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De la permisividad con las medicinas alternativas a la repulsa a las pseudoterapias

Una mujer ante un estante de homeopatía / FOTO: Casey West

Esther Samper

Las pseudoterapias (mal llamadas medicinas alternativas, pues no son una alternativa real a la medicina) han proliferado en las últimas décadas en España gracias a la desinformación generalizada de sus usuarios. Hace apenas unos meses, el barómetro del CIS ilustraba por primera vez el gran cacao mental sobre las pseudoterapias que tienen los españoles y la notable tolerancia hacia ellas. Sin embargo, el escaso conocimiento y pensamiento crítico de una parte de la población en esta materia es sólo una de las razones tras este fenómeno. La tibieza y permisividad generalizada de los colectivos sanitarios (principalmente de médicos y farmacéuticos), de las asociaciones de pacientes, de los periodistas y los políticos han sido también muy culpables del florecimiento de las pseudoterapias durante décadas.

Años atrás, el asunto de las pseudoterapias solía tratarse con la típica equidistancia periodística, dando el mismo valor a las declaraciones de los practicantes de las pseudoterapias que a las pruebas científicas en contra de éstas, ya fuera en medios grandes o pequeños. Por ejemplo, hace tan sólo 8 años, El País publicó un famoso reportaje sobre la homeopatía con la neutralidad propia de aquella época en este asunto. En el peor de los casos, multitud de medios de comunicación trataban a las pseudoterapias como una opción terapéutica más.

Hace tiempo, los médicos y farmacéuticos que se atrevían a criticar públicamente a las pseudoterapias eran cuatro gatos combativos, a menudo pertenecientes a asociaciones defensoras del pensamiento crítico como ARP-SAPC o Círculo Escéptico. Yo misma, como médica entrevistada sobre pseudoterapias hace tiempo, recibía el agradecimiento de periodistas por animarme a responder a sus preguntas porque no encontraban ningún médico que quisiera criticarlas. Además, en aquel entonces, llamar a casi cualquier colegio de médicos o institución médica oficial desde un medio de comunicación para indagar sobre las pseudomedicinas y su supuesta efectividad era algo infructuoso. Se solían recibir respuestas tan “contundentes” como “No tienen nada que decir” o “Mientras que lo apliquen los médicos, no hay nada que objetar”.

En aquella época, hace casi 7 años, me preguntaba amargamente “¿Por qué los médicos no frenan el auge de las medicinas alternativas?”. La situación entre los colectivos sanitarios como los farmacéuticos y las asociaciones de pacientes era muy similar en aquella época. Además, prácticamente todas las universidades ofrecían cursos o títulos de pseudoterapias.

Tiempo atrás, los políticos miraban para otro lado con respecto a las pseudoterapias y su regulación. Fue en el año 2011 cuando, por primera vez en España, el Ministerio de Sanidad publicaba un “Análisis de situación de las terapias naturales”. Entre sus principales afirmaciones se encontraban “La evidencia científica disponible sobre su eficacia es muy escasa y si bien en la mayoría de los casos estas terapias son inocuas, no están completamente exentas de riesgos”. A pesar de este movimiento inicial, los políticos hicieron poco al respecto, salvo legislar que debía ser un sanitario titulado quien practicase las pseudoterapias. En la práctica, esta normativa se ha cumplido poco o nada. Además, una de las principales pseudomedicinas, la homeopatía, ha contado tradicionalmente con un trato de favor desde el sector político, que la ha mantenido en un limbo legal muy peculiar.

A pesar de este clima de tolerancia y permisividad social e institucional hacia las pseudoterapias de las últimas décadas, lo cierto es que algo está cambiando en los últimos 3-4 años. En muchas facetas, la evolución que se está dando en la tolerancia hacia las pseudoterapias recuerda al cambio en la mentalidad española con respecto a la violencia de género. Para empezar, los términos pseudoterapias o pseudomedicinas se están popularizando como sustitutos de medicinas alternativas o terapias naturales, tanto entre los medios de comunicación como en la población general. Podría resultar un detalle sin importancia, pero las connotaciones detrás de las palabras tienen un gran peso en como se percibe aquello que se describe. De hecho, una de las primeras medidas que se tomaron para dar los primeros pasos hacia la tolerancia cero a la violencia a las mujeres fue cambiar el término “crimen pasional” (en los años 80) por “violencia de género”. Porque para combatir un problema, es importante que éste se refleje como tal.

En los últimos años, hemos puesto cara y nombre a múltiples víctimas de las pseudoterapias. Es el caso del estudiante Mario, de la economista Rosa, del niño Francesco... Muertos porque renegaron de una medicina basada en la evidencia científica para pasarse a una medicina basada en las fantasías. Era importante que los conociéramos, que viéramos los estragos que causan las pseudoterapias, pues durante mucho tiempo las víctimas por pseudoterapias se han mantenido en el más absoluto silencio, como las mujeres víctimas de maltrato. Ahora no sólo conocemos algunas de las víctimas de las pseudoterapias, también conocemos mejor la magnitud del problema. Sabemos que las pseudoterapias aumentan hasta un 470 % el riesgo de muerte en pacientes de cáncer o que usarlas se asocia al rechazo del tratamiento convencional. En España, las primeras víctimas mortales por violencia de género empezaron a contabilizarse en el año 2003. Ana Orantes, la mujer que expuso sus maltratos por televisión y que fue quemada viva por su exmarido en 1997 cambió para siempre la visión de la violencia machista en la sociedad española. Una sociedad donde el sketch de Martes y 13 “Mi marido me pega” ya no era tolerable.

Estos últimos años, muchos colectivos médicos y farmacéuticos han movido ficha con respecto a las pseudoterapias. Los colegios profesionales han eliminado grupos o comisiones dedicados a estas terapias de eficacia no probada, han criticado abiertamente a las pseudomedicinas en manifiestos o declaraciones públicas institucionales. Ya no es cosa de cuatro gatos combativos. Gracias al llamamiento de la Asociación para Proteger al Enfermo de Terapias Pseudocientíficas y hasta el momento, más de 1.200 médicos y científicos han firmado una carta para solicitar a la ministra de Sanidad que actúe contra ellas porque “matan”.  Por otro lado, en las universidades, se han retirado multitud de títulos propios y cursos sobre pseudomedicinas.

Desde la política, Pedro Duque, Carmen Montón y la actual ministra de Sanidad, María Luisa Carcedo, han sido, históricamente, los políticos que más repulsa han mostrado a las pseudoterapias en España. De hecho, antes de su dimisión, la exministra Montón planeaba solicitar a Europa que dejase de considerar medicamento a la homeopatía.

Por otro lado, se han creado iniciativas conjuntas de profesionales sanitarios, representantes de asociaciones de pacientes y periodistas como Salud sin bulos para atajar la desinformación que da alas a las pseudoterapias. Desde los medios de comunicación, están proliferando iniciativas periodísticas con fines similares como Maldita Ciencia y, en la actualidad, prácticamente cualquier periódico o medio de comunicación mínimamente riguroso toca las pseudoterapias con una perspectiva científica y no con una falsa equidistancia entre defensores y detractores.

Aún no hemos llegado a una tolerancia cero frente a las pseudoterapias, basta salir a la calle o entrar a la farmacia para comprobar que siguen muy presentes. Queda mucho por hacer, pero la tibieza y permisividad de hace años se está transformando en una repulsa colectiva que, a partir de cierta masa crítica, podría cambiar la legislación y proteger a los enfermos que son víctimas de estas terapias fraudulentas. La repulsa creciente a la violencia de género consiguió una reforma progresiva de las leyes para proteger más a las mujeres víctimas de sus parejas. Los próximos años nos dirán hasta dónde podremos llegar: si es el principio de un cambio permanente de la percepción de las pseudoterapias entre los españoles o es sólo una transitoria y combativa reacción contra ella.

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