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Piden al mundo que se prepare para una “potencial pandemia” antidemocrática

Los titulares alarmantes sobre la epidemia del coronavirus pueden servir para ilustrar la ligereza con la que se abordan amenazas mucho más graves. No, no hay organismos que alerten de la extensión del fascismo, ni “planes de contingencia” para hacerle frente, ni se aísla a los portadores, ni bajan precisamente las bolsas. Por supuesto que hay que tomarse en serio el coronavirus, pero la percepción de peligro es muy selectiva, a menudo así inducida. Los mecanismos que funcionan en nuestra mente –aquí se explican con acierto- para prevenir el contagio de enfermedades, permanecen prácticamente desactivados ante males que son raíz de muchos otros. Profundos, desestabilizadores quizás a más largo plazo. Lo cierto es que hay una “potencial pandemia” antidemocrática, con varias sociedades ya afectadas, se extiende de una forma casi imperceptible para muchos, y gran parte de las víctimas no le prestan atención. Se exponen a las fuentes sin mascarilla.

En España, por ejemplo, el fascismo es un mal endémico. Rebrota de vez en cuando con distintas caras y estrategias. Llámese ultraderechización o defender un concepto peculiar de España, su uso de España. Abarca a mentes que tienen muy claros sus objetivos, tanto como a tibios y desinformados. A embaucados sobre todo.

España registra en este momento datos alarmantes de la pandemia reaccionaria. El golpe de mano de Pablo Casado en el PP de Euskadi, en el muy esforzado PP de Euskadi, indica la apuesta por fijar a todo el partido popular en la extrema derecha. El nuevo candidato a lendakari, Carlos Iturgaiz, lo primero que propuso al ser designado fue: “aunar fuerzas” con Vox para hacer frente al Gobierno “fasciocomunista”. Tampoco está lejos de esa idea lo que queda de Ciudadanos y comanda Inés Arrimadas que monta números ante la prensa contra su rival dentro del partido.

Luego tenemos los movimientos para “repensar” España con lo más florido de los reaccionarios de élite. La sociedad española ya pensó en España al votar un gobierno progresista, a ellos les ha caído como vinagre puro en el estómago y andan viendo cómo lo remedian. Repensar España para combatir la acción del gobierno. En cabeza, tenemos a Felipe González que, habitualmente con paneles de empresas detrás, no se siente representado por el ejecutivo de Pedro Sánchez, de su propio partido. Y pide “le expliquen” –a él- qué hace Pablo Iglesias, vicepresidente de ese gobierno- en una comisión del Centro Nacional de Inteligencia. Hasta una comisión protocolaria, casi por cortesía, con el CNI, le incomoda.

En el I Congreso de Sociedad Civil Española –vean– que se va a desarrollar esta semana en Madrid, está Felipe González y está José María Aznar, que viven ahora una enorme sintonía. Con Aznar, que se dice pronto. Y no es casual. Participan también Federico Trillo, Victoria Prego o Nicolás Redondo Terreros, “entre otros nombres destacados”, nos dicen. Y Rosa Díez que se multiplica estos días haciendo más asociaciones, como una con María San Gil y Savater. El Congreso donde repensaran España, será solemnemente inaugurado por Martínez-Almeida y García Ayuso.

En el lado de la comunicación de lo que quiera que hagan –que no suele ser periodismo– se ha formado otra asociación “para defender España”. Con Negre, Segui, Cuesta, Merlos, Cárdenas y similares. Twitter les ha cerrado la cuenta el primer día “por mentiras y vulneración de la privacidad”. En los medios siguen teniendo altavoz.

No es una epidemia, es ya pandemia. Un informe alerta del aumento de la propaganda supremacista y racista en EEUU: un 120% en 2019 más que el año anterior. Ocurre al mismo tiempo que ocho millones de estadounidenses recurren al crowdfunding para poder afrontar tratamientos y deudas médicas. El coronavirus viene a agravar esa situación. Un joven que, tras viajar a China y regresar con síntomas de gripe, se hizo unos análisis para descartar el famoso virus, ha de pagar por él 1.400 dólares. No todos lo harán. Esa es la doble vertiente del problema. Si lo trasladamos a Madrid, vemos que –de extenderse la infección del coronavirus,, ya se estudia un caso– la gestión sanitaria le corresponde a la presidencia de Díaz Ayuso, la que ha seguido la tónica de las listas de espera, cierre de camas y deficiencias en el Sistema de Salud Pública. La misma que ha elevado a más de un millón al mes el gasto en altos cargos. Porque como estipulan los mecanismos de la sensación de peligro, hay uno en el que el creo desconecta las decisiones de sus consecuencias y se obra en contra de los propios intereses.

La pandemia antidemocrática es un hecho. Países, como Brasil, nos muestran cómo actúa, se implanta y se extiende el mal. La democracia en peligro, la de Brasil, fue uno de los documentales nominados al Oscar. Hay que verlo. Y el que se llevó la estatuilla, American Factory, también. Los documentales son ahora una de las mejores fuentes de información pero su acceso es mucho más reducido que aquél que se logra enchufando un televisor o una radio, sin esfuerzo.

