Cuando el corazón duele tanto que clama venganza es mejor pensar.
Esta Semana Santa ha sido trágica, aunque este titular seguramente no saldrá en las pantallas de los televisores y sin embargo, para muchas mujeres lo ha sido. La semana empezaba con la noticia de cinco vidas segadas en 24 horas a causa de la violencia machista –en Málaga, Lérida y Gibraltar– y el jueves otra mujer de 29 años fue asesinada a cuchilladas por su pareja en Vitoria y una más en Torreblanca (Sevilla). Y, mientras las feministas denunciaban y lloraban a sus muertas, el Ministro de Sanidad, Servicios Sociales e Igualdad, Alfonso Alonso -al presentar la Macroencuesta sobre violencia de género-, se mostraba complacido porque han mejorado los datos respecto al estudio de hace cuatro años y las cifras de aquí son menores que las de otros países de UE.
Cuando según esta fuente, dos millones y medio de mujeres ha sufrido violencia física o sexual de sus parejas o ex parejas a lo largo de su vida, una de cada cuatro jóvenes asegura haberla padecido en los últimos 12 meses y un 23,3% de las mujeres con diversidad funcional padece violencia física, sexual o miedo a sus parejas, la Dirección General de la Guardia Civil reincide en escribir el Jueves Santo un tuit que ya publicara en febrero, en el que equipara los malos tratos cometidos por hombres y mujeres empleando un cartel original del Ministerio de Igualdad y otra imagen manipulada. Un hecho más lamentable que desafortunado viniendo de una institución que debería velar por la seguridad de las mujeres maltratadas.
Las críticas vertidas no se hicieron esperar y obligaron a la Guardia Civil a retirar el tuit y a dar una explicación, que aunque también fue escasa, no ha dado el Ministerio de Interior, responsable político de este cuerpo.
La respuesta institucional está lejos de estar a la altura de las circunstancias y los asesinatos a mujeres y menores son crímenes constantes que no cesan, más al contrario, si se atiende a las actuaciones y normas de este gobierno se podría aventurar que continuarán puestos que está imponiendo la desigualdad y eso los jóvenes lo están asumiendo. Si las políticas públicas basadas en los recortes y la rearticulación patriarcal fomentan la desigualdad a nadie puede extrañar el aumento de la violencia.
Por ello, y porque este es un problema de Estado, además de seguir demandando actuaciones estatales pertinentes por un lado preventivas y por otro punitivas para los agresores y de protección, atención y reparación para las víctimas; hay que continuar reivindicando las políticas de igualdad. La desigualdad es el germen de la violencia contra las mujeres y si aumenta la desigualdad aumentará la violencia.
El asesinato es la punta de iceberg de la discriminación de las mujeres en esta sociedad. La infravaloración de unos seres sobre otros forma parte del ADN del capitalismos heteropatriarcal. Las mujeres valen menos que los hombres, los negros menos que los blancos, los inmigrantes menos que los autóctonos, etc. Así, a diferencia de lo acontecido con Charlie Hebdo, se comprende la falta de declaraciones públicas y de conmoción social cuando ciento cuarenta y siete estudiantes cristianos son asesinados en Kenia. Esta violencia simbólica que se produce en el terreno sensorial nos prepara socialmente a concebir a determinadas personas como sujetos desechables y asumir su muerte, mientras que entendemos que a otras se les debe proteger. Las mujeres son una de esas poblaciones objetivos y de ahí deriva la escasa repulsa social contra sus asesinatos.
Deconstruir el marco simbólico de referencia se presente una tarea compleja, pero no imposible. Los mensajes que se leen en las redes del tipo: “tres hinchas de fútbol muertos! No era broma, que sólo eran tres mujeres!”, “El año pasado el machismo mató a 102 mujeres. Pero oye total solo eran mujeres”, “El terrorismos asesinó 1.338 mujeres desde 1996. Eran mujeres” están destinados a este fin.
Además de revalorizar a las mujeres y otorgarles su valía –que es enorme–, en el terreno de la práctica social, se podría empezar a mostrar no sólo la existencia de mujeres asesinadas –lo que transmite debilidad femenina y fomenta el efecto imitación para otros maltratadores–, sino también a mujeres supervivientes; máxime cuando un 77,6%, de mujeres son capaces de salir del ciclo de la violencia.
Es más, un día como hoy después de tanto asesinato, cuando la violencia nos duele, repugna y saca nuestros peores instintos, creo necesario pensar la violencia en el contexto de las relaciones de pareja heterosexuales. Centrar el análisis en las relaciones de pareja con una perspectiva de género implica establecer una línea de continuidad y no entender la violencia como una excepción, sino como el punto álgido de un proceso. También supondrá replantearnos cómo nos relacionamos cada una y cada uno y no entender que existe un problema de “las otras” –las que son agredidas– y “los otros” –los agresores–; sino mucho más general que nos concierne a todos y no sólo a las mujeres y que abarca a todas las relaciones de pareja. La violencia es relacional y en las relaciones de pareja no siempre priman los buenos tratos. La dictadura de género nos juega malas pasadas y especialmente los hombres deberían ser más activos en la luchar contra la violencia de género puesto que son sus iguales los que tienen el problema. La violencia de género lo padecen las mujeres pero es un problema de los hombres. Se deberían mostrar otros modelos de masculinidad donde primara el respeto y el buen trato. Por otra parte, en el caso de las mujeres, el amor romántico es una estafa que nos está haciendo demasiado daño.
Después de años de reivindicación, cuando lo que más tenemos es rabia y ganas de venganza, prefiero cambiar el marco de referencia y animar a todas las personas –además de denunciar la mala gestión política–, a que piensen sus relaciones de pareja y que lo hagan desde lo buenos tratos y no desde la violencia porque, a pesar de que no nos lo enseñan y menos a los hombres, para la ternura siempre hay tiempo.