Pérdida de talento en la política

Desde hace unos lustros, se puede apreciar en nuestras democracias -en España pero también en otros entornos especialmente europeos, como demuestra la clase política británica ante el Brexit- una pérdida de talento político, pese al acceso a esta actividad de las generaciones mejor formadas. Una razón de esta pérdida podría ser el sistema de selección, más que de elección, de los políticos. La llegada a niveles más altos de representantes de las organizaciones de juventudes de distintos partidos ha producido que hayan ascendido personas que no han hecho otra cosa en la vida, que no han tenido carreras propias, sino que han sido apparatchiks en toda su carrera profesional. Pero eso ocurrió ya hace unos años. Hay tres o cuatro (si contamos la escisión de Íñigo Errejón de Podemos) partidos nacionales que no existían antes. Ni Pedro Sánchez, ni Albert Rivera, ni Pablo Iglesias, ni Santiago Abascal entrarían en esta trayectoria; sí Pablo Casado. Es decir, que esa puede ser una razón para una parte de las tropas, no tanto para los mandos.

Por otra parte, la división en el PSOE entre sanchistas y anti-sanchistas y la consiguiente depuración en las listas electorales, puede contribuir a descapitalizarlo, como también a Podemos con la separación entre iglesistas y errejonistas, o en el PP con el destierro del sector marianista/sorayista. Dicho esto, el enfrentamiento de Sánchez con las Juventudes Socialistas en su camino al poder le ha llevado, una vez en el Gobierno, a recapitalizar el PSOE con jóvenes profesionales de valía, de muy distinto origen, que nutren los puestos de asesores y otros.

Un factor esencial de la descapitalización política es que los partidos, como bien explican José Antonio Gómez Yáñez y Joan Navarro en su interesante opúsculo Desprivatizar los partidos, se han privatizado en los últimos años -especialmente a partir de mediados de los 90-, privatización que rápidamente ha alcanzado a las nuevas formaciones. Las primarias, generalizadas, pueden contribuir a esa desprivatización, pero habrán de cambiar, a la vista de lo visto. Aunque los aparatos en general las dominen, también han servido para catalizar en ocasiones rebeliones de los militantes (como ocurrió destacadamente con el regreso de Sánchez al frente del PSOE). Las primarias más importantes para cargos públicos de elección deberían estas abiertas no solo a los militantes, sino a todos, o al menos a los simpatizantes. Hoy por hoy, no hay verdaderas alternativas a lo que hay en muchas de las formaciones. Parece como si unos hiperliderazgos dejaran yermo el terreno para que nacieran esas otras opciones. El sistema inevitablemente más presidencialista en el que se ha convertido el español (y casi todos los europeos) lo fomenta. Los candidatos a presidentes (nacionales o autonómicos) sienten una relación directa con los ciudadanos, dado que no son elegidos directamente, pero tiran de los electores, junto a la propia marca de los partidos.

También hay un problema de falta de incentivos para que los mejores, o simplemente los buenos, entren en política. No tanto de ingresos sino de expectativas vitales para los políticos. Y de desincentivos pues hoy entrar en la política exige un nivel de transparencia, de desnudez, incluido lo que pudieron decir o hacer en sus adolescencias, de los políticos, que muchos no están dispuestos a asumir. La política ha dejado de ser atractiva para muchos jóvenes, y eso lo pagará caro -lo está pagando ya caro- el conjunto de la política, en este país y en otros.

Estamos viviendo, en política y en otros ámbitos, una marcada renovación generacional. Ello, casi forzosamente, implica que lleguen políticos sin experiencia previa. Aunque generaciones anteriores lo miren con cierta altanería, en los 80 muchos llegaron al poder sin ese conocimiento práctico, en una España que tenía claro hacia dónde había de dirigirse, lo que ahora, en un mundo más complejo, resulta menos evidente.

Está por ver qué ocurre con el talento parlamentario tras la importante renovación que se espera en los escaños. Tampoco el anquilosado sistema de debate, por ejemplo en el Congreso, favorece el surgimiento de ese talento político, aunque de vez en cuando se produzcan revelaciones como la de la ministra de Hacienda, María Jesús Montero. Sánchez sí logró incorporar al Gobierno gentes destacadas, muchas de ellas con carreras propias no políticas. Cuando se busca, y hay ganas, se encuentra. Pero la pérdida de talento político ha obligado a los partidos -los viejos y los nuevos- a una gestión de recursos humanos fuera de sus propias formaciones, a buscar participantes de fuera de la política. Pese a que no siempre da buenos resultados, puede contribuir a que la política sea de nuevo vista como una actividad más que digna, ejemplar. Las llamadas puertas giratorias no son malas en sí, sino todo lo contrario. Tienen que girar en ambos sentidos, porque es bueno que existan, de forma controlada, sí, respetando escrupulosamente, pero también sensatamente, las incompatibilidades y evitando los conflictos de intereses. La falta de osmosis entre la política y la sociedad civil, en términos de personal, lleva a que la primera se llene de funcionarios que luego pueden regresar a sus antiguos destinos. No se trata solo de desprivatizar los partidos, sino también de desfuncionalizar la política (y, de rebote, el mundo empresarial).