Pequeña antología de 'unpopular opinions' sobre la actualidad más urgente

Uno. Daenerys nunca se ha ido de madre. Siempre será uno de los personajes más impresionantes y complejos de la televisión, precisamente por su capacidad para caernos mal, para ser heroína y villana al mismo tiempo, y para dejarnos ver cómo el techo de cristal, el de acero valyrio, en este caso, también existe en la ficción, por muy fantasiosa que sea.

Dos. Puede que no te guste la literatura de Loreto Sesma, pero eso no debe convertir a su autora en el blanco de nuestras frustraciones con la industria editorial. El otro día, la joven autora, conocida por ser una de las integrantes de esa generación de voces que desde una poesía sencilla y fundamentalmente amorosa ha llegado a miles y miles de lectores, denunció en sus redes sociales los comentarios sexistas que un grupo de críticos literarios hicieron sobre su cuerpo en el contexto de un festival de literatura en Granada. “Para lo delgadita que está, menudas tetas”, parece que dijeron esos hombres, que, como ella denuncia, sabrán mucho de literatura pero poco de modales. Yo también me pregunto para qué nos sirve vanagloriarnos de nuestra inteligencia literaria si después no tenemos ni idea de cómo comportarnos en la vida real. Si todo aquello que le exigimos a la “buena literatura” no deberíamos exigírselo también a nosotros mismos.

Tres. No, no hay una saturación de libros sobre la maternidad. Me niego a que habléis de moda o de “tendencia” a propósito de algo que es solamente la exposición de una necesidad lectora. Cada vez que un escritor o lector macho se queja de que “¡otro libro sobre maternidad!” acaba de salir al mercado, no muere un gatito, pero tal vez sí una neurona. Me gustaría que cuando una novela sobre amor, o cuando un ensayo sobre maldad, o cuando un poemario sobre duelo saliera de imprenta, nos preguntáramos si es que no llevamos siglos hablando de lo mismo. ¿Hacen falta más novelas sobre amor? Tú, que me responderás que tal vez sí porque los temas son inagotables y no así la forma o el estilo, respóndete también que “¡otro libro sobre maternidad!” también es una respuesta a lo inagotable de un tema que durante siglos preferimos ignorar. [De lecturas recientes al respecto, por cierto, os recomiendo Cuerpo feliz, de Dacia Maraini; Ensayos esenciales, de Adrienne Rich; Lo que todas callan, de Irene G. Punto y La mejor madre del mundo, de Nuria Labari].

Cuatro. Eurovisión no hay que verlo nunca. Da igual que se celebre en Israel o en Francia. La hipocresía política y el racismo siempre han formado parte de su esencia. Tal vez el necesario boicot que muchos colectivos hicieron al programa el pasado sábado abra definitivamente esa puerta.

Cinco. Woody Allen anuncia que estrenará película en España el próximo octubre. ¿Dónde están los articulistas que cada vez que un “ligero viento” de censura sopla el pelo del director anciano salen a maldecir al feminismo por la supuesta destrucción de su obra? ¿Han salido todos a hacer una fiesta y a ver las imágenes de la película con lágrimas en los ojos? ¿Se han tranquilizado ya? ¿O están inventándose otra caza de brujas detrás del teclado?

Seis. Hablando de cazas de brujas y de libros: leed Ofendiditos, de Lucía Lijtmaer. Aquí un fragmentito que puede hacer saltar vuestras alarmas de ofendidad: “Reírse del ofendidito genera un placer parecido al de pertenecer a una subcultura: quien lo hace se distingue por sus gustos, ajenos al mainstream, y por ende se identifica y se siente especial en un grupo más reducido. De la misma manera, ¿quién no querría estar del lado de quien se ríe? El que se ríe demuestra así su superioridad, su conocimiento. El que se ríe automáticamente queda por encima del otro, porque le da una vuelta de tuerca a la broma, porque considera que está haciendo una crítica social y cultural descarnada. Por el contrario, el que se ofende no se entera de nada. Por eso, una de las principales razones que se aducen cuando hay un escándalo por algún asunto políticamente incorrecto, una de las principales acusaciones a la turba o a los ofendiditos, es la falta de comprensión lectora”.

Siete. Voy a echar de menos esta sensación de campaña electoral permanente que llevamos desde 2015. De verdad. Qué va a pasar cuando los políticos dejen de darnos virales cada cual más ridículo después de las municipales. De qué vamos a reírnos.

Ocho. Bueno, en realidad sí lo sé. Nos reiremos de lo de siempre: cien calvas mal llevadas en una misma sala y nosotros vamos y nos descojonamos del peinado de una mujer. Viva Sonsoles Espinosa.

Nueve. La gente expresa mucha pena por el final de The Big Bang Theory, una de las sitcoms que ha sido denunciada como de las más racistas y machistas de nuestro tiempo, pero tan entrañable en su exposición de tales injusticias que nos la hemos tragado con amor. Ojo: yo la primera. El caso es que veía llorar a sus protagonistas en el estreno del último capítulo y me preguntaba si en vez de abrir un Change.org para que los guionistas de Juego de Tronos rehagan la temporada 8, no estaría mejor pedirles, ya puestos a exigir cosas delirantes, que rehagan todo The Big Bang Theory con un poco menos de misoginia.

Diez. Por qué nos crispa tanto el final de una serie. Por qué nos deja este mal sabor de boca siempre. Tengo una teoría al respecto, pero no aparecen dragones ni caminantes blancos en ella: cuando empecé a ver Juego de Tronos tenía 20 años. Mi madre estaba viva, mi cuerpo no tenía celulitis, podía salir de fiesta entre semana sin sentirme como la basura al día siguiente, me preocupaba menos llegar a fin de mes porque ya me las arreglaría, no tenía un hijo al que cuidar, la vida se veía de otra manera y los problemas de Ned Stark con su cabeza sólo eran una mísera ficción televisiva que aunque enganchaba mucho, apenas me importaba. Por qué nos crispa tanto el final de una serie. Por qué este mal sabor de boca. Tal vez lo que nos pese es el tiempo invertido. Saber que el cariño que al final hemos dedicado a esos personajes de ficción no nos será devuelto. Que no hay posible redención para las injusticias que se quedarán en el tintero. Que en definitiva todos los finales llegarán, más o menos previsibles, más o menos entretenidos, más o menos justos… incluido el nuestro.