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Los periodistas que no abrían la ventana

Pablo Iglesias abandona la Audiencia Nacional tras declarar en el caso Villarejo

Rosa María Artal

Si uno dice que llueve y el otro dice que no, abre la ventana ¡y compruébalo! en lugar de dar las dos versiones. Es lo que una brillante viñeta viene a decir como regla fundamental del periodismo. Sobre todo del actual, en exceso basado en declaraciones. Numerosos periodistas no abren la ventana, algunos la cierran fuertemente y unos pocos la utilizan de vertedero. Vivimos un momento en el que las cloacas han reventado quién sabe si incapaces de acoger tanta porquería. O por pura guerra de facciones. Tramas sucias políticas, policiales, mediáticas, económicas. Para tumbar rivales. Una sociedad no puede funcionar así. Nuestro turbio pasado sin lavar, estalla ahora por estas costuras.

Dejemos un punto de partida bien claro: los ciudadanos no tienen ninguna culpa de los problemas de los periodistas y desinformar por la causa que sea conculca sus derechos. Los ciudadanos son parte dañada en estas contiendas.

Entre demócratas, al menos, han causado alarma social las revelaciones –constataciones, para ser precisos– de que existió un complot para fabricar dossieres falsos sobre Podemos que, dañando su imagen, impidieran su acceso al poder. Bajo mano, de forma ilegal, con presiones, con dinero público e interés privado, al más alto nivel –se cita al Ministro Fernández Díaz y al propio presidente entonces Mariano Rajoy–, y, todo ello, expandido con divulgadores mediáticos. No menor espanto produce ahora la reacción de algunos políticos y medios. Es un atentado al sistema. Los detalles son espeluznantes. Y hay demasiados silencios y demasiado ventilador. Aún siguen enmarañando. “Aquí se juega”, como dicen, sí, pero con fuego real. A la ruleta rusa o al canibalismo.

El último en sumarse a la confesión de irregularidades de gran calibre ha sido David Jiménez, que fuera durante un año director del diario El Mundo, justo en 2015 cuando irrumpe con fuerza ya Podemos en la política. Publica un libro, El Director, contando su experiencia que acabó en despido. Es un inesperado tirar de la manta que seguro levantará contra él al corporativismo. Claro que hablar tras haber callado y ser expulsado ofrece algunas dudas. Algunas cosas de las que dice Jiménez pueden obedecer a una visión subjetiva, pero otras son verdad y una verdad aterradora.

La intensa entrevista que le ha realizado al ex director de El Mundo José Precedo en eldiario.es arroja titulares terribles, desestabilizadores. Confirma la operación contra Podemos. La participación de las élites económicas. Relata las presiones de ministros y directivos del IBEX. Ofertas económicas que le hicieron a él mismo algunos de estos empresarios. Habla de prebendas, de influencias y sobresueldos, vinculados a informaciones precisas y titulares grandilocuentes. Acuerdos por encima de la dirección del periódico. Llamadas hasta para promocionar el fiasco de Bankia. Periodistas a sueldo. Tertulianos impuestos por el poder político. “Información vaginal”, obtenida con prostitutas y modelos, a élites y políticos. Y siempre los nombres fijos: Villarejo, Eduardo Inda, BBVA, López Madrid y otros clientes que resalta Victoria Rosell.

Y es que la jueza canaria Victoria Rosell fue víctima directa de otra campaña particular de desprestigio que la apartó de la carrera política como diputada de Podemos. Villarejo había sido, desde hacía al menos dos décadas, una de las principales fuentes de El Mundo y facilitador de la mayor parte de nuestras “exclusivas”, escribe David Jiménez. El Mundo bajo su dirección participó en difundir esas falsas noticias que eran guerra sucia. Detengámonos ahí. Las informaciones al dictado y con fines interesados no son ni “exclusivas”, ni noticias. Ni es periodista quien las emite sino portavoz o sicario de la trama. Es importante señalarlo. Hay muchas víctimas. Nunca pueden ser verdad total cuando surgen de esa forma, vienen contaminadas.

Cometió errores, dice David Jiménez. Reprueba los ataques a Pablo Iglesias también. Aunque en un exceso de celo escribiera una columna editorial como director en la que lo comparaba con Stalin y Kim Jong-un, el dictador de Corea del Norte. A David Jiménez le machacarán pero por corporativismo periodístico, no por esto.

Y algo mantiene de la actitud cuando en el “pero” reglamentario al enorme atropello cometido, acusa al líder de Podemos de haber ironizado –es lo que ocurrió- sobre un periodista de El Mundo en un acto en la Universidad. Hubo un gran revuelo entonces. El aludido se levantó y se fue, otros compañeros le secundaron. Nunca antes o después lo hicieron. Aquí, en Los verbos que acabaron con el periodismo, incluí un amplio surtido de titulares tendenciosos de aquellos días nefastos, varios de ellos con la firma del periodista. Esa crítica a Pablo Iglesias, en un solo párrafo, fue destacada en la entrevista de El Objetivo de La Sexta.

Y es que el corporativismo no discrimina. El corporativismo hace daño a cualquier profesión. En el caso del periodismo, a la sociedad por lo que representa. Una cosa es defender el buen periodismo -que sí, totalmente- y otra las malas prácticas -que no, en absoluto-. El corporativismo ampara las malas prácticas. Y se defiende con uñas y dientes de cualquier crítica.

Muchos ciudadanos están asustados e indignados por lo que ven y algunos tienden a meter a toda la profesión en el mismo saco. Y no es justo. La inmensa mayoría hace su labor con honestidad y no cobra bajo mano, cobra su salario. La inmensa mayoría no son millonarios. Por el contrario, el periodismo es una profesión cada vez más precaria, lo que induce miedo a perder el empleo. Y más en ese caldo de presiones.

Más aún, decenas de periodistas sufren las consecuencias de su labor de informar a la sociedad, persecuciones y amenazas –en España también-. Decenas de periodistas mueren incluso, a lo largo del mundo todos los años. Háganme el favor de no confundir a los periodistas con Eduardo Inda, o con cualquiera de sus similares. Resulta ofensivo. Ni con quienes combinan la propaganda política con el “periodismo” carroñero. Este viernes Susana Griso, en Antena 3, le ha preguntado a Ángel Hernández, el marido que ayudó a su mujer a morir tras 30 años de invalidez y sufrimientos, si lo había hecho para influir en la campaña electoral. Pero, insisto, los ciudadanos no tienen la culpa y no deben pagarlo.

Todos pagamos este estado de corrupción. Insostenible. Con técnicas que pueden calificarse ya a la luz de los datos de mafiosas. Con daños irreparables. Con implicados que gozan de una relevancia que no merecen. Con partidos responsables que deberían ser llevados a los tribunales, que ya deberían estar intervenidos y dirigidos por una gestora y no malmetiendo a voces en la campaña electoral. Un país que mantiene vivo el franquismo al punto de ir a las urnas el 28A. Con Instituciones como la jerarquía de la Iglesia católica paradigma de la involución mundial, sin un gramo de piedad hacia sus víctimas, sean los homosexuales, o los miles de niños sodomizados. Con un sector de la sociedad sin respeto siquiera por la democracia.

Hay periodistas que atrancan la ventana, sí. Y otros, pocos y poderosos, que abren rendijas para volcar basura contaminante. Pero, les aseguro, que también los hay -aquí en este medio sin ir más lejos y en muchos otros-, que levantan las persianas, abren las contraventanas y miran y se lo cuentan aunque amenace un vendaval.

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