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Pesadilla en Ferraz

Archivo - Jóvenes protestando en la sede socialista de Ferraz

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El título de este artículo no se refiere a lo que puedan estar viviendo algunos en la sede del PSOE tras la convocatoria por el presidente Sánchez del Congreso Federal del partido. De eso habrá tiempo para hablar. A lo que alude el titulo es a algo que sucede fuera del cuartel socialista. En la calle. Día a día, desde hace diez largos meses. Sobre todo en inmediaciones de la iglesia de los misioneros claretianos, la parroquia del Inmaculado Corazón de Jesús.

Pronto se cumplirá un año de las concentraciones ilegales que se iniciaron a finales de octubre, jaleadas por Esperanza Aguirre, que animaba a cortar la calle para protestar contra los socialistas, y por Aznar, con su grito bélico “el que pueda hacer que haga”. Aquel circo pretendía impedir la investidura de Sánchez y la amnistía a los implicados en el procés catalán de 2017. Luego acudieron más políticos de Vox y del PP madrileño a jalear al personal. Y llegaron las hordas violentas y los disturbios, sumando hasta 9.000 energúmenos durante varias semanas. Desperfectos, ruidos, gritos y demás inconvenientes propios de un barrio secuestrado al atardecer hasta altas horas de la noche. 

Hace meses escribí sobre este tema. Pero esta vez no voy a volver a contar lo que mis ojos estupefactos contemplaron por la ventana aquellos días de ruido y furia. De lo que quiero hablar ahora es de los derechos de los ciudadanos a la tranquilidad, a no tener que soportar el aquelarre de los frikis e integristas que se concentran a diario en la puerta de la iglesia megáfono en mano y con imágenes de vírgenes. Las iglesias se hicieron para rezar dentro de ellas, no para dar la turra a los ciudadanos no creyentes fuera del recinto. Flaco favor le hace a la Iglesia y al catolicismo ese grupo de personas que usan la religión como arma política.

¿Por qué tenemos que escuchar a diario consignas fascistas? ¿Por qué tenemos que aguantar cada día el Cara al Sol y el himno de Pemán? ¿Por qué tenemos que soportar gritos machistas, racistas y homófobos? ¿Dónde se dice que estamos obligados a oír a diario insultos estridentes al presidente del Gobierno, a Begoña Gómez o a José Luis Rodríguez Zapatero? ¿Por qué tengo que oír ruidosos hurras a los jueces Peinado y García-Castellón? Tengo anotados todos los lemas y consignas. Incluso podría hacer una tesis sobre la evolución los eslóganes, que con el tiempo han ido mutando. Ya apenas hablan de la amnistía ni de Carles Puigdemont, salvo unos días tras la aparición fugaz del expresident en Barcelona. Todos tenemos ideología y nos disgustan muchas políticas que no hemos votado, pero tenemos que aguantarlas, más allá de que podamos organizar protestas legales que reconoce la Constitución. Lo que no hacemos es vociferar cada día en la calle con proclamas amenazantes. Prueben ustedes a hacerlo y verán que pronto son detenidos sin tantas contemplaciones. 

Ya no me voy a quejar del cariz político de los concentrados, sólo protesto por las molestias, el ruido, el megáfono, los gritos. Me consta que hasta los vecinos más conservadores, incluso simpatizantes meses atrás, están hartos. Según he averiguado, los rezanderos se ha turnado en vacaciones para no dejar de acudir, aunque sea un grupo más pequeño, a la cita diaria desde las 19.30h. hasta al menos las 22.30h., incluso el 15 de agosto, en pleno puente. 

No sé qué permisos o quiénes autorizan esta invasión agresiva del espacio público. El delegado del Gobierno, el consejero de Interior de la CAM, las autoridades eclesiásticas madrileñas, el ayuntamiento de Madrid y los concejales del distrito Moncloa-Aravaca deberían tomar cartas en el asunto. Esto no es una manifestación puntual, es un infierno diario para el vecindario, de lunes a domingo. Aquí no se respetan los decibelios permitidos, ni la paz ni la tranquilidad del barrio. Quizás el ministro Marlaska, a quien van dirigidos muchos insultos de todo tipo, políticos y homófobos, y también es el protagonista de varias pintadas en la calle Marqués de Urquijo, debería hacer algo más que enviar a policías, que contemplan entre impávidos y divertidos el espectáculo, para evitar que se desmadren estos individuos cargados de violencia. La libertad de unos empieza donde acaba la de los otros. Y las pataletas contra un sistema parlamentario no pueden impedir la paz de un barrio. Aquí también nos jugamos la libertad y la democracia.

¿Qué les parecería a los vecinos de Génova y al Partido Popular si todos los días se concentraran personas para incordiarles y molestarles? ¿Qué diría la derecha mediática si diariamente se apostaran en las inmediaciones de la sede del PP gentes con banderas rojas, de los jemeres rojos, o de la antigua Unión Soviética protestando contra la corrupción del PP porque la reforma del edificio fue pagada con dinero negro? Como mínimo dirían que es intolerable, que llevan símbolos de regímenes aberrantes y que acosan la sede de un partido democrático. Y, fíjense, también sospecho que no alcanzarian a cumplir diez meses con su escándalo. Me puedo imaginar lo que soltarían por la boca algunos periodistas de la derecha, vociferantes y de insulto fácil, si padecieran algo así en las inmediaciones de sus domicilios.

Aparte de los que cada día acuden con sus banderas y símbolos fascistas, hay responsables políticos, judiciales y eclesiásticos que, por acción o por omisión, toleran estos hechos. Que van a continuar en lo que queda de legislatura si nadie lo impide.

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