A lo que ocurre en las gradas de los campos de fútbol se les suele quitar importancia salvo que sean agresiones físicas o actos violentos. Se subestiman los abucheos, las pitadas, los gritos, sean estos machistas, xenófobos o simplemente la demostración de una cierta mala educación colectiva. Compartida, por lo que se ve, en casi todos los estadios del mundo. Estas manifestaciones de falta de respeto e intolerancia se suelen tratar política y socialmente como anécdotas y no acostumbran a traspasar las secciones de deportes de los medios de comunicación para llegar a los grandes titulares.
Lo que está ocurriendo en los últimos partidos de la selección española de fútbol con Gerard Piqué, jugador del Barcelona y de la propia selección desde los 16 años, sí que ha ocupado algunos titulares pero sin que se le haya dado mayor trascendencia que la deportiva, que la preocupación de los comentaristas porque los injustos abucheos puedan perjudicar “el bienestar” de la selección y, por tanto, su eficacia a la hora de marcar goles. Se dice que los miles de ciudadanos que pitan al futbolista hacen uso de su libertad de expresión, aunque previamente azuzada no se sabe por quién desde las redes sociales y desde algunos sectores políticos. Tampoco parece saber nadie por qué se la han tomado con Piqué, que juega bien y, según él mismo declara públicamente, considera la selección “como su casa y su familia”. Dicen que a un sector de los aficionados les molestó que celebrara el último triplete de títulos del Barça atacando a su principal rival, el Real Madrid, pero se supone que todos los que acuden a los campos donde juega España, en León, Oviedo o Logroño, no serán madridistas, que habrá también seguidores de otros equipos.
Así que las pitadas a Piqué parecen deberse más a su condición de catalán catalanista y a que en alguna ocasión se mostrara favorable a la celebración de una consulta para que los catalanes decidan si quieren o no seguir en España. No consta que él se haya decantado por la ruptura, no hay ni una sola declaración suya en ese sentido, pero en la confusión política que se extiende en algunos sectores de la sociedad parece que muchos consideran que defender el referéndum y querer la secesión viene a ser lo mismo.
Más allá del posible equívoco, esos abucheos denotan un alto grado de desconocimiento y de incomunicación entre Cataluña y el resto de España, y viceversa, agravado en los últimos años, y la generalización esquemática y frívola que se hace de las actitudes de algunos sectores de aquí y de allí.
Lo preocupante de las pitadas no es si desconcentran a los futbolistas y al final la selección pierde, por mucho que a los aficionados al fútbol eso les pueda parecer fundamental, lo grave es la carga de intolerancia que demuestran. Y también una cierta falta de inteligencia colectiva, porque indican cómo hay sectores de la sociedad que en lugar de buscar la integración de quien se siente orgulloso, cómodo, como en casa, jugando con España, pretenden su exclusión.
Lo de Piqué es solo un ejemplo. Pero si hay solución al conflicto catalán, esta vendrá del diálogo, de la comprensión y de la tolerancia, no del rechazo y la intransigencia. Y esa es una responsabilidad de los políticos que la ciudadanía debe impulsar.