A pesar de todo
Si usted cree que la política estatal da asco, le confieso que yo también siento y pienso lo mismo, pero aún así me atrevo a animar a votar cuando toque. Nuestro voto no pierde el valor que cada uno le da. Hay quien sabe que es una afirmación de nuestra existencia como ciudadano y hay quien cree que simplemente es una mercancía que nos roban los políticos y con la que luego trapichean, pero aún así y en cualquier caso me atrevo a animar a votar cuando toque.
Que nos decepcionen o nos enfaden los políticos no nos absuelve de nuestras responsabilidades. Si ellos y ellas lo hacen mal, es su responsabilidad. La nuestra es tomar una decisión: qué política quiero que hagan. Y por muy decepcionantes que sean, nunca es indiferente quien gobierna.
Por si sirve de algo, hace unos años, Galicia tuvo un gobierno formado por el PSOE y el BNG. Barrieron el miedo, la corrupción, dejaron que corriese el aire, hicieron bastantes cosas buenas y metieron algunas veces la pata. Cuando llegaron las elecciones, una operación bien engrasada entre alguna prensa de Madrid y otra de A Coruña, ejecutaron una operación bien calculada, escondieron las fotografías del candidato Feijóo a bordo del yate de un narcotraficante, pero mostraron al vicepresidente Quintana a bordo del yate de un empresario, y unas fotografías de butacas y Audis que supuestamente probaban el boato de Touriño. La gente progresista es muy delicada, tenemos la piel muy fina y enseguida se nos arruga la nariz. La campaña surtió efecto y una parte del electorado progresista decepcionado no fue a votar. Eso supuso el éxito de la campaña: el BNG perdió un diputado en la provincia coruñesa, que pasó al PP, y eso supuso el triunfo de Feijóo. Y, créanme, no es lo mismo Touriño que Feijóo y, aunque lo parezca, no es lo mismo Pedro Sánchez que Mariano Rajoy. No nos permitamos el lujo de decepcionarnos tanto que le entreguemos el gobierno a la derecha más atroz.
Eso no quita que dejemos de ver lo que tenemos delante, un proceso que se viene desarrollando desde hace unos años. La crisis financiera y económica le dio la puntilla a un sistema político, y la crisis de la política supuso la crisis de este Estado. Lo que nos espanta es ver que efectivamente los partidos políticos estatales son manejados por los poderes financieros y mediáticos, que son incapaces de lo mínimo, formar un gobierno, y que el vacío de poder que dejan lo ha llenado el rey. Sí, el sistema de partidos tradicional se cayó y el IBEX utilizó los medios de comunicación para meter y sacar nuevos partidos al juego, como ahora vuelve a hacer, pero el resultado es que el juego está roto, no funciona. Y al final recurren al rey para que haga el trabajo que debieran hacer ellos. Un rey que, además, ya dejó hace un par de años de representar que era un rey constitucional que presidía simbólicamente y entró a ejercer un poder ejecutivo; el mensaje de amenaza a los catalanes fue un antes y un después. El propio Times lo vio, pero los partidos españoles incapaces de asumir sus responsabilidades fingen ignorar, porque son todos ellos partidos de este mismo juego, monárquicos, y ninguno lo cuestiona.
Y es la incapacidad de esos partidos la que abrió el camino a que sea la Justicia quien decida y ejecute la política de Estado. Una política tan autoritaria que se basa en la represión y el miedo. Ahora, para conservar el estado de cosas, realiza un plan para transformar Catalunya en un Euskadi de los años ochenta o noventa.
Pero ese proceso histórico de crisis del Estado en la etapa del postfranquismo sigue su curso independientemente de lo que tenemos por delante de modo inmediato.
Y aún así, lo digo por experiencia, nada nos absuelve de nuestras responsabilidades particulares como ciudadanos y ciudadanas. Y expresar nuestra opinión con el voto o no es una de ellas. Hay más partidos que los que promocionan las cadenas de televisión estatales; busquen lo que nace de la sociedad y no las marcas mediáticas.
Por la piel tan fina de una parte del electorado progresista en Galicia, padecemos las políticas que nos desangran, y por engolfarnos en nuestra pequeña indignación y sentirnos muy ofendiditos, podemos dejar que gobiernen los del Valle de los Caídos.