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Periodismo cultural a pesar de todo

13 de octubre de 2021 21:53 h

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Este miércoles el periodismo cultural fue trending topic, pero no por las razones que me gustaría. Un escritor opinó que las secciones de cultura se han convertido en “escaparates” y sus profesionales en peleles intimidados o corruptos. La columna arrancaba comparando el Nobel de Literatura a Abdulrazak Gurnah con el que dio la academia sueca a Bob Dylan en 2016. La crítica era que nadie hubiera despellejado a Abdulrazak, ¿o era a Bob? Da igual, la cuestión es que faltan valerosos despellejadores. 

He aquí el problema del asunto. Lo peor no es que un ajeno a lo más precario del sector nos acuse de vender cualquier producto por miedo a quedarnos sin fiestas o canapés. Es una noción demasiado pueril como para tomársela a pecho. El problema es el desconocimiento absoluto que existe sobre esta pequeña parte de los periódicos y que ha quedado de manifiesto con el artículo en cuestión. El problema es confundir crítica con odio y periodismo cultural con crítica.

Según esta tesis, el verdadero periodista cultural es el que emite un juicio: a favor o en contra. Cuanto más despectivo, mejor. Pero cuidado con la elección porque solo hay un equipo correcto. Si estás en el contrario eres un vendido, te paga Netflix o tienes el criterio de un leño. Peor, eres un parguela porque ni siquiera recibes un cheque. Las productoras y editoriales te cautivan apenas con la promesa de un sandwich de cangrejo gratis en alguno de sus eventos. Recordemos que hay que ser displicente. Pero el bando correcto te convierte en periodista “de verdad”. Eso, y regar el artículo con expresiones como “tontería chillona” o “basura bienintencionada”. Si además puedes referirte a alguna profesional con 20 años de oficio como una “chica mona”, te convalidan el título de columnista reaccionario. Perdón, de figura del periodismo cultural.

El eurodiputado del PP Esteban González Pons, el estandarte de Lo Español, Toni Cantó, y periodistas de otras especialidades han compartido la opinión. Y todos corean lo mismo: ya no hay pensamiento crítico en las secciones de cultura. No es nuevo. Ni siquiera demasiado ofensivo. Es el pan de cada día para alguien que se dedique a ello como redactor o, en un acto de osadía mayor, como colaborador.

En su texto Eso no es (lo que sea), el sociólogo Howard Becker defendía que es una fórmula que usan aquellos que sienten su privilegio amenazado. Por supuesto, se puede aplicar al “eso no es periodismo cultural”. Habrá de todo, no lo niego, pero en este caso se ha generado un falso debate que se reduce a una sola cuestión: el desprecio generalizado hacia esta parte de las redacciones.

Un científico puede saber más que un periodista de ciencia. Un economista puede manejar más conceptos que un periodista económico. Un médico podría hacer mil matizaciones al artículo de un periodista de sanidad. Pocas veces pasa a no ser que incurran en errores flagrantes. En cambio, todo el mundo tiene una opinión sobre el periodismo cultural. Cualquiera que lea libros, vea películas y visite exposiciones obtiene el carné de opinador. No tiene que ser escritor, pintor o realizador para echar por tierra un enfoque o un análisis. Ni mucho menos haber picado piedra en una sección llena de tareas invisibles. Ni haber vendido 14 horas dedicadas a un artículo por una suma irrisoria. Pero no está de más comprender las condiciones mentales y materiales que hay detrás de un trabajo que “cualquiera haría mejor”.

La cultura depende de sus recursos, que normalmente son precarios. En un mundo ideal se hablaría a partes iguales de cine y de danza –también se consumiría a partes iguales–. Si todo fuese idílico se dedicarían los mismos medios y las mismas manos a Cultura que al resto de secciones. Se ofrecerían análisis reposados del tema de moda a la par que se llevasen a cabo grandes reportajes o investigaciones de calado más social y político. Pero en ningún caso creo que el periodismo cultural deba ser única y exclusivamente crítica.

Hay que informar sobre los grandes eventos culturales (una nueva película de Almodóvar, al igual que el Nobel, los Oscar o los Presupuestos, lo es) y que el público decida si está a favor o en contra. Flaco servicio se le hace a la audiencia tomándola por tonta. Hay que alentar a consumir cultura y que sea la gente quien tenga los sanos debates. Ojalá se opine más sobre el mensaje, pero dejemos en paz al mensajero cultural.