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Opinión - ¿Misiles para qué? Por José Enrique de Ayala

El patriota

Hace mucho tiempo, un vicepresidente del Gobierno llamado Alfonso Guerra compareció en el Parlamento para dar explicaciones sobre el presunto trato de favor concedido por la Administración a su hermano Juan. Una viñeta de Gallego & Rey resumió perfectamente la situación con dos dibujos. En el primero, Guerra subía la escalinata del Congreso desnudo y tapándose las vergüenzas. En el segundo, salía todo ufano llevando puestos varios pantalones, abrigos y sombreros, hurtados a los diputados que le habían escuchado. Había entrado como sospechoso de corrupción, pero había enfangado tanto el terreno y acusado de tantas cosas a sus acusadores que las tornas se habían cambiado, según la mirada sarcástica, pero para nada equivocada, de los humoristas. La táctica del ventilador, que se dice en estos casos.

Jordi Pujol ha seguido en parte el manual de Alfonso Guerra con el aderezo, también bastante extendido, de envolverse en la bandera. Siempre hay alguien que se empeña en que no pierda validez la famosa frase de Samuel Johnson en 1775: “El patriotismo es el último refugio de los sinvergüenzas”.

¿Será suficiente ese escondite para el expresidente de la Generalitat? En el plano penal, nadie puede aspirar a que Pujol se ponga la soga en el cuello. Ese es un trabajo que compete a policías, fiscales y jueces. Tanto Pujol como sus hijos son no culpables hasta que se demuestre lo contrario. No se puede decir lo mismo de su credibilidad. Su arrogancia y desprecio por los diputados de la oposición confirman más que desmienten las acusaciones, como dice Joan Subirats.

En el plano político, la situación es muy diferente. Hemos sido testigos de una repetición del caso Banca Catalana, en concreto de la reacción que tuvo entonces Jordi Pujol cuando él y otros directivos del banco fueron investigados por varios delitos. La de ahora ha sido, como en esa época, la respuesta del viejo cacique cuando descubre que sus antiguos vasallos se atreven a cuestionar sus explicaciones. Sólo hay que esperar que en esta ocasión no le sirva con envolverse en la bandera y en la patria, entre otras cosas porque los diputados catalanes que le han plantado cara tienen ya más méritos que él para representar a una nación. Al menos, ellos no han robado a nadie, porque es un robo ocultar una fortuna en el extranjero y no hacer frente a las obligaciones fiscales correspondientes.

Ante la acumulación de indicios sobre el manejo de cuantiosos fondos en el extranjero por sus hijos y la propia admisión sobre esa misteriosa herencia, Pujol ha respondido escandalizado con una negativa previsible (“yo no he sido un político corrupto”) y el argumento del patrón al que hay que perdonárselo todo a causa de sus impecables intenciones (“tenía un proyecto que para mí era prioritario, se llamaba construir Catalunya”).

En pleno paroxismo, Pujol ha deslizado una amenaza que también puede entenderse como un consejo a todos aquellos que quieren limpiar la política de este país: “Si van segando la rama de un árbol, al final cae toda la rama. Pero no sólo cae esa rama, también caen las otras”. Algunos tendrán miedo ante tal aviso. Otros se convencerán de que hay que agarrar un hacha cuanto antes para empezar a cortar todas las ramas podridas porque es la única manera de salvar el tronco.

Ya no estamos en 1990 cuando Guerra entró en el Congreso con las cartas marcadas. En esa época, las acusaciones de corrupción quedaban enmarcadas en el duelo habitual entre los dos grandes partidos. Casi formaban parte del teatro político. Ahora es el propio sistema el que está bajo sospecha, no un vicepresidente o un partido concreto. Si necesitábamos alguna prueba más de toda la porquería acumulada durante años bajo las alfombras del poder desde 1978, Pujol nos la ha cedido de forma muy poco honorable.

En líneas generales, hay dos factores que contribuyen a minar la confianza de la gente en las instituciones. La existencia de ladrones y el trato de favor que reciben hasta que resulta imposible mantenerlo. La segunda parte de la fórmula la ha servido en el Parlament el portavoz de CiU haciendo de fiscal de la oposición. Por lo visto, era necesario que el descrédito fuera completo.

Vemos todos los días a políticos de los principales partidos alegar que su actividad es respetable, que la justicia es igual para todos, que las acusaciones contra corruptos de su formación no se sostienen a diferencia de aquellas que persiguen a sus adversarios, que no conviene perder la esperanza y aferrarse a quimeras populistas... en definitiva, que el sistema ha funcionado durante 35 años y que seguirá funcionando con algunos retoques.

Gürtel, sobresueldos, ERES, cursos de formación, directivos de cajas, caso Palau, Fundescam, Alicante, Carlos Fabra, Rafael Blasco, Jaume Matas, ITV catalanas, Sabadell, Santiago... Todos estos nombres forman parte de ese sistema, y a ellos se ha unido Jordi Pujol. Siempre es necesario un patriota para que la gente abra los ojos y sea consciente de hasta qué punto ha sido engañada.

La pregunta que hay que hacerse ahora es: ¿hay que continuar así otros 35 años hasta que la gente despierte?