Pensé escribir de la huella que dejan las personas, de Ennio Morricone. Pero las calamidades ineludibles se agolpan en este país. Una pandemia, rebrotes por aquello de “el coronavirus no es nada” o el “hay que trabajar”, el virus de la vandálica oposición, la masacre de los geriátricos, los trapicheos de la Real Familia de los Borbones, jefes de Estado a título de Reyes... no faltaba más que un periodismo quebrado, como parte del mismo todo.
Muchos ciudadanos están atónitos ante el espectáculo. Periodistas de élite, de los mejor pagados, se han volcado en apoyo de uno de sus principales: Vicente Vallés, presentador de noticias de Antena 3. El pobre había sido agredido, dicen, por un tuit de Pablo Echenique, portavoz de Unidas Podemos, y por una entrevista en Radio Nacional de España a Pablo Iglesias. Lo más granado de ese sector de la profesión ha ido pasando a retratarse y afirmar #YosoyVicenteVallés.
Escriben frases muy emotivas como argumento. Ellos son críticos con el poder y hay políticos que eso no lo toleran. Algo tan cierto como inadmisible. Lo que ocurre es que hablamos de un curioso saco en el que políticos, como Donald Trump por ejemplo, atacan al periodismo riguroso, no al que les halaga y secunda. Es absolutamente reprobable que se presione a un periodista que cumple su trabajo; no que se critique a quien desinforma. En ningún punto del código deontológico del periodismo figura el derecho a difamar, ni a que el difamado se calle y ponga la otra mejilla.
Periodistas críticos con el poder, dicen. Este mismo martes se puede ver esa actitud firme que les enaltece en las portadas de la prensa de papel: ninguna de ellas menciona siquiera el nuevo episodio de Juan Carlos Rey, que habría ordenado en La Zarzuela “crear una estructura” para ocultar dinero saudí en Suiza, según ha declarado allí al Fiscal del caso el abogado Canónica. En cambio, se desparraman contra Podemos al punto de resucitar hasta a Venezuela, sin un gramo de pudor.
El periodismo ha cambiado mucho. Durante las décadas que llevo ejerciéndolo, toda una vida, ha sido regla inquebrantable separar información de opinión. Señalarlo con claridad. Vicente Vallés, según yo misma vi, opinó sin datos dentro de un noticiario y apostilló a Isa Serra desde el plató sin oportunidad de contestación alguna. Eso, de entrada. Más grave todavía es negar la existencia de las cloacas del Estado –del gobierno de Rajoy y Fernández Díaz-, con dossieres falsos que fueron publicados y se mantuvieron a pesar de sentencias negando los hechos del Supremo incluso. En un país verdaderamente democrático hubieran saltado las costuras del Estado con semejante trama, dirigida a cualquier partido. Hay barreras que no se pueden saltar. Esto ha sido un Watergate en toda regla que, lejos de pasar factura, quieren perpetuar. De ahí la insistencia en inventarse un “Caso Dina” o un “Caso tarjeta” cuando lo que se juzga es la trama corrupta de un comisario de policía, José Villarejo, en la que parece haber demasiada gente de altura pringada. Con ataques al tesorero del PP, Luis Bárcenas, a unos niveles que dejan en juego de niños el Chicago de los años 20. Y esto forma parte de lo que implica el apoyo a negar las cloacas de los #YosoyVicenteVallés. A mí me produce auténtico sonrojo. Más aún, desolación.
Los políticos no toleran la prensa crítica, se atreven a proclamar para este caso. Prensa crítica sería la que enjuiciara sus labores de gobierno, incluso su actitud. Prensa crítica no es negar las cloacas, ni burlarse de que, de existir, “habrían evitado que Podemos llegara al Gobierno, incluso a la vicepresidencia”. Lo que ha quedado claro es que quien no tolera la críticas, ni la discrepancia siquiera, es ese lobby de periodistas, representado también por las asociaciones agrupadas en FAPE y por la activa APM de Madrid. Entidades volcadas en defender a Eduardo Inda, por ejemplo, uno de los difusores de los dossieres falsos, y en programar descuentos varios, hasta en mutuas de salud a sus afiliados como principales tareas.
Los muchos periodistas acosados por otros partidos, como Vox o el PP, se quejan de la diferencia de trato. Ni Cintora, ni Patricia López, ni tantos otros gozaron de esta solidaridad como el presentador estrella del potente grupo mediático, ¿tendrá algo que ver? Da la impresión de que Podemos incomoda mucho más al sistema que defienden los periodistas “críticos con el poder” que la ultraderecha. A la que por cierto, nos han metido con un embudo.
El fraternal apoyo no es unánime y hasta se pueden conseguir explicaciones al “error” de Podemos. Me dicen que estas cosas se hacen con más astucia, bajo mano. Y que el problema es ese vídeo donde, tanto los informativos de Vallés como los de TVE, sacaron a Podemos hasta de las encuestas del CIS. Los borraron del mapa político. Esto tampoco molesta a ese grupo de periodistas. Lo grave es el hecho de quejarse públicamente en formato vídeo. Entiendo pues que hay un protocolo no escrito de lo que pueden hacer y no los diputados desde el siglo XIX, pongamos por caso, a salvo de los largos periodos que las dictaduras nos dejaron sin Congreso legislativo. Tomen nota: de vídeos nada. Redes sociales, poco. Prueben a batirse en duelo. Un protocolo conservador que se rige hasta por cánones estéticos. Conviene también a los periodistas bajar a la calle, mezclarse con la gente y ver que ahora el Congreso se parece más, en fondo y forma, a la sociedad a la que representa.
Esta fractura del periodismo es el síntoma de un todo, pero grave. Si esto se hace tan a las claras, imaginen qué más cuela en esta España nuestra. Los graves defectos estructurales de nuestro país parten desde la cúspide.
“Juan Carlos de Borbón cobra de todos los españoles un sueldo público de 194.232 euros brutos al año como rey emérito –gastos, viajes y casas aparte–. No es un mal salario. Pero es apenas una propina, comparada con las cifras de esta investigación penal.
Para los que se pierden con las grandes cantidades: 65 millones de euros equivalen a más de tres siglos del sueldo oficial del rey. Y para sumar cien millones, a Juan Carlos I le haría falta más de medio milenio de salario real.
¿Para quién trabaja realmente Juan Carlos de Borbón? ¿Para los españoles, que le pagamos 194.232 euritos al año, o para la dictadura saudí, que presuntamente le soltó cien millones de dólares no se sabe a cambio de qué?“
Esto lo escribió el 4 de marzo, Ignacio Escolar, director de ElDiarioes. Y esto sí es ser crítico con el poder para dar información esencial a los ciudadanos ¿dónde han estado tantos que ahora presumen de lo que carecen?
Los reyes y sus hijas que van a un funeral convocado por la conferencia episcopal, con 50 obispos. No quieren actos laicos en un país aconfesional, como no quieren “paguitas” para los pobres. Y no importa que se monte un aquelarre de insultos a Sánchez, y a uno de los vicepresidentes, claro está Iglesias, por no asistir y ABC pueda explayarse en portada.
Atacar a Podemos no es criticar al poder. Son cinco ministros de 17 y no tragan a ninguno. A lo sumo a Yolanda Díaz, a la que una presumiblemente del grupo “periodistas críticos con el poder”, se atrevió a llamar “Yoli Díaz, la potra de trabajo”. En El Mundo, el mismo diario que hoy reinventa las cloacas para cargárselas enteras a sus víctimas. Preocuparse por un ingreso mínimo vital e insistir –menos de lo debido- en el impuesto a las grandes fortunas, un imprescindible cambio de la fiscalidad al que urge hasta el exrelator de la ONU Philip Alston o la derogación de la muy lesiva Reforma Laboral del PP, se paga caro en tiempos de este peculiar periodismo crítico.
Si existe la vergüenza ajena, me siento completamente ahíta de ella. De hecho, si la sociedad sujeto esencial del Derecho a la Información, no reacciona y a fondo, creo que esto no va a ir a mejor ni mucho menos. Y ya es demasiado. Pero no quiero quedarme sin hablar de Ennio Morricone, el músico que se engrandeció al infinito desde aquellos westerns que, sin serlo, parecían menores. No dejo de oír desde su muerte ayer, el canto sublime al cine y al amor de Cinema Paradiso y tantas bandas sonoras que nos llegaron a lo más profundo del cerebro, que es donde anida el corazón. Y me quedo con Sostiene Pereira, esa obra perfecta que unió en una película la novela de Antonio Tabucchi con la música de Morricone, una Lisboa eternamente hermosa, un Marcelo Mastroinnai mítico en uno de sus últimos trabajos antes de morir a los 72 años. Sostiene Pereira: 1938, tiempos duros de ascenso de los totalitarismos, dictadura de Salazar en Portugal. Un periodista, encargado de las necrológicas, evoluciona desde la tibieza y la comodidad al compromiso y la valentía. Impactado por la cruda realidad. Una puerta abierta a la reacción, al cambio, a la coherencia, que dejó Una brisa en el corazón en la voz de Dulce Pontes para que nada faltase.