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Pedro Sánchez está en plena forma

8 de septiembre de 2022 22:21 h

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En el periodismo de siempre, un analista, y no digamos una firma de opinión, han estado prácticamente obligados a expresar su parecer sobre cómo habían estado los contendientes en debates como el del pasado martes en el Senado. Es lo mínimo que un lector o un televidente que no ha seguido todo el encuentro puede esperar de ellos. Esa práctica está empezando a desaparecer. El que más o el que menos, salvo unos pocos, rehúye ese compromiso y acude a fórmulas más cómodas con las que no arriesga nada.

La más socorrida, cuando está bastante claro que uno de los dos debatientes ha estado mejor que el otro, es la de recurrir a las pegas, que se convierten en el eje de su argumentación y que como poco dejan confundido al lector que pide un veredicto. Con el debate del martes no pocos han rizado el rizo. Unos cuantos periodistas, y alguno de ellos relevante, han convertido el que Pedro Sánchez tuviera mucho más tiempo que Alberto Núñez Feijoo en la clave de todo el encuentro.

Una clave bastante pobre, por cierto. Porque el líder del PP había solicitado el debate sabiendo que esas eran las condiciones en que éste había de transcurrir y no había protestado mínimamente por las mismas. Seguramente porque le bastaba con aparecer en un cara a cara con su rival y porque creía que los 20 minutos que le concedía el reglamento serían suficientes para acorralarlo y evidenciar sus fallos y carencias. Por los motivos que fueran no lo consiguió, sino todo lo contrario. Pero la culpa no la tuvieron las reglas, sino su actuación y la del contrario. Además, es ridículo pedir que se cambien las normas cuando el encuentro ha terminado.

En sus crónicas, otros colegas se han centrado en destacar, casi exclusivamente, que Pedro Sánchez hizo un discurso electoralista, que parecía el jefe de la oposición y algunos incluso que fue “cruel” con su adversario. Todos y cada uno de ellos, y unos cuantos más, argumentos que no sólo son banales, sino que no tienen encaje alguno en un trabajo analítico, y por tanto valorativo, de lo que ocurrió en el Senado.

Porque todos y cada uno de los periodistas y los escasos cientos de miles de ciudadanos que se aprestaron a seguir el debate, lo que querían comprobar era el estado de forma política y oratoria de las dos personas que se están disputando el poder en España. Comprobar si Pedro Sánchez está golpeado por las distintas crisis y los malos sondeos y si Alberto Núñez Feijóo es el líder firme y con una actitud y un mensaje capaces de vencer en las próximas elecciones generales. Cualquier otra consideración sobraba o solo podía tener un papel subalterno una vez que se hubiera formulado la opinión del articulista sobre cómo uno y otro habían respondido a las expectativas iniciales.

Y casi ninguno lo ha hecho. Muy probablemente por un solo motivo: porque Sánchez estuvo mucho mejor que Feijóo. De manera casi apabullante. Por lo que dijo, sobre los problemas energéticos y económicos y sobre las limitaciones y contradicciones de su rival y por cómo lo dijo. Con una claridad y eficacia impecables que contrastaban con el tono aburrido, fatigoso, sin momentos de mínima brillantez, del líder del PP. Eso, por no hablar de la imagen que uno y otro dieron de sí mismos cuando no intervenían, cuando escuchaban al rival. Sánchez exultante, Feijóo, nervioso, revisando una y otra vez sus papeles y anotando sin pausa puntitos y comas en los mismos.

Sabido es que nada de lo que se vio es casual, que todo o prácticamente todo había sido estudiado previamente por sus respectivos asesores. Pero incluso así, la aportación personal del líder mismo, su toque, su estilo, son los decisivos, lo que estudian los especialistas. Y ahí, como en todo lo demás, Sánchez estuvo por encima de Feijóo.

Por motivos muy diversos, conclusiones tan claras como las anteriores no podían explicitarse por parte de la mayoría de los comentaristas. Por los de derechas, porque sería una traición de consecuencias funestas para quien se atreviera a hacerlo. Por buena parte de los de izquierdas, porque ese patio está tan dividido y enfrentado internamente que a muchos no les conviene pronunciarse. Y por los de centro, supuestamente equidistantes, por tres cuartas partes de lo mismo.

El resultado, una vez más, es la confusión. El dejar la comprensión de lo que está ocurriendo a las encuestas, a lo que diga la gente. Que cuando transmiten un mensaje poco claro como lo hacen ahora, aunque el PP vaya por encima, valen para poco. Puede que sea lo mejor, porque si el futuro político es una incógnita, y lo es, hay más emoción.

Pero lo cierto es que con el paso de los meses se confirma lo que se vio en el Senado, el resultado final del proceso electoral puede deparar sorpresas hoy por hoy inesperadas. Si se sigue comprobando que Sánchez es un líder más sólido que Feijóo y que éste tiene limitaciones que no aparecen en la imagen que sus corifeos de él han construido, el PP puede volver a perder. El arrastre popular del líder no es sin duda el único factor que decide las elecciones a favor de su partido. Eso está clarísimo. Pero puede tener una influencia decisiva.