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La peor versión de Mariano Rajoy

Admitámoslo. El presidente Rajoy llegaba con todo a favor a este #DEN2015. Abundaban las buenas noticias, la oposición parlamentaria andaba entretenida en sus propios asuntos y la extraparlamentaria debía buscar su hueco en los platós. Era el momento para ofrecer su mejor versión: la del gobernante prudente y previsible que sabe cómo se hace política. Sin embargo, eligió su peor versión: la del candidato dispuesto a todo con tal de ganar.

Se presentó en el Congreso como si las elecciones fueran mañana. Pero no lo son, aún faltan nueve meses. Anduvo tan sobrado que hasta le sobraron los noventa minutos de discurso. Le habría bastado con subir y decir “aquí estoy yo”. A Rajoy le perdió confundir la evidencia de que al presidente le va bien con la consecuencia de que le vaya igual de bien a los ciudadanos. Se empleó tan a fondo en dar un mitin en vez de pronunciar un discurso que hasta cometió el error táctico de lanzar mensajes crípticos sobre “ventoleras” y “declaraciones” que solo sirven para dar titulares a quienes ni siquiera están en el hemiciclo.

Rajoy llegaba protegido por un relato que el Partido Popular ha sabido convertir en dominante con eficacia incuestionable. España era un país al borde de la quiebra por culpa de Zapatero, el presidente Rajoy hizo lo que tenía que hacer aunque fuera duro y así había logrado evitar el rescate. Esa parecía la parte difícil de contar y vender al electorado, pero aun así lo habían logrado. En teoría, ahora viene la parte fácil donde toca anunciar que llegan tiempos mejores y repetir que deberíamos dar gracias a Dios por Mariano Rajoy porque todo lo demás es el caos.

Pero paradójicamente estamos descubriendo que al Partido Popular se le da mucho mejor meter miedo que infundir esperanza y a Rajoy se le da mucho mejor comunicar malas noticias que anunciar las buenas. Hay una razón que lo explica: la propaganda funciona mejor para asustar que para crear confianza. La propaganda sirve para destruir, pero se vuelve inútil para construir.

Entre la ironía y la burla hay una línea muy fina y Rajoy la cruzó varias veces. Cuando tanta gente lo está pasando tan mal es un error venir a repetirle una y otra vez lo bien que has gobernado. Rajoy no continúo el relato austero y sacrificado que ha mantenido a los populares como la primera fuerza en las encuestas. En su lugar se entregó a una bacanal de euforia donde ahora viene lo bueno de la crisis, el empleo va como un tiro, el Estado de bienestar nunca estuvo mejor, el gasto social es el mayor de nuestra historia, la corrupción estará arreglada al final de la legislatura y lo de Catalunya ya pasó. Y todo en solo tres años. Somos la Alemania del sur así que usted ¿de qué se queja? Al presidente solo le faltó preguntárselo en voz alta.

El triunfalismo es un recurso peligroso. Resulta sencillo cometer excesos que te convierten en presa fácil, como compararnos sistemáticamente con Grecia para recalcar lo bien que vamos después de haber dedicado meses a convencernos de que no era así; proclamar que España no vive de endeudarse, cuando la deuda pública ya equivale al PIB; afirmar que no se ha querido tirar de la caja de la Seguridad Social, cuando eres el presidente que se ha fundido la mitad de la hucha de las pensiones; o decir que no pedir el rescate ha supuesto tu mejor medida de política social, que es tanto como reconocer que no tienes política social alguna de la que hablar.

Fiel a su estilo, Rajoy ejecutó un discurso pensando exclusivamente en los suyos. Pero olvidó una regla de oro de su código mariano: para ganar elecciones, hay que movilizar a los tuyos y no cabrear a los otros. El triunfalismo cabrea a los ajenos y no está demostrado que anime a los propios. Los votantes de Rajoy están enfadados y esperan una compensación, no limosna. Toda la contundencia exhibida para proclamar lo bien que va España se convirtió en vaguedades, anuncios tecnocráticos, palabrería incomprensible y cheques de todo a cien a la hora de explicar cómo va a llegar a nuestros bolsillos tanta bonanza. Y la pregunta que se hacen los votantes del PP es la misma que se formulan todos los demás: ¿si todo va tan bien, por qué tenemos que seguir esperando?