El domingo pasado Jordi Évole le hizo una larga entrevista a Pablo Iglesias. En Quito, Ecuador, en un alto de la visita oficial que Iglesias realizó a ese país invitado por el Gobierno de Rafael Correa, se pudo ver al líder de Podemos en la distancia corta, íntima, alejado de la tertulia política ya que el talento de Évole es justamente ese: construir un diálogo lateral, periférico del molde mediático.
En un momento de la charla, Évole le preguntó a Iglesias si, en el caso de llegar a ocupar la presidencia, haría un programa de televisión similar al que en su día protagonizó Hugo Chávez, el conocido Aló Presidente que se emitía por el canal venezolano Telesur. Pablo Iglesias respondió 'que no' pero con el matiz de que podría ser interesante compartir una mesa con periodistas ante los cuales responder sobre distintas cuestiones del día a día y, como es obvio, contrapuso a ello el actual uso del plasma por parte de Mariano Rajoy o las comparecencias ante periodistas afines o complacientes.
Esto nada tiene de inesperado por la lógica que encierra la contestación, pero la sorpresa surgió unos días después cuando en un espacio informativo central de Antena 3 se recogieron imágenes de esta entrevista y la respuesta de Iglesias fue manipulada a través de un montaje, al extremo de dar a entender lo contrario: que sí, tendría un programa similar al de Chávez. “Eso molaría”, dice Iglesias después que el locutor de Antena 3 expresa la idea tergiversada.
Jordi Évole reaccionó a esto en su cuenta de twitter: 'Aunque seamos del mismo grupo, me parece un error que @antena3com informe así de la entrevista a @Pablo_Iglesias_'.
El punto es justamente lo que marca Évole en su tweet. ¿Cuál es la lógica que lleva a Antena 3 a manipular una entrevista emitida por La Sexta, una cadena que pertenece al mismo grupo empresarial? Este parece ser el jardín en el que los relatos se bifurcan.
Ambas cadenas pertenecen al Grupo Planeta, una suerte de el yin y el yang en el terreno de la comunicación. Algo similar al manejo cuasi esquizofrénico que pone en práctica la Moncloa en la gestión de los sucesos diarios.
Esta semana se ha puesto en acto la operación Púnica que ha imputado a más de medio centenar de políticos en una trama de corrupción de proporciones homéricas. Salvo excepciones, la mayoría de los políticos involucrados pertenecen al Partido Popular. El relato mediático de los medios afines al Gobierno es la señalización descarnada y sin complejos de los corruptos. Tanto ABC como La Razón, por ejemplo, han llevado a portada al otrora poderoso hombre del partido en Madrid, Francisco Granados, convirtiéndolo en el paradigma de la corrupción y buscando que el dirigente, junto al resto de los involucrados en la trama, asuman el rol de mancha de petróleo en un mar de transparentes intenciones. Algo parecido sucedió con las llamadas tarjetas ‘black’ sobre las que, de manera sorprendente, el periodista Ángel Expósito, director del ABC y conductor de las mañana de la cadena COPE, señaló esta semana en un tweet: ‘Blesa y Rato: el desconocimiento de la ley no exime de su cumplimiento. Y antes se pilla a un mentiroso que a un cojo’.
Mariano Rajoy sostiene que no hay corrupción endémica: solo algunos mortales que cometen errores como a todo humano le puede pasar alguna vez en la vida. Mientras tanto, en los medios de su órbita se acentúa la culpabilidad de los imputados con radical amplificación y foco exclusivo en el tumor detectado y cercado para evitar la idea de una metástasis.
Al Partido Popular se le hace cada vez más difícil mantener un relato sostenible de su Gobierno. Su mayor problema estriba en cómo mantener una narración en la que la política está ausente y no poseer más herramientas para ocultar el verdadero fin: la conversión del sistema en una empresa en las que sus políticos son gestores y cuyos honorarios están a la vista con un mandato también claro: convertir el Ibex-35 en Ibex-36, una vez que la ‘marca’ España esté a total merced del mercado.
La ausencia de política es tal que ya aflora de manera inconsciente. En la comparecencia de Sáenz de Santamaría después de un Consejo de Ministros, la vicepresidenta no dudó en minimizar la cuestión política sobre la gestión de la enfermera afectada por el virus del Ébola. Se le preguntó si habría, como es de esperar, asunción de responsabilidades políticas y respondió: “Ante la magnitud de dos vidas que hemos perdido y una que hay que cuidar, la asunción de responsabilidades políticas, ¿qué quiere que le diga?, no son magnitudes comparables” (sic). Claro que no. Pero ocurre que la vida y sus circunstancias están marcadas por la política.
En un momento de la entrevista a Iglesias, Évole le pregunta por qué se quitó el piercing que llevaba tiempo atrás. El dirigente no tuvo problema en admitir que se trataba de una decisión recomendada por su equipo, una cuestión de imagen. Reconoció que no es cómodo este tipo de concesiones personales pero que cuando expone sus ideas prefiere que se le escuche en lugar de mirar y comentar, por ejemplo, su piercing. Al final, como una boutade, le dijo a Évole, ‘si me preguntan por el piercing a lo mejor, perdemos; pero si preguntan por el dinero, no’.
Los dirigentes del Partido Popular no se quitan la corrupción. Menos aún el dinero. Piensan que basta con negarlo. Pero al igual que a Pablo Iglesias puede que le sigan preguntando dónde está el piercing a ellos les preguntarán por el dinero. Ignoran que a diferencia del piercing el dinero no es una cuestión de imagen. (O sí, porque los ciudadanos siguen sin verlo.)