de Yolanda Díaz y del precio de la electricidad.
Casado ve probable tener que activar su plan B, que la izquierda repita, y en esa tesitura su asalto a La Moncloa debería posponerse a las siguientes elecciones. Con tal panorama, no puede dejar el PP de Madrid en manos de Díaz Ayuso, sería hacerse el harakiri porque Isabel, que ha manejado el cabreo ciudadano para obtener el voto en Madrid con maestría, controlaría al milímetro la organización más poderosa y con más afiliados del PP, y de ahí a ser la candidata a la presidencia del Gobierno, un paso. Y Casado, a galeras.
Pero los fieles a Casado siguen impertérritos. Reunida la peña “El balconcillo”, formada por los diputados del PP en el Congreso, en una cena este pasado miércoles en la que el propio Casado se presentó al café y recibió vítores unánimes, más de uno echa la culpa a Díaz Ayuso de que “ha dinamitado todos los puentes”, y ven a Casado como próximo presidente gracias al cabreo eléctrico y a los “presupuestos ruinosos”. En último caso siempre quedará apelar a ETA, a sus herederos, o al independentismo catalán y a la desmembración de España, “eso no falla”, dicen.
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