Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.

Pesadillas y esperanza

Archivo - El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo y el líder de Vox, Santiago Abascal, conversan durante el homenaje a la bandera y desfile militar del 12 de octubre de 2022.

Carmen G. de la Cueva

11 de julio de 2023 22:42 h

4

Asisto con estupor a un escenario político apocalíptico en el que hay derechos que están siendo cuestionados y vulnerados. Imagino que el pasmo es compartido. Aunque en mi cotidianidad me ocupe de mi hijo y de intentar escribir un libro, el mundo está ahí, las elecciones son en veinte días y todavía convivo con la resaca de las municipales y autonómicas. Imagino que a ustedes les ocurre lo mismo. El verano es una época para la reflexión y la calma, para los paseos al anochecer y la mirada más allá de lo inmediato, para juntarse a la fresca de madrugada y conversar sobre las vicisitudes de la vida.

Es imposible que no se cuele el asombro y el desasosiego que producen las declaraciones de los recién estrenados cargos políticos que están ocupando sillones en ayuntamientos y parlamentos autonómicos, la mayoría de ellos, políticos conservadores o ultraconservadores por no decir fascistas porque acusar a un político de fascista hoy en día está muy mal visto aunque se empeñen en enterrar en las cunetas de España políticas de memoria, sanitarias, medioambientales o feministas. Al fin y al cabo, el fascismo no deja de ser una actitud totalitaria y antidemocrática, es decir, exactamente lo que promueven el PP y Vox. Es que a mí me suena a la consigna tantas veces dicha, tantas veces gritada por “el hombre de la casa” en tantas casas españolas de «aquí se hace lo que yo digo y punto en boca». Un golpe en la mesa colectivo que está haciendo temblar los cimientos de nuestra democracia, aunque sea imperfecta. 

En mis peores pesadillas, Feijóo y Abascal están en un hemiciclo vacío y en penumbra, apenas iluminados por la llamita de sus puros, con una copa de brandy en la mano y las mangas de la camisa remangadas hasta el codo. Todos se han ido ya y el Congreso es como el patio de su casa, su cuarto de juegos. Los dos solos contra el mundo, ese mundo que se ha vuelto tan extraño y ajeno para ellos, que ya no reconoce ni su autoridad ni sus privilegios. Imagino esas políticas conservadoras que se expanden por nuestras tierras de Extremadura a las Baleares, de Burgos a Valencia a nivel estatal, tantas, tantísimas vidas expuestas, a la intemperie misma y la esperanza se desvanece en mí como se esfuma el humo del puro de estos dos señoros en mi pesadilla. Otra variación de la misma pesadilla es cuando los veo a los dos como expertos ventrílocuos en un oscuro escenario de cortinajes de terciopelo rojo con una colección de muñecos a sus pies, capaces de hacer la mejor actuación de sus vidas. Son pesadillas muy engañosas, Feijóo y Abascal no serían nada sin su cohorte de acólitos que están dispuestos a poner en entredicho su propia palabra por el partido. Los partidos políticos se parecen muchas veces a una secta. ¿Es que no hay nadie, absolutamente nadie con un mínimo de poder o influencia en el PP al que le parezca una locura pactar con Vox? ¿Hasta dónde están dispuestos a llegar? 

Ojalá todo siguiera sucediendo en un mundo fantástico y ficticio, por muy catastrofista que fuera no sería más que una pesadilla recurrente que nunca se llega a materializar. La cuestión es que si no salimos en masa —una masa diversa y caleidoscópica— a votar a la izquierda el 23J, nuestros derechos y libertades, el futuro de nuestro planeta, nuestras vidas, todas, quedarán expuestas de tal manera que puede que sea irreversible su recuperación. 

No digo nada nuevo en esta columna. Me parecía frívolo en este momento histórico crucial que vivimos escribir sobre algo que no fuera el presente mismo. Imagino a los lectores y lectoras de este medio como parte de esa masa que saldrá a votar a la izquierda, gente partícipe de mi misma desazón. Nunca ir a votar ha tenido tanta importancia y sentido como ahora en nuestra historia democrática. Así lo siento yo en mis 37 años de vida. Aunque muchos de ustedes me recuerden otras elecciones igual de decisivas. Imagino un camino que se bifurca: a la derecha todo está oscuro, los alargados troncos de los árboles con sus ramillas secas no dejan ver la luz; a la izquierda, se extiende un sendero árido bajo el sol, pero parece que se distinguen a lo lejos las verdosas copas de algunos árboles. 

El entorno es más apocalíptico si cabe: Italia, Reino Unido, Alemania, Polonia, Hungría, Estados Unidos. Hay una ola conservadora y reaccionaria que se extiende llevándose por delante las conquistas sociales de los últimos años. Una dictadura del dinero y el poder. Convendría leer o releer estos días un libro escrito en 1984 en Berlín Occidental cuando había un muro físico y no solo simbólico que dividía el mundo: El cuento de la criada de Margaret Atwood. La autora nació en 1939 y, como ella misma dice, su conciencia se formó en plena Segunda Guerra Mundial. Tenía claro que el orden establecido, todas aquellas conquistas que pensamos definitivas, pueden desvanecerse de la noche a la mañana. A pesar de lo apocalíptico de su novela, del mundo tan a la deriva que muestra, su mensaje es de esperanza. Porque hay lugar para la esperanza todavía. Así lo creo yo. «En este clima de división, en el que parece estar al alza la proyección del odio contra muchos grupos, al tiempo que los extremistas de toda denominación manifiestan su desprecio a las instituciones democráticas, contamos con la certeza de que, en algún lugar, alguien —mucha gente, me atrevería a decir— está tomando nota de todo lo que ocurre a partir de su propia experiencia».

Etiquetas
stats