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¡Pobre Mesalina de Onlyfans!

Un movil con un trípode y un aro de luz listo para grabar

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El otro como objeto sexual ya no es un 'tú', ya no es posible ninguna relación con él

Byung-Chul Han

¿Debemos hacer algo para impedir o quizá convencer a otro ser humano de que no se destruya? ¿Debemos intentar que el suicida desista y salga de la cornisa? ¿Debemos procurar que el heroinómano deje de inyectarse muerte? ¿Debemos ayudar al joven que se autolesiona, a la joven que se deja morir de hambre? En mi cabeza y en la de la mayoría social, al menos hasta hace un tiempo, todas estas preguntas tenían como respuesta un sí categórico. Por muy libre que parezca el suicida, el drogadicto, la anoréxica, todos sabemos que en el fondo de muchas actitudes o decisiones humanas late el dolor y los problemas, de salud mental o de sentido de la vida. 

Estas preguntas se derivan directamente de la noticia que mas me ha impactado durante esta semana. Sin rival. Ningún político ni ninguna polémica más o menos artificial puede opacar el hecho de que nada de lo humano nos es ajeno -Homo sum, humani nihil a me alienum puto, por citar a Africano vía Unamuno- Por eso casi he llorado las lágrimas de Lily Phillips cuando tras cumplir “su reto” de acostarse con cien hombres en 24 horas y con los ojos anegados confesaba sentirse “vacía” y no recordar sino a una decena de hombres, dado que después había disociado su mente de su cuerpo para poder soportarlo. Cualquier psicólogo les explicará que la disociación es un fenómeno de compartimentalización de la consciencia y que es una defensa de la mente frente al trauma, de modo que cuando la mente no puede hacerse cargo de una situación o una vivencia demasiado dura para ser vivida utiliza este mecanismo como defensa. 

Cien hombres en 24 horas y un documental. Una idea de marketing para conseguir posicionarse como consumible en un mercado cada vez más competitivo. A su vez el documentalista que grabó todo el proceso se escudó en la necesidad de mostrar a lo que algunos están dispuestos a llegar por destacar entre tanta competencia. A la manager de Lily le pareció bien; a su gerente financiera que es su propia madre, le pareció bien; al resto del equipo que trabaja para ellas les pareció una buena idea. A ella no sabemos si tanto puesto que en el documental afirma tras la experiencia: “Pensé que tal vez en el futuro recordaría este día con tristeza pero no que sería tan inmediatamente después”. ¿Verdad que cualquiera de mis lectores se lo podría haber augurado? Nadie en su entorno pensó en que iban a destrozar a un ser humano por pasta y notoriedad. Nadie pensó en la obligación moral de no dañar a otro ser humano y de impedir que se dañe a él mismo. Aquí es donde el magro concepto del “consentimiento” -literalmente dejarse hacer- choca con la idea de la sexualidad verdaderamente libre basada en el deseo.

La idea no es original y es posible que hasta la tomaran del célebre reto entre la emperatriz Mesalina -mujer de Claudio- y la prostituta más famosa de Roma, Escila. Dice la leyenda, porque pudiera ser simplemente un bulo que ha pasado a la historia, que se retaron en el más sórdido burdel de la ciudad y que la emperatriz superó a la hetaira porque logró acostarse con veinticinco hombres, cifra a la que la profesional no llegó. Si esa era la decadencia de la civilización romana ¿cómo cifrar la nuestra? ¿Cuatro veces mayor?

De Lily sabemos que tiene 23 años, que probablemente ya está rota por dentro, y que acaba de decir que su siguiente reto será dejarse penetrar ¡por mil hombres en un día! Ni que decir tiene que tal propuesta no sólo pondría en riesgo su mente sino también su integridad física. ¿Alguien debería hacer algo para evitar que una joven se someta a tal sevicia -que en tal cantidad jamás ha sido llevada a cabo ni por los torturadores más deleznables- o el paraguas de la malentendida libertad sexual, del empoderamiento y de nosequé de feminismo que la chica arguye va a dejar que se perpetre tal inhumanidad?

De los que no sabemos nada, como siempre, es de los tipos. En el documental aparecen sin rostro, con la voz deformada, mientras esperan entretenidos por un espectáculo de magia a que les llegue el turno. Au suivant! Au suivant!  y sin quererlo, de fondo uno escucha a Brel. Los tipos se quejan, les han prometido cinco minutos de sexo y a algunos apenas les tocan dos o el reto no se cumplirá. “¿No vas a hacer que me corra encima de que he venido hasta aquí?” Y Lily llora porque dice que siente que no ha podido satisfacerlos a todos porque aunque quería que se fueran contentos ya no podía mandar a su cuerpo. Terrible, todo es terrible. ¿Quiénes son y en qué piensan los hombres entre 18 y 85 años que se desplazan por el Reino Unido para penetrar a una mujer, por turno, en una habitación hedionda de fluidos, plagada de desechos de condones y botes de lubricante y que además se quejan ? ¿Quiénes eran los tipos que se apuntaban a los bukakes de Torbe? ¿Quiénes los que quedaban con Pélicot para penetrar a su mujer inconsciente? ¿Quiénes son? ¿Qué pasa por su cabeza? ¿Son personas normales o han sufrido una deformación moral de tal calibre que ya no conocen la humanidad? ¿Son monstruos o el vecino de al lado? Au suivant! Au suivant!

¡Pobre Lily, pobres chicas, pobres generaciones perdidas! Porque en mi opinión son víctimas del sistema que les ha vendido que convertirse en objetos del sistema es su máxima libertad. Dinero y fama. Vacío y destrucción.¿Cómo se puede defender a la vez esta libertad y este supuesto feminismo y la preocupación por la salud mental? 

Lily va a intentar suicidarse dentro de poco, física o psíquicamente o de ambas maneras, porque sus verdugos, los que se hacen llamar su equipo, ya han comenzado el casting de los mil hombres. Basta mandar una foto a un correo electrónico para participar en la destrucción de un ser humano con publicidad y alevosía. Sumidas en el dolor con el que tal vez sólo una mujer que imagine una experiencia así puede empatizar totalmente, otras mujeres están proponiendo escribirle a ese mail para decirle, simplemente, que no necesita hacer nada de eso para ser respetada, valorada y amada. 

Es uno de los sucesos más tristes que he conocido últimamente. Me llora el alma, Lily Phillips, porque con tu alienación nos alienamos todas y con tu destrucción todas somos un poco destruidas. ¡Pobre, pobre Mesalina moderna!

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