Tenía ya casi escrito mi artículo para hoy (sobre la enésima cacicada judicial) cuando a la hora de comer escuché en la radio las últimas declaraciones del presidente de la CEOE sobre la reducción de la jornada laboral. En seguida avisé a nuestro jefe de Opinión: “¡Espera, Marco, olvida lo de los jueces, que voy mejor con Garamendi!”. La ocasión lo merecía, no todos los días encontramos los trabajadores una explicación tan sencilla del concepto de plusvalía como el que nos regaló este martes el jefe de la patronal: según él, reducir en 2,5 horas a la semana la jornada laboral supondría “regalar, casi por decreto, 12 días de vacaciones al año pagadas por la empresa”. ¡Paren las máquinas!
Como doy por hecho que Garamendi no es un infiltrado sindical en la CEOE, pensé primero que era simple ignorancia. Leo en su currículum que el presidente de los empresarios se licenció en Derecho, no en Económicas ni Empresariales, y a lo mejor no estudió la teoría marxista de la plusvalía. Incluso pensé hacer una buena acción y sacarle de su ignorancia, explicársela de forma sencilla, como para niños, en plan Barrio Sésamo: “Hoy, niños, os voy a explicar la plusvalía. El trabajador Juan produce cuatro zapatos en una hora. El valor de lo producido en tres horas equivale al coste de su fuerza de trabajo, que es el salario que recibe. Si el trabajador Juan trabaja ocho horas, el valor de lo producido en esas otras cinco horas es la plusvalía. ¿Y quién se la queda?”
Pero en seguida entendí que no, que no es ignorancia. Al contrario: es soberbia. La de quien va tan confiado por la vida que ni se tapa, sin pudor alguno. Confiado de que no son los empresarios, sino los trabajadores los que ignoramos el concepto de plusvalía. De otra forma no se entiende que Garamendi sea tan bocazas. Me imagino a los grandes empresarios chistándole después de oírle: “Sssshhhh, calla, Antonio, calla, que se van a dar cuenta”. Ya le pasó cuando hace unos meses propuso incluir en las nóminas el total de cotizaciones e impuestos, para que se viese el “coste real de los salarios”. Como si todo eso no saliese también de nuestro trabajo. “Ssssshhhh, calla, Antonio, calla, que se van a dar cuenta”.
De modo, compañeras y compañeros, que podemos agradecerle al presidente de la patronal una demostración tan sencilla de la plusvalía: 2,5 horas de trabajo a la semana, 12 días de vacaciones al año. Dándole la vuelta a su cálculo, y sabiendo que las reducciones de jornada suelen aumentar la productividad y el consumo, y por tanto los beneficios empresariales, somos nosotros los que preguntamos: ¿significa que trabajando 40 horas en vez de 37,5 las empresas se llevan 12 días nuestros? ¿Y cuántos más les estamos regalando? ¿Y con las horas extra no pagadas, cuántos días más?
De hecho, la jornada laboral ha sido históricamente un combate por la plusvalía. Cuantas más horas entregasen los trabajadores, más producción y más plusvalía. En los albores del capitalismo, los obreros no sentían necesidad alguna de trabajar más allá de lo necesario para cubrir sus necesidades, y hubo que disciplinarlos mediante todo tipo de estrategias para que acudiesen todos los días a la fábrica desde el amanecer hasta la noche: sueldos de miseria que los mantuviesen en un nivel de subsistencia, moralización del trabajo frente a la pereza, y por supuesto violencia. Solo así se consiguió, en las primeras fábricas, que los trabajadores produjesen más de lo necesario para reproducir su fuerza de trabajo, que produjesen mucho más allá de lo que cuesta su salario, y pudiese el capitalista extraer y acumular su plusvalía.
Desde que nuestros predecesores conquistaron la jornada de ocho horas, las empresas encontraron otras formas de ampliar esa parte de nuestro trabajo que se quedan. Y no solo, como suele decirse, por el avance tecnológico que aumenta la productividad. También por la intensificación laboral, la precarización, y nuevas formas de explotación que nos han traído hasta este siglo XXI donde lo laboral invade nuestras vidas más allá de la jornada, donde hay trabajadores autónomos que se extraen ellos solitos la plusvalía y se la entregan a las empresas para las que en realidad trabajan (España, el país europeo con más autónomos forzosos), y riders y transportistas cuya plusvalía hace ¡flus! y vuela ligera hasta la nube de la nueva economía. Ah, y empresarios que contratan ilegalmente, como supuestamente hace Nacho Cano.
Las palabras de Garamendi llegan justo en vísperas de vacaciones. Esas vacaciones que tantos trabajadores no tendrán, ni siquiera esos 12 días; otros trabajadores las tendrán pero sin llegar a desconectar laboralmente del todo; y habrá trabajadores, los autónomos, que se las pagarán ellos mismos, igual que las cotizaciones, ahorrándoselas a tantas empresas.
Ssssshhhhh, calla, Antonio, calla, que se van a dar cuenta.