Petro vs. Trump: Y el ganador fue...

¡Ganó Petro! ¡Nada de eso, Trump lo arrolló! Como si se tratara de una pelea de boxeo, las redes bullen de comentarios sobre el resultado del enfrentamiento que mantuvieron este domingo los presidentes de Colombia y Estados Unidos a raíz de la decisión del primero de impedir el aterrizaje en su país de dos aviones militares estadounidenses con 160 deportados. El interés por el incidente es comprensible: se trata de la primera rebelión de un líder internacional a la nueva y agresiva política migratoria de Donald Trump.
El choque, como viene siendo habitual en nuestros tiempos virtuales, se escenificó en las redes. Gustavo Petro no se oponía a las deportaciones en sí, sino al trato “indigno” a los expulsados, después de haber visto las imágenes de un grupo de deportados que llegaban esposados a Brasil. En efecto, era un trato degradante. Gratuitamente ofensivo. Y un gobierno está en su derecho, y en el deber, de exigir respeto a sus nacionales. El mandatario estadounidense reaccionó de inmediato en su red Truth Social anunciando un arancel del 25% a todos los productos colombianos, extensible al 50% en una semana; la revocación de visas a “los funcionarios del Gobierno colombiano, sus aliados y quienes lo apoyan”, y el endurecimiento de las inspecciones del equipaje a los viajeros procedentes de Colombia. “Estas medidas son solo el comienzo”, advirtió con modos de matón de barrio, y a continuación subió en su cuenta un meme con su rostro y la palabra FAFO, siglas de moda del trumpismo de Fuck Around and Find Out (Jode por ahí y recibirás). Petro le respondió con un tuit delirante –como muchos de los que publica– en el que se autoproclamaba “el último Aureliano Buendía”, en alusión al heroico coronel de ‘Cien años de soledad’, y espetaba a Trump: “Me matarás, pero sobreviviré en mi pueblo que es antes del tuyo en las Américas”. Acto seguido, ordenó imponer un arancel del 25% a todas las importaciones desde EEUU.
Como se ve, todo muy loco. Ha sido un pulso entre dos líderes aquejados de megalomanía, uno de ellos, criado en los grandes negocios, muy soberbio y el otro, curtido en la lucha guerrillera, demasiado atrevido. El primero sobradamente más poderoso que el segundo. La indignación de Petro era compartida por muchos, y el mandatario lanzó el órdago a Trump. Su decisión era justificable. También lo era el argumento de quienes, compartiendo la indignación, le recomendaban a Petro recibir a los deportados por razones humanitarias (para evitar que se los llevaran, también esposados, de vuelta y los encerraran en algún centro de internamiento hasta que se llevase a cabo su nueva deportación) y que luego discutiera con las autoridades estadounidenses una forma más digna de traslado. Sin duda tenía más impacto mediático –y supongo que eso también se buscaba– obligar a regresar a su país a dos naves militares de la nación más poderosa del planeta. Lo reprochable es la reacción medrosa de quienes consideran un disparate toserle a Trump porque es más fuerte. No está de más que este y, sobre todo, sus asesores más sensatos –si los tiene– vean que la arrogancia puede encontrar resistencias y que, a la postre, puede arrastrar a EEUU a situaciones no previstas por sus dirigentes.
Unos aranceles del 25% harían a corto plazo un daño enorme a la economía colombiana –la presión de los exportadores fue el motivo principal para que Petro se aviniera a buscar una salida a la crisis–, pero estos castigos tarifarios, si se aplicaran por norma a los países rebeldes, dispararían la inflación en EEUU a niveles insoportables para el ciudadano medio. Y, a medio o largo plazo, podrían llevar a Colombia y otros estados de la región a entregarse de lleno en brazos de China y otros bloques de poder que hoy disputan a EEUU su papel hegemónico.
En el actual escenario internacional, con China al acecho, a Washington no le conviene provocar un incendio en su patio trasero, menos en Colombia, país que ha sido un aliado durante décadas al margen del color de sus respectivos gobiernos. Y que muy probablemente lo seguirá siendo bajo los gobiernos de Petro y Trump, más allá de inflamaciones retóricas y de los roces que se puedan presentar de vez en cuando entre tan impetuosos personajes.
La política de Trump en materia migratoria preocupa mucho en América Latina. Pero está por ver hasta dónde llegarán las deportaciones masivas, más allá de las inquietantes escenificaciones que están teniendo lugar estos días. No solo por la logística que exigiría una expulsión de las dimensiones que se anuncian, sino, sobre todo, porque la economía de EEUU depende en buena medida en la mano de obra inmigrante, incluida la mucho más barata de los “ilegales”.
No me queda tan claro que Petro haya resultado perdedor en este pulso, como señalan diversos medios. El canciller colombiano anunció la noche del domingo que se había llegado a un acuerdo para reanudar las deportaciones “con dignidad” y anular la subida arancelaria. Por su parte, la Secretaría de Estado de EEUU sostuvo con rotundidad que Colombia había aceptado admitir las deportaciones “sin restricciones, incluso en aviones militares”, aunque, por lo visto, EEUU estaría abierto a que los traslados se hicieran en el avión presidencial colombiano, como propuso Petro. Todos los políticos actúan de cara a una galería. La galería de Trump es el mundo entero, al que quiere transmitir, con sus bravuconadas, que a su país se le respeta. La de Petro son sus votantes en Colombia (donde su índice de popularidad ronda apenas el 34%), así como las izquierdas latinoamericanas y del sur global, de las que se considera uno de los grandes referentes. A ellos les podrá relatar que ha dado la pelea al líder más poderoso de la Tierra en defensa de la dignidad de sus compatriotas. Y que ha conseguido su objetivo… si llegan sin esposas en el próximo vuelo.
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