Hay puntos comunes en el cuerpo social en el que anida el virus antidemocrático. El primero y esencial, la corrupción y la tolerancia a la corrupción. La que termina impregnando los pilares del Estado. Contribuye a su permanencia, tener en el historial la dictadura y haberla dejado impune. Brasil la padeció 21 años (hasta 1985), España, 40. Y deja huella. Toda la trayectoria que lleva a la destitución de Dilma Rousseff -por una práctica contable que habían ejercido otros presidentes-, al encarcelamiento de Lula Da Silva bajo un irregular procedimiento que condujo al juez instructor a un ministerio en el gobierno de Bolsonaro, tiene el mismo sustrato. A tal punto que permiten hacer casi un mapa que sirve para otros países afectados:

Los corruptos acusan de corrupción, se expanden sus insidias por las redes, montan manifestaciones. Dicen que “una organización criminal se ha instalado en la sede del Estado”, refiriéndose a un gobierno democrático elegido en las urnas. Cesiones o errores que aportan excusas. La relación promiscua del dinero con cierta política que nunca termina de salir a la luz. Espionajes y cambios de chaqueta. La justicia con la balanza sesgada. Michel Temer, el sucesor de Dilma Rousseff –que formó un gobierno de solo hombres, blancos y ricos– fue pillado en escuchas en las que hablaba de cobros semanales y sobornos para comprar silencios. Las cloacas de Brasil. Pero se decidió que ya estaba bien de destituir presidentes y lo libraron.

La desinformación, la manipulación informativa, el resaltar unos hechos y no otros, el deformarlos, las mentiras, las portadas con gestos histriónicos, forman parte de las constantes que se aprecian cuando anida la antidemocracia. Y la gente: la que piensa y la que engulle. Turbas en las calles de Brasil para ensalzar o derribar presidentes. Una oclocracia de manual. Y en ella víctimas que se apuntan a ser verdugos. Y al final: Bolsonaro. El punto y aparte, el término buscado. El ultra irracional. El que destroza como un elefante en una cristalería. A pesar de sus declaraciones, hechos y biografía, las élites pensaron que “era la mejor opción para defender los intereses del mercado”.

Hablamos de Brasil y del mundo global que enfrenta culturas bajo la égida del beneficio y la desinformación. Donde es sospechoso y heroico luchar por los derechos laborales perdidos, por contar con representación sindical por ejemplo, como en la irónicamente titulada American Factory, la fábrica montada por un millonario chino en los restos de una planta cerrada de General Motors en Ohio.

El final del documental sobre Brasil, recuerda a Aristóteles sin nombrarlo directamente, para hablar de oligarquía y democracia. En la oligarquía, “unas élites controlan los medios, otras los bancos, otras las empresas, y de vez en cuando se cansan de la democracia”. Si molesta en exceso.

Nadie desata alarmas masivas, aunque se precisan“planes de contingencia” contra la propagación de los fascismos. Todo gobierno dispone en el poder de mecanismos legítimos para afrontar la amenaza antidemocrática. Déjense de hablar de la libertad de expresión de quienes hacen apología de las dictaduras. Oigan a Dilma Rousseff cuando perdió la confianza en la Humanidad y el sentido de la vida al ser torturada durante más de veinte días seguidos por la dictadura. Los fascismos torturan y matan, hasta las ideas si pueden; abandonan los restos en las cunetas y en ocasiones hasta se ríen. Manipulan la historia intentando incluso sembrar de basura el recuerdo de las víctimas asesinadas. Borran la memoria y hasta los versos de un poeta que murió en sus cárceles.

Si en este momento les parece que la alarma no es tanta, pongan los medios para evitar que avance porque se extiende. Involúcrese la sociedad, sopesando sus opciones hasta de entretenimiento. Desde el gobierno, deroguen leyes mordaza, refuercen derechos, castiguen el odio lento tanto como el golpe (proporcional y racionalmente). Supriman subvenciones a quienes las usan para envilecer la democracia. Hagan posible enseñar nuestra historia real, con sus errores y aciertos. Doten a los medios de información públicos de la capacidad de dar información rigurosa que compita encendiendo un cómodo botón. Llénenlos de cultura y decencia. De entretenimiento que no burricie. Igual sería útil, para casos extremos, un Barrio Sésamo para niños y adultos que enseñara ideas básicas y, sobretodo, a relacionar conceptos y obrar con lógica. Así se piensa España.

Mano firme, implacable con los objetivos. No sirve de nada ceder en leyes, nunca estarán contentos. Hay un tiempo medido, aprovechen esa oportunidad que les han dado legítimamente los ciudadanos. Acaben de una vez con el mal menor, lo que viene después si no cumple las expectativas es el mal mayor. Ese que, asombrosamente, no inspira miedo a una gran mayoría que se muere en vida ante cualquier otro temor que ve más inmediato.