Muchos periodistas y fotógrafos de prensa llevaban puesto un casco. La cámara al cuello, la grabadora en la mano, una libreta sobresaliendo del bolsillo, la acreditación prendida al pecho. Y en la cabeza un casco protector. No estábamos en una zona de conflicto bélico, ni en las inmediaciones de una catástrofe natural. Estábamos en la plaza de Neptuno, en pleno centro de Madrid. Era 26 de septiembre y los profesionales de la información estaban cubriendo una concentración ciudadana pacífica en las inmediaciones del Congreso de los Diputados. ¿Por qué temían entonces por su integridad física? Porque el día anterior, durante la convocatoria del 25S, la carga policial había sido indiscriminada y bestial, y algunos de ellos resultaron heridos. Y porque aquella misma noche, la del 25S, cumpliendo con su trabajo, habían corrido varios peligros relacionados con la actuación policial. Como demuestran vídeos grabados en la estación de Atocha, miembros de la UIP, más conocidos como antidisturbios (sucesores de los famosos grises, esbirros del franquismo), intimidaron a los periodistas, los amenazaron, los retuvieron, los identificaron, les sometieron a un trato despectivo y humillante. Violentos, chulos y provocadores, llegaron a romper una cámara. Los días siguientes, principalmente el 26 y el 29S, la labor periodística fue sistemáticamente obstaculizada. Los periodistas, intimidados de nuevo. Muchos de ellos hacían su trabajo con los mencionados cascos protectores. Qué tristeza e indignación producía semejante imagen. Había medios internacionales dando fe de la situación. Qué vergüenza.
Pero todo ello no parecía bastante a las autoridades de este Gobierno y a las fuerzas de represión, y el jueves pasado sucedió algo que no sucedía en este país desde tiempos que preferiríamos no recordar: varios periodistas que cubrían en las inmediaciones de la Audiencia Nacional la decisión del juez Pedraz de archivar la causa contra el 25S no solo fueron obligados por la policía a identificarse sino que fueron filiados, es decir, sus datos personales fueron apuntados en una lista. ¿Pero esto qué es? ¿Qué clase de democracia es esa en la que se reprime el ejercicio del periodismo? ¿Qué pretenden el Ministerio del Interior, la Delegada del Gobierno y la policía atacando así a los periodistas? ¿No tenían bastante con haber tratado de criminalizar a ciudadanos que han ejercido su legítimo derecho de protesta, concentración y manifestación? ¿Son tan obtusos que no se dan cuenta de que tratar de criminalizar también a los periodistas les coloca en el lamentable pelotón de los países donde no se respetan los derechos básicos? ¿Pero no hay nadie en el partido en el poder con un gramo de cerebro para darse cuenta de que esta clase de cosas solo se hacen en eso que tanto les gusta a ellos llamar república bananera; nadie que alerte de que esa deriva al autoritarismo deja su imagen democrática a la altura del betún de la bota de un antidisturbios? ¿Estamos hablando, pues, de un Estado donde no se garantiza la libertad de información, donde ese derecho puede vulnerarse impunemente? “Una prensa libre puede ser buena o mala”, dijo Camus, “pero sin libertad la prensa nunca será otra cosa que mala”. Claro que quizás Albert Camus no sea un referente válido para la gente del PP. ¿Qué tal, en ese caso, lo que nos recordaba Voltaire?: “Si hubiera habido censura de prensa en Roma no tendríamos hoy ni a Horacio ni a Juvenal, ni los escritos filosóficos de Ciceron”. No, claro, para esa gente tampoco es válido Voltaire.
Siempre he pensado que quien no haya querido ser periodista alguna vez es que no tiene sangre en las venas, conciencia, curiosidad, pasión. Esto puede resultar caprichoso o exagerado, pero lo que sí es innegable es que el periodismo, ejercido honestamente, es imprescindible para la vida en comunidad. No son buenos tiempos para el oficio: la crisis de la prensa en papel, el ingente flujo de información virtual, la nueva figura del comunicador anónimo que favorecen las redes sociales y hasta las piedras que sobre el propio tejado de la profesión lanza un magnate del sector como Juan Luis Cebrián: “No podemos seguir viviendo tan bien”, espeta a los trabajadores de El País tras el anuncio del ERE que se formalizará estos días y que dejará a un importante número de periodistas en la calle. Lo de que no se puede vivir tan bien lo dice uno que gana unos cuantos millones de euros al año. En fin, no digo lo que se me viene a la boca para no parecerme a Hermann Tertsch. Pero si a todo ello se añade la intimidación, la censura, la persecución, la deriva represora de este Gobierno contra los periodistas, no solo estará en juego una profesión sino, con ello, un pilar de la democracia.
Pero no está todo perdido. No lo está si hay periodistas rigurosos y valientes. Esta semana lo ha demostrado Pilar Velasco, periodista de la Cadena Ser, divulgando parte del sumario judicial y las actas policiales de la investigación a los organizadores del 25S. Gracias a su rigor profesional y a su valentía, nos hemos enterado de que esa investigación incluyó seguimientos a personas que participaron en asambleas en el parque del Retiro de Madrid, rastreos masivos de cuentas de correo y redes sociales, e incluso la identificación de personas que ingresaron dinero en cuentas bancarias con objeto de pagar sus viajes en autobús: la policía llegó a pedir información a los bancos, a Google, a Facebook. La policía investigó de esta forma exhaustiva una convocatoria ciudadana, algo que sucede en las dictaduras, por encontrar el simil más rápido. “Los periodistas no estamos para juzgar”, reflexiona Pilar Velasco, entrevistada en radiocable.com, “pero sorprende, como dicen los afectados, que solo por meter 22 euros en una cuenta para ir de Alicante a Madrid la policía te identifique”. Hay que darle las gracias a Pilar Velasco por sorprenderse, por ser esa periodista que mantiene alta la cabeza de la profesión, por estar comprometida con la verdad y no con el poder, por ser esa periodista que necesitamos y que, acaso, alguna vez quisimos ser. El gran Kapuscinski, a quien parece inevitable mencionar si hablamos de periodismo, lo explicó así: “Para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias”. Claro que sí, eso es ser periodista. Lo demás es ser un fatuo magnate o una opaca herramienta del poder. Pilar Velasco es una profesional brillante, pero lo es porque es una buena persona y sabe que lo importante son los intereses, las dificultades, las tragedias de los demás, y trabaja en consecuencia. Vivimos tiempos difíciles. Los periodistas, también. Pero los buenos, es decir, las buenas personas, sobrevivirán a la tragedia porque sus intereses son los de todos. Entre ellos está el de plantar cara a la intimidación y defender una democracia real. El periodismo es un pilar de esa democracia. He aquí la prueba: para pilar, Velasco.