Tanto se ha caminado y denunciado, y aún así estos días nos están ofreciendo nuevas dosis de la peor vieja política. Mariano Rajoy llama a una gran coalición con PSOE y Ciudadanos para mantenerse en el poder y afirma que será de nuevo candidato del PP. Como si no pasara nada. Para que todo siga igual.
Una serie de incendios en la cornisa cantábrica provocan terribles daños, pero los medios del viejo periodismo no hacen sonar las alarmas. Rajoy puede descansar tranquilo el puente, porque no le van a demandar que vaya a las zonas afectadas. Cuando gobierna el PP, la responsabilidad de los incendios solo es de los pirómanos.
El rey, con voluntad de dejar claro que siglos de lujo le avalan, eligió un marco suntuoso de alfombras, paredes de terciopelo, lámparas de cristal, espejos, candelabros, muebles dorados, techo abovedado con pintura al fresco y relieves, para decirnos, cual concesión, que ese Palacio Real es de todos nosotros, como si no supiéramos que lo sostenemos con nuestros impuestos.
También nos dijo el rey que ese palacio “recoge siglos y siglos de nuestra historia común”. Solo presuponiendo un plural mayestático se puede comprender semejante afirmación, pues el pasado y la historia de la gente común poco tiene que ver con el pasado y la historia de quienes llevan siglos heredando privilegios.
El discurso del rey no tuvo referencias a la corrupción y solo una mención, de pasada, a la desigualdad. No habló de pobreza energética, ni de desahucios, ni denunció la precariedad creciente. Muy realista y plural todo. Solo a unos metros de su palacio real varias personas dormían a la intemperie bajo el puente de la calle Bailén.
Mientras, cuando el país más necesita presión para que cambien las políticas que han aumentado la desigualdad, en el PSOE les da por centrarse en luchas de poder internas, como si lo demás pudiera esperar, o como si nada mereciera la pena si no es con determinadas personas en los tronos del poder. Siguen sin ver las señales.
Es tal la desconexión con la calle, que muchos continúan más preocupados por sí mismos, por sus sillones, por sus cuotas de poder. Mientras hay gente que no llega a fin de mes y tiene la nevera vacía, se antepone “el sentimiento de ser español”, mencionado por el rey en su discurso, y el “España se rompe”. La España rota por el paro, la corrupción, la marginación, la desigualdad y la pobreza no despierta ni tanta atención ni tantas alertas.
Este país ha vivido en una burbuja en la que se ha llamado política a las luchas de poder de los políticos y a las cuestiones que afectan a los de arriba. Hay también un periodismo especializado en “política” que se ocupa de dar cobertura y legitimidad a esos discursos escritos y dirigidos por y para la elite. Por eso a mucha gente no le ha interesado la “política”: porque buena parte de la “política” no hablaba de la gente.
Durante años se ha celebrado el crecimiento de la riqueza de los ricos pretendiendo que el resto creyéramos que también era la nuestra. Como ahora el rey Felipe VI, nos hablaban de palacios queriendo que nos identificáramos con ellos.
Desde 2011 han cambiado muchas cosas: aquello a lo que se llamaba “política” envejeció de repente, pero parece que algunos no lo han entendido aún. Por eso en el PSOE se tiran los trastos a la cabeza mientras fuera padecemos el aumento de la desigualdad y la merma de los derechos sociales. Un sector de la sociedad despertó hace años, con la PAH, con el 15M, con Juventud sin Futuro diciendo “esto es solo el principio”.
Ese sector, creciente, no va a dejar de movilizarse y de trabajar por la construcción de un país más justo y de una política conectada con la realidad que se ocupe de lo que le pasa a la mayoría social. Es en este contexto en el que las batallas por poder interno en un partido que lleva años pregonando políticas que después no cumple se ven desde fuera como la coreografía de su caducidad.