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Perdonen que no me arrodille

Si os manifestáis, os multan o detienen. Si os multan o detienen arbitrariamente (perdonad la redundancia, dado el contexto) porque osáis defender vuestros derechos y queréis que os hagan justicia, debéis pagar las tasas de juicio. Y, cuando os mienten con el cuento de que vamos a mejor, ni siquiera podréis contradecirles mostrándoles a vuestros hijos sin pan. Siempre saldrá un Don Alguien que les dará la razón, porque es verdad que su economía va bien y que la gente que trafica –hoy me lo ha asegurado el ejecutivo de una inmobiliaria– tiene los brotes verdes brotándoles, de nuevo, de los sobacos, y puede emplear a gente con títulos e idiomas por la mitad del sueldo de un conserje de antes. A la vuestra, a esa pequeña voz de sacrificados en vena, no va a hacerle caso nadie.

Han vencido. Es cierto que ellos salen de la crisis y que ellos, a efectos de supervivencia de su especie, tienen razón. Están surgiendo del túnel, están viendo la luz, conducen la locomotora absolutista, dejan que los indios de la oposición sigan entreteniéndose con sus tonterías durante tantas lunas como sea necesario, y arrastran vagones cargados con miles de silentes borregos a los que esquilar y esquilmar con el beneplácito y para el beneficio del banquero, el empresario y el consejero delegado, nuestra nueva Santísima Trinidad.

Hay que reconocerlo. Se lo han montado de puta madre. Estos más o menos bien nacidos para mandar que constituyen el nuevo antiguo régimen han conseguido un éxito doble. Uno, desarticularnos; y dos, lo que más me duele, celebrarlo en el día en que se cumplen los nunca bastantes años que han caído desde aquel 20-N en el que feneció Francisco Franco, pero no así su Arriba España. La España de Arriba, de los educados matones que no soporta que les muestren una sandalia, de los barrios gangosos donde se respira mejor y en donde el aborto, fraguado y silenciado entre la abuela y la chacha y el ginecólogo de la familia, huele a manta caliente y a confitura de albaricoque. La España de los dos Arturos Fernández, con batines de seda, trajes de etiqueta y moral intercambiables.

Pero no quiero terminar con algo tan amargo. Quiero deciros que todo empieza dentro de uno mismo, que ni arrinconados en nuestra intimidad puede ser, el rendirse, una opción. “No pasarán”, el más pisoteado de los lemas, vence verdaderamente cuando se aplica a nuestro interior.

No les dejéis pasar a vuestra conciencia. Ni a ellos, ni a sus mentiras.