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Podemos tiene algunos problemas

Diez meses después de su nacimiento, son muchos los que dan por muerto a Podemos, o cuando menos al final de su recorrido potencial. No pocos de los que hacen los vaticinios más negros son gentes claramente alineadas con los grandes partidos o directamente a su servicio. Pero entre los que dudan sobre el futuro de la nueva formación también hay muchos que no sienten particular antipatía hacia ella e incluso personas que están dispuestas a votarla. Lo cual no es contradictorio. Porque la vida de Podemos es demasiado corta como para haber generado las convicciones que sostienen la andadura de partidos de más larga trayectoria.

Por ahora es sólo un fenómeno que ha generado entusiasmo en amplias capas de la población. Para ser lo que pretende ser, esto es, una fuerza política que destruya el actual e insostenible statu quo del bipartidismo y transforme la realidad política española, Podemos requiere de tiempo. La pregunta, legítima, es si ese tiempo, el que queda hasta las generales, no va a ser también su peor enemigo. Y la respuesta no es fácil.

A la vista de lo inquieta a los entrevistadores que, con mejor o peor intención, en estos últimos días han sometido a duros interrogatorios a Pablo Iglesias, se diría que el principal problema de Podemos, lo que le falta para ser una propuesta creíble, es un programa político completo y puesto al día. Pero no es eso, ni mucho menos. Un programa no configura el espíritu de un proyecto, a lo sumo complementa las ideas centrales que lo inspiran y que le permiten conectar con la gente. ¿Cómo explican quienes exigen al líder de Podemos que diga, con detalles y números, qué va a hacer con la enseñanza concertada o con Cataluña, cuando sin aclarar nada de eso, y de otras muchas cosas, un millón doscientas mil personas ya le han votado y otros tres han dicho que van a hacerlo?

La clave del futuro de Podemos no está en concretar mucho sus propuestas, sino en mantener, reforzar y ampliar su mensaje inicial, el de su voluntad de romper con el actual esquema político. Claro que tiene que hacer un programa, pero tiene mucho tiempo para ello. O cuando menos el tiempo que la formación misma considere oportuno, no el que le exigen desde fuera, casi siempre con la única intención para pillarle en contradicción. Y, además, tampoco puede pretender que ese programa sea un decálogo perfecto de soluciones para todos y cada uno de los muchos, y no pocos dramáticos, problemas que hoy tienen los españoles.

Eso no se puede hacer “in vitro”, hay que irlo configurando sobre la marcha, a partir de las relaciones de fuerzas que las dinámicas políticas, entre ellas las elecciones, vayan configurando. Todos los experimentos de cambio que han tenido algún éxito, en España y en el extranjero, se han desarrollado así, sin un guion completamente acabado al principio. Pero sí contando con unas ideas-fuerza. Que se trasmiten con pocas palabras. Esas son las que votará la gente, no una lista interminable de propuestas.

Pero a ese respecto, Podemos tiene un serio problema que no tenía cuando sólo era una novedad que se creía inocua y que pilló por sorpresa a todos cuantos hoy pontifican sobre su futuro. Se dice, y es muy probable que así sea, que las apariciones de sus líderes en las grandes cadenas televisivas, y particularmente las del mediático Iglesias, ha sido una de las claves de su éxito. Y seguramente los estrategas de Podemos creen que la tele sigue siendo un motor importantísimo para su expansión y consolidación. Y es lo más probable. El problema es que hoy pueden verse obligados a pagar un precio demasiado alto por salir en la pequeña pantalla. El de no poder expresar su discurso, su mensaje de fondo, su proyecto de dar un puñetazo encima de la mesa. Antes les dejaban hacer porque no se les temía. Ahora, cuando se cree que tienen a más del 20 % de los votantes con ellos, van a hacer todo lo que esté en su mano para que sea imposible. Lo hemos visto en estos días pasados.

Podemos tiene que replantear su estrategia comunicacional, al menos la relativa a los grandes medios. Confiando en su propuesta original, la rupturista, la que atrae a la muchísima gente que está harta de lo que hay y quiere algo nuevo. Esa es su fuerza. No puede perderla por asumir los modos y las condiciones de quienes mandan en las teles. Está claro que esa tarea no es fácil. Pero si no da esa batalla, apretando los dientes y aceptando que en ella va a perder mucha de la seguridad que hoy le reconforta, Podemos puede quedarse estancado. Si mañana quiere golpear encima de la mesa, tiene que hacerlo también ahora. Donde sea y también en la tele, claro está. Mientras le llamen. Eso le permitirá conectar con su público potencial, los que quieren que tengan éxito sin exigir demasiadas concreciones. Mucho más que decir qué hará con las bases de la OTAN.

Puestos a pedir, o si se quiere a ver problemas, a Podemos no le vendría mal que esa actitud más enérgica a la hora de propagar sus intenciones se viera acompañada de un esfuerzo por la movilización de la gente en torno a sus denuncias, en eso que los veteranos llaman la acción en la calle. No necesariamente manifestaciones y pancartas, que no parece que hoy tuvieran mucho éxito. Pero sí algo más que las adhesiones y debates por internet, que están muy bien, por cierto. Hay otras maneras de expresar la protesta masiva que hoy late en un gran sector de la población española, sobre todo entre los jóvenes. Cada día el gobierno da un nuevo motivo para manifestar el rechazo.

Y esas protestas constituirían otra vía, tal vez más contundente, para que la gente se comprometiera con el proyecto. Pablo Iglesias y los suyos deberían empezar a descender a ese terreno. También eso sería, hoy por hoy, más necesario que un programa completo de intenciones, que podría hacer público cuando no faltara mucho tiempo para las elecciones.