Un plan de salvación nacional
De lo que hay pocas dudas es de que Pedro Sánchez y el Gobierno se lo están currando. Cada día llegan noticias de nuevas iniciativas en uno u otro frente que no se comentan mucho porque hace ya mucho tiempo que los medios no se ocupan de esas cosas. Y también porque no está claro que vayan a tener mucho impacto para cambiar el signo de las cosas. Que, como sabe todo el mundo pero se dice poco, es malo. U horroroso, de acuerdo con las hipótesis más pesimistas que, hoy por hoy, no se pueden descartar. Porque nos encontramos en el peor momento que ninguno de nosotros haya vivido desde la Guerra Civil. Y es imposible saber a dónde nos conduce.
Todos los pronósticos que hacen las instituciones teóricamente creíbles son muy malos. Unos y otros auguran para España una caída del PIB de entre 9 y 12 puntos. Son datos espantosos. Basta recordar que el peor año de la crisis anterior, 2010, ese agregado se redujo en algo menos del 3%. Y si aquello fue un desastre, ¿qué nos espera con un dato tres veces mayor?
Pero, además, esas previsiones no están sólidamente asentadas en un conocimiento exacto de la realidad. Porque ésta puede cambiar de un día para otro. Bastaría, como esas mismas instituciones advierten unánimemente en sus informes, con que se produjera un nuevo brote de la pandemia de dimensiones similares al anterior. Algo que los expertos creen perfectamente posible mientras no haya una vacuna o remedios eficaces en las cantidades requeridas.
En una situación tan excepcionalmente negra como esa, y que, más o menos, la gente informada conoce desde hace ya semanas, ¿qué sentido tiene el carnaval político con el que nuestra derecha nos ha obsequiado y sigue haciéndolo, aunque ahora guardando un poco más las formas? Aparte de ridículos, esos comportamientos son antinaturales, por no hablar de su falta de moralidad en incluso del mínimo patriotismo.
Tanto, que la suerte de esa derecha está echada y esperemos que lo antes posible termine desapareciendo del panorama. Aunque seguirán haciendo ruido, Casado y Abascal ya no cuentan para el futuro. Ni para este inquietante presente. Mejor dejar de hablar de ellos y si algún sector del PP reacciona, rectifica y se apresta a trabajar con los que quieren hacer algo positivo, bienvenido sea. Si eso no ocurre, tampoco habrá que perder mucho tiempo en lamentarlo.
Los problemas son otros. El más inmediato y decisorio, el de evitar un rebrote serio de la pandemia. Lo que está ocurriendo en estas últimas semanas, la prontitud con que el sistema sanitario español está reaccionando para controlar la aparición de infecciones puntuales en distintos puntos de España, abre la puerta a un cierto optimismo. El que lleva a pensar que después del drama de marzo y abril ese sistema se ha puesto en cierta medida al día. Que los nuevos fondos que le está llegando y la experiencia de cómo no se deben de hacer las cosas lo ha fortalecido y aguantaría mejor un nuevo envite, incluso evitando que llegara a mayores. Es una hipótesis que sólo será confirmada o desmentida por los hechos. Pero es bastante más que nada.
La incertidumbre en el terreno económico y social tiene menos agarres. La situación no puede sino empeorar. Al menos en los próximos meses. En varios sectores importantes. Pero, sobre todo, en el del turismo. Que no va a levantar cabeza y que por muchas imágenes de playas y terrazas más o menos llenas que aparezcan en las teles, este verano no conseguirá facturar ni la mitad de lo que lo hizo el año pasado.
Esa catástrofe, particularmente intensa en algunas regiones, arrasará el sector. Por muchas ayudas que dispense el Gobierno, cientos de miles de empresas, pequeñas en su mayoría, pero también alguna grande, cerrarán para siempre. Porque este verano los extranjeros van a venir con cuentagotas. Por miedo a contagiarse, sobre todo en los aviones, pero también porque la crisis ha golpeado fuertemente en los países emisores y hay millones que no tienen dinero para pagarse un viaje a España. Y que seguramente no lo tendrán en los años que vienen.
Pensar que la crisis turística es algo pasajero es un error. España no va a dejar de ser un país turístico, pero la oferta del sector se va a reducir significativamente para siempre. De los gobiernos, mucho más que de la iniciativa privada, dependerá que ese hueco enorme, que afecta a casi todo el sector de servicios, se pueda llenar con el crecimiento de actividades alternativas. Y en eso se está en pañales. En muchos extremos será como un volver a empezar.
No tiene sentido hacer previsiones en ese capítulo. Ni en otros de los que se habla tanto en los últimos días. Por ejemplo, es la inevitable reforma fiscal destinada a aumentar los ingresos del Estado, que están cayendo un 9% hasta mayo, y no cubren ni de lejos los gastos. En estos momentos, debatir esa cuestión es perder el tiempo o simplemente alimentar la demagogia. Porque no habrá subida de impuestos mientras la economía siga cayendo como lo está haciendo. Alguna reformilla a lo sumo. Esa cuestión quedará para más adelante.
Y por ahora el único recurso del que el Gobierno puede tirar es el de los fondos que la Unión Europea acuerde destinar a la recuperación económica. Si se cumplen las hipótesis más optimistas, será mucho dinero. Pero desde luego no el suficiente para impulsar la actividad económica y para que el drama acabe cuando menos en dos años. Y sobre todo para hacer frente a las necesidades de millones de españoles que están a la intemperie y cuyo número no deja de crecer cada día.
Para eso haría falta algo que ni se atisba en el horizonte y que es un gran acuerdo para sacar al país del agujero entre todos los que pueden aportar algo a ese fin: dinero, iniciativas políticas, medios operativos, experiencia de gestión de crisis, ideas innovadoras, tecnología. Un plan de salvación nacional que se imponga a cualquier particularismo o interés de parte. Al menos durante un periodo. Parece imposible, pero puede que las cosas empeoren hasta tal punto que deje de serlo. Trabajar por eso, pensar que se puede hacer, es mucho más interesante que debatir pronósticos.
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