Imaginen que un periodista muy influyente culpa a Pedro Sánchez de la catástrofe por haber tardado en enviar a los móviles de los ciudadanos la alerta sobre la DANA.
Imaginen que ese mismo periodista borra la acusación cuando se entera de que esa competencia era de la Generalitat Valenciana y que fue ella la que la envió “tarde”. Pues dejen de imaginarlo porque no es ciencia ficción, sino una mera proyección de un caso real. Un caso real que ejemplifica lo que leemos, vemos y oímos estos días y, en definitiva, el estado al que ha llegado el periodismo de este país.
Fue el subdirector de El Mundo y presentador de la COPE, Jorge Bustos, quien se indignó cuando en septiembre de 2023 recibió, como todos los madrileños, un mensaje de alerta ante la llegada de una potente DANA a la capital de España. Ahora, aunque por diferente y más sangrante motivo, muchos han recordado el cabreo que provocó en Bustos aquel sonido estridente en su teléfono: “A ver, qué coño es este pitido orwelliano en cada móvil por mucho que llueva. Cuál es el siguiente paso de la intrusión del Estado en la privacidad del ciudadano”. Para este hombre, que también sienta cátedra en diversas tertulias, estábamos ante un paso más hacia la dictadura. Tras difundir su contundente opinión ya debía estar pensando en el editorial que haría su periódico al día siguiente o en la brillante homilía con que nos deleitaría en la COPE o en Telecinco, equiparando la España de Sánchez con la sociedad totalitaria descrita por Orwell en 1984. Aún se debía estar frotando las manos cuando alguien le explicó que la alerta no la había enviado el gobierno central, sino el ejecutivo autonómico de su amada y gran mecenas, la presidenta Ayuso. Sin complejos ni decencia ni pudor el “periodista” borró el mensaje. Las prácticas orwellianas, la intrusión en la privacidad del ciudadano dejaron de serlo porque los emisores de la alerta habían sido los suyos.
No estamos ante una anécdota, sino ante la prueba de cómo actúan demasiados mercenarios de la información ante cualquier hecho. También ante una tragedia tan monumental como la que ha provocado la reciente DANA. Ya ha habido y habrá muchos análisis sobre la gestión política de la catástrofe. Mi humilde reflexión de hoy se centra en quienes generan opinión por puro interés político y, sobre todo, económico. Voy a ser claro, como intento serlo siempre. Mi máximo respeto por los periodistas honestos, opinen lo que opinen, digan lo que digan y argumenten lo que argumenten en estos terribles momentos. Mi absoluto desprecio a los propagandistas que opinan en función del color político de quien gobierna una institución. Estos últimos son los que siguen la doctrina Bustos de los tres “nis”: ni pudor ni complejos ni decencia. Doctrina que, trasladada a la actual tragedia, se podría resumir así:
Si Sánchez decreta el estado de alarma, acusarle de dictador. Si no lo hace, culparle de inacción.
Si Sánchez asume el mando único de la catástrofe, pedir que se presenten recursos ante el Tribunal Constitucional porque estaría violando la Carta Magna. Si no lo hace, tacharle de “cogobernante” y de “escaqueado”.
Si Sánchez y sus ministros coordinan las tareas de rescate y ayuda, atribuirlo a que actúan contra la Generalitat Valenciana porque esté gobernada por el PP. Si no lo hace, acusarle de dejación de funciones para dificultar el trabajo de la Generalitat Valenciana porque está gobernada por el PP.
Si Sánchez envía al ejército sin que se lo pida Mazón, comparar al presidente con Maduro y a España con Venezuela. Si lo envía cuando se lo pide Mazón, reprocharle que no lo haya hecho por iniciativa propia.
La experiencia y los hechos son los que confirman que esta doctrina es exactamente así. Los mismos que acusaron al gobierno progresista de llevarnos a la dictadura por declarar el estado de alarma mientras morían decenas de miles de compatriotas durante la pandemia. Los mismos que exigían a los tribunales y hasta al ejército que pararan los pies a Sánchez por tomar medidas excepcionales en aquellos terribles meses. Los mismos que le culpaban por restringir las competencias de los gobiernos autonómicos. Los mismos y las mismas son los que hoy le acusan de no querer asumir el control de la situación. Resulta tan grotesco y tan chusco su cambio de posición que algunos de estos “mismos”, como el propio Bustos, han tenido que ir un paso más allá y han puesto en cuestión el propio estado de las autonomías. Les traduzco, aunque sé que no lo necesitan: como el gobierno valenciano es de los míos y ha quedado en evidencia que son unos inútiles, en lugar de criticarle, tiro por elevación y me cisco en la Constitución.
Huida hacia delante, desde la maldad y la desvergüenza, que ha sido generalizada en la derecha ultra del PP y en la ultraderecha de Vox-Alvise. ¿Qué podían hacer quienes niegan o minusvaloran el cambio climático ante la evidencia científica y ante lo que vemos cada día, desde hace años, y que nos ha dado la primera gran hostia en la Comunidad Valenciana y en Castilla La Mancha? ¿Qué iban a decir quienes se dedican a desmantelar el Estado y a reducir los impuestos cuando se necesitan, más que nunca, fondos públicos para ayudas y servicios como la Unidad Valenciana de Emergencias? Menos callarse, rectificar o criticar a los suyos, cualquier cosa. Desde inventarse bulos, como el de la destrucción de presas, hasta la glorificación del dictador “construyepantanos”, pasando por culpar a lo inmigrantes o a la mismísima Constitución.
Termino con una excusatio non petita que no es una accusatio manifesta. No todos los periodistas, “de un lado y de otro”, son iguales. No, no y mil veces no. Basta leer este y otros diarios progresistas, escuchar y ver las pocas radios y televisiones que no controlan las derechas o seguir los comentarios en redes de los y las colegas honestos para confirmar cómo se despelleja a Sumar por el caso Errejón, al PSOE por el escándalo Koldo-Ábalos y al Gobierno de progreso por cualquiera de sus errores, incluidos los que ha cometido en esta catástrofe. Periodigno frente a propaganda. Ustedes eligen… porque sí hay donde elegir.
Nota. '1984' era el título de la obra, no el año en el que la escribió (n.p.F. nota para los Feijóos